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La sandía se comía con hojas y flores de poleo en Roma

La sandía se comía con hojas y flores de poleo en Roma

Las sandías son para el verano: la milenaria fruta que nació en el desierto

Es una de las frutas más refrescantes y lleva en nuestras mesas desde los tiempos del Antiguo Egipto

Sandía, sí. Una de las frutas que protagonizan el verano. Porque está de temporada, porque su contenido en agua es elevadísimo, es refrescante, suavemente dulce y con un infinito sabor.

Fue una de las frutas domesticadas más antiguas, ya en la prehistoria se conocía y se seleccionaban las semillas de las más jugosas, grandes o dulces (probablemente una combinación de todas estas características). Su zona de origen la encontramos en los desiertos de África del norte o en el suroeste de Asia, desde donde se expandió por todo Oriente Medio y después al resto del mundo. Lo más interesante es que allí empezaron a cultivarse no por su delicioso sabor, sino como método para transportar y guardar líquido para beber. Desde luego, era un inteligente recurso de cultivo fácil y de uso inmediato en las largas jornadas del desierto africano.

Egipto fue el primer lugar donde se cultivaron regularmente, aproximadamente en el 2000 a.C. ya había sandías cultivadas en huertos de forma recurrente. Las huertas de Egipto, en las riberas del regalo de la naturaleza que era el Nilo, fueron un espacio de domesticación, de prueba, de experimentación, de los que salieron mejoradas, rectificadas y deliciosamente a punto, decenas de variedades de frutas y verduras. Un auténtico laboratorio del que nacieron decenas de las variedades domésticas de muchas de las hortalizas que disfrutamos hoy.

Por entonces, el Mediterráneo era un hervidero de comunicaciones marítimas, y pronto las sandías alcanzarían las costas de la recortada Grecia. No era nada nuevo, en realidad, ya que desde la Edad del Bronce se conocía la navegación astronómica, y la Estrella Polar era la guía, pero había más métodos vinculados con la observación de las estrellas. Aprendieron que había épocas mejores para navegar, y que llevar pájaros en las naves aseguraba conocer con exactitud si estaban cerca de la tierra cuando estos se soltaban. Y aunque practicaban la navegación costera, había zonas especialmente complejas como era el Egeo, donde se producían impresionantes fenómenos climáticos que podían alejarlos fácilmente de la costa. De ahí la necesidad de contar con un poco de seguridad extra.

Pues a pesar de todas estas dificultades, o incitaciones a la aventura, como quieran llamarlo, las sandías llegaron hasta la zona del Egeo aproximadamente sobre el año 1000 a. C., donde disfrutarían con toda seguridad de la pulpa roja y jugosa en los secos veranos de la zona. Y aunque no son frutas muy mencionadas en las ocasionales recetas que quedan de la época, sí las citan en los tratados médicos, debido a que se consideraban frutas saludables.

Ya en el mundo clásico, primero en Grecia y posteriormente en Roma, se habían extendido por las costas mediterráneas, y eran consumidas con infinito placer. La sandía se tomaba acompañada de hojas y flores de poleo, una planta que también crece en estas zonas en la misma época, y que aumenta el frescor de cada bocado por los aceites esenciales mentolados del poleo. La inteligencia de encontrar recursos para suavizar las condiciones climáticas no es nada nuevo; muchos hombres, durante miles de veranos, han buscado el frescor de la costa o los bosques y los bocados refrescantes como esta sandía

Así que ya tenemos a esta enorme cucurbitácea, Citrullus lanatus, preparada para entrar en la historia, para formar parte de las comidas veraniegas, para refrescar, como ya había hecho, desde la prehistoria al mundo actual. Más de cuarenta siglos en nuestras mesas merecen este homenaje.

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