¿Dónde se encuentran los tesoros de la cultura?
Asomarse a un museo en busca de esas piezas que nos van a conmover, a ilustrar o a facilitar la comprensión de una etapa es una forma de volver a vivir aquello que hizo que alguien les diera vida
Los museos de arqueología suelen tener un enorme éxito entre el público. A la gente le gusta extraordinariamente asomarse a las vidas de otros. Y en los de arqueología uno puede ver, además de otras vidas otros tiempos e incluso otros lugares, con lo que el interés se multiplica. A no ser que uno carezca por completo de imaginación, en un museo palpitan esas pistas para conocer otras vidas que provocan tanto interés.
En Madrid tenemos uno de los mejores museos del mundo, el Museo Arqueológico Nacional. En un edificio de impacto y categoría y con una exposición bien ejecutada, extensa, detallada y generosamente expuesta. Pasar por sus puertas es penetrar en los misterios del Neolítico, observar objetos comunes como alpargatas de esparto, vasijas cerámicas e incluso ropas utilizadas a diario por gentes de hace diez mil años; fijarse en las calotas pulidas por el tiempo y reflexionar sobre qué se pensó ahí dentro ¿quiénes fueron? ¿qué pensaron? ¿qué hicieron? O maravillarse con las piezas del pasado romano, muchas de ellas tan actuales que podrían estar en nuestras cocinas: desde hermosísimos vasos de cristal, platos y fuentes de este material para las mesas elegantes a piezas simples e imprescindibles como morteros, el auténtico instrumento de la batalla en las cocinas previas a la llegada de la electricidad doméstica.
Todo rincón tiene interés, cada pieza es la expresión de un instante en el que el presente visita a la historia. Allí observamos la fragilidad, la belleza, la utilidad o la importancia de muchos artefactos. Incluso nos acerca a la ley, como la romana, hecha realidad en la presencia de piezas como la Lex ursoniense (de la Osuna romana, en Sevilla), grabada en placas de bronce y que nos ayuda a completar y comprender el Derecho romano.
Las buenas exposiciones no solo ilustran al visitante, se percibe en ellas la vida que fue; son capaces de expresar esa vitalidad y además resultan cruciales para el investigador. Forman parte del material necesario para la investigación, y siempre se preservan con un cuidado exquisito.
Esa viveza que tuvieron los objetos expuestos todavía nos cuenta algo de su historia, que es la historia de la humanidad, de personas que vivieron, amaron, pensaron, trabajaron, legislaron y gozaron de todos esos vestigios que quedan de ellos. En ese tiempo en suspenso que los museos les proporcionan.
A veces, algunas de estas piezas son casi incomprensibles, como unos diminutos carros orientales que durante mucho tiempo volvieron locos a los arqueólogos hasta que intuyeron que no eran maquetas ni pertenecían al culto a ningún dios exótico: eran sencillamente juguetes infantiles. La naturaleza humana es idéntica en todos los tiempos, solamente hay que conocer bien la historia y el entorno para comprender de verdad qué ocurrió en cada lugar donde se localizan piezas antiguas. Esa es una de las cosas que hace un museo por la sociedad.
Asomarse a un museo en busca de esas piezas que nos van a conmover, a ilustrar o a facilitar la comprensión de una etapa es una forma de volver a vivir aquello que hizo que alguien les diera vida. A conocer el alma humana, las necesidades de la vida sencilla y las delicadezas de la vida exquisita.
A observar cómo se desarrollan los enseres de cocina y mesa y la evolución de la gastronomía, y cómo esta tiene una relación estrecha con los distintos momentos de la historia. Vamos viendo progresar, modificarse y mejorar la producción de útiles de cocina y mesa: a lo largo del tiempo estas piezas se hacen más ligeras, de uso más fácil, se añaden asas, aparece la ergonomía… aunque en cada momento, y ajustándose al conocimiento y necesidades de una sociedad encontramos una búsqueda evidente de la belleza o de la armonía en las piezas.
Es decir, al ser humano no solamente le ha importado que una vasija sea útil, también que sea hermosa, exactamente igual que hoy. Y si los íberos graban escenas de batallas, caballos y auténticas escenas sobre urnas, no son menos las piezas de mesa con dibujos geométricos y esquemática botánica. Cerámicas rojas o de barniz negro, influencias griegas y fenicias, estilos que definen épocas, por que son signos de estas, las representan.
Y no solo en el arte, la grandeza de una sociedad está también en la conquista del pasado, en la búsqueda de luz por conocer mejor quienes somos, y para ello hay que saber qué hicieron aquellas personas, cómo desarrollaron sus vidas y qué valor tenían en ellas todos esos objetos que se guardan como auténticas reliquias en los museos. La historia, la cultura, la filosofía… tienen un valor extraordinario, como se expone en los museos. Comprender esto es disfrutar de verdad de las exposiciones y asomarnos al espíritu del ser humano que entonces, y todavía, sigue buscando la belleza, la armonía, el equilibrio, el conocimiento.