Gastronomía
La mesa de Putin
La antiquísima tradición moscovita es todo un ejemplo de complejidad de pensamiento
La fantástica mesa en la que Putin sentó a Macron no ha dejado a nadie impasible. Fabricada, por cierto, en Valencia, nos conduce hasta el meollo de la cuestión y explica cómo se comporta la diplomacia rusa sentada a la mesa. Y qué significan ciertas formas de presentar y comportarse en ella.
Para comprender la estrategia de una nación hay que conocer su carácter, su idiosincrasia y hasta esos pequeños, pero valiosos detalles que se perciben al sentar a alguien en una mesa. La antiquísima tradición moscovita, experta en banquetes, protocolos y diplomacias, de la que no se llegó a apear la antigua URSS, es todo un ejemplo de complejidad de pensamiento. No en vano heredó el vasto legado del Imperio romano oriental tras la caída de Constantinopla en 1453. La complejidad de Bizancio fue su lupa para conocer la antigüedad clásica.
Rusia, a caballo entre oriente y occidente, conoce bien ambos mundos y participa de ellos en sus formas, en su cultura y en su manera de pensar. No nos mostremos como ignorantes, Rusia no es ni mucho menos una recién llegada, es un país experto en manejar estos temas de diplomacia en la mesa. Y estas cuestiones de banquetes no son precisamente novedades en su haber. Vladimir el Grande tuvo un conato de revuelta entre sus guerreros allá por el 996 d.C., porque se quejaron de que tenían que comer en un banquete con cucharas de madera y no de plata. Ya hilaban fino. Y aún no en Rusia, como la conocemos hoy, sino en Kiev, la capital ucraniana.
Demos un salto en el tiempo, hasta la Moscú de los tiempos de Pedro el Grande, en el s. XVIII, cuando se proyectaban las luces de la ilustración y Rusia miraba a Europa. El zar quería europeizar la sociedad rusa, y para ello una de las primeras cosas que modificó fue la celebración de los banquetes. Empezaron a permitir la asistencia de mujeres a estos y se mantenían unas casas abiertas a las que podían asistir todos sus conocidos, sin importar el rango social. Y aquello significaba algo, más allá de los platos, todo tenía un significado y un sentido.
La posterior URSS, no fue menos, y el mismísimo Stalin celebró casi cincuenta enormes banquetes en el contexto social del terror y en medio de dificultades económicas indescriptibles. Eran, como habían sido los de los zares, banquetes suntuosos, celebrados en varias salas en las que probablemente se dividían según los asistentes y su cercanía al poder. Por una parte, estaba Stalin con su equipo (Stalinskaya komanda) y, por otra parte, los invitados. Aunque claro, estos banquetes estaban salpicados de intrigas, y de las 21 personas que participaron de la hospitalidad de la mesa de Stalin, dos se suicidaron y ocho fueron ejecutadas.
Por otro lado, tenemos un componente fundamental en esa mesa de Putin. Es el espacio. El espacio en un país inmenso, donde el propio territorio interminable es medida de todo. Sorprende en Moscú la inmensidad de las avenidas, la monumentalidad de su arquitectura y los espaciosos salones de los edificios públicos. Y mediante ese espacio infinito en los interminables salones se impresionaba a los invitados europeos en el Palacio de Invierno en San Petersburgo a la hora de los banquetes: teatralidad, inmensidad, lujo apabullante.
Una mesa descomunal y vacía es una señal, un signo de poder, de distancia, de ese sentimiento ruso de inmensidad y alejamiento.
No ha sido una circunstancia casual, y las justificaciones que se han alegado solo pueden hacer brotar una sonrisa irónica. Los rusos no juegan al despiste, con sus movimientos proporcionan claves ya sea en forma de mesa, de banquete o de cualquier otro modo diplomático de expresión. Solo hace falta tener un diccionario y saber leer qué quieren decir. Esa mesa, que bien podría haber servido para un banquete de muchas personas, estaba vacía. En ella no había ni siquiera ese sencillo vaso de agua que se sirve por cortesía en cualquier cultura a un visitante. Solo un diminuto centro con un ramillete de flores que parecía descabalgado en ese escenario sobredimensionado. Los rusos juegan al ajedrez, y bien lo han demostrado con esa sensacional puesta en escena. Pero no siempre ganan.