Preparacionistas... y chocolate
Ya no hay pitonisas, pero hay teorías. Nos ayudan a preparar los posibles resultados, a centrar la atención en los problemas y, desde luego, no tanto a predecir como a analizar
Con los tiempos que corren no parece descabellado prepararse para … ¿Para qué, realmente? Disponer de alimentos, medicinas, cuidados esenciales en cantidad suficiente, ¿para cuánto tiempo?...
El profesor Nassim Taleb, estadounidense de origen libio, desarrollo y presentó en 2007 una interesante teoría, la del «cisne negro», en la que aventuraba que sucederían hechos atípicos de impacto extremo en la humanidad. En realidad es la esencia de la vida misma, pero elevada a un rango de variabilidad y rapidez extremos. La cuestión es que estos «cisnes negros» a los que Taleb se refería como hechos vinculados con la economía, trascienden esta para aplicarse a otros acontecimientos mundiales. Se trata de hechos extremos, impactantes e inesperados. Ellos aplicaron este método a las fluctuaciones del mercado de valores y según su equipo, funcionó bien.
En realidad, es la predicción hecha ciencia, y que tanto interés tiene para los seres humanos. Ya no hay pitonisas, pero hay teorías. Nos ayudan a preparar los posibles resultados, a centrar la atención en los problemas y, desde luego, no tanto a predecir como a analizar. El futuro es incierto, siempre, hasta en los mejores tiempos de bonanza económica. El escalón del día siguiente sólo Dios lo conoce, aunque prepararse está bien, es humano y parece prudente. La inquietud es, sin embargo, de mayor dimensión: ¿para qué debemos prepararnos?
La guerra de Putin ha abierto la puerta del infierno, y hoy los caminos son profundamente inescrutables, no sabemos cómo reaccionarán los mercados, los países ni las alianzas. Esta enloquecida y absurda estrategia del mandatario ruso lo ha encenagado todo. Si la vida en condiciones normales es difícil, la vida con covid y guerra es un hacha de doble filo ante la que estar muy atentos.
Hace casi un siglo, en el marco de la Gran Depresión en Estados Unidos, nació la corriente de los preparacionistas, preppers. El movimiento se alimentó con la guerra fría y culminó con una tendencia mucho más amplia que terminó abarcando varios continentes. Había una preocupación real por la supervivencia, y se construyeron búnkeres, se almacenaron alimentos y se buscaron fórmulas alternativas de disponer de suministros domésticos en un posible mercado roto.
Dentro de este grupo de preparacionistas hay multitud de variantes, desde quienes tienen una despensa bien abastecida para evitar una crisis corta como un desastre natural, por ejemplo, hasta los que disponen de auténticos refugios con todo tipo de comodidades. Es verdad que muchos países están recomendando tener suficiente abastecimiento de alimentos, luz y agua para unos días, véase Austria, Estados Unidos o incluso algunas recomendaciones genéricas de la Cruz Roja. Otros incluso se preparan para el fin de la sociedad tal y como la conocemos hoy, disponiendo de alguna tierra donde poner en práctica una vida autosuficiente, al estilo del agricultor británico y defensor del movimiento de la autosuficiencia, John Seymour, cuyos deliciosos libros incitan a la vida campestre.
Volver la vista a la naturaleza no parece una opción desdeñable en tiempos inciertos, y organizar una vida más frugal (véase mi artículo «Desabastecimiento y frugalidad») tampoco es mala idea. Pero si están inquietos y desean disponer de una despensa algo más equipada, no estará mal organizar un poco de fondo de cocina en el que encontrarse con ciertos alimentos que tienen un precio estupendo y una larga duración. Además, están muy normalizados en la dieta española y admiten multitud de preparaciones. Les citaré algunos de ellos, aunque seguramente muchos de ustedes tengan ya algún kilillo extra preparado. En primer lugar, tenemos las legumbres, que no sólo nos van a dar cocidos, buenas sopejas y guisos de muchas clases, también crujientes snacks, albondiguillas vegetales, tortitas, patés e incluso harina. El arroz es la segunda y excelente opción. Lo ideal es disponer de tres variedades al menos: el arroz bomba, perfecto para guisar, además de un arroz jazmín aromático y delicioso, y finalmente un tercero integral. Con este trío podrán acometer cualquier plato que se les ocurra, son muy agradecidos y de fácil preparación.
Una buena pasta es la tercera peana de una buena despensa, con tantas formas y sabores que se hace difícil elegir. Si es integral será una posibilidad más completa, nutricionalmente hablando. Yo elegiría una variedad de pasta corta, para ensaladas, como pipe rigate o radiatori. Una más de pasta larga del tipo pappardelle, fettucini o spaguetti, unas placas de lasaña y una última como espirales o macarrones, incluso unos raviolis rellenos para guisos contundentes, quizás para acompañar con una boloñesa y un poco de horneado. Ya ven que me animo con esta recomendación. Y hago un hueco para unos fideos cabello de ángel, que una sopa rápida reconforta el cuerpo y apacigua el espíritu.
Desde aquí en adelante, el infinito, tener una despensa bien abastecida es una delicia que nos lleva a ordenar la vida y a organizar las comidas, no se puede pedir más. Complementaría esta bien nutrida despensa con condimentación abundante, desde un sencillo romero o tomillo recogidos en una excursión, muy al estilo del alegre John Seymour, hasta un buen tarro de garam masala o de las exóticas cinco especias chinas. Cualquier cosa para hacer más confortables estos días amargos, o quizás para poder compartir con otros, que es en definitiva el objetivo más importante de una buena mesa.
Y chocolate.