Gastronomía
La mona estrellita, los niños desnutridos y la amenaza de la alimentación
Esto es el apocalipsis y ha llegado en silencio
Hace mucho tiempo que es visible, esta generación ha perdido el norte. Aunque para ser sinceros, también ha perdido el sur, el este y el oeste. Es decir, anda desorientada y, por lo tanto, es activamente perjudicial para sí misma. Y esto es visible en cosas básicas, como en la alimentación, que es una cuestión que engloba una perspectiva muy amplia. En este sentido llega el caso de la mona estrellita, una mona chorongo salvaje criada en cautividad, y cuyo caso proporciona muy jugosos temas de reflexión.
Ha ocurrido en Ecuador, un precioso país que conozco bien y que precisamente por este motivo les traigo a colación. Ecuador es una tierra hermosa, vibrante. Desde la costa a la montaña, desde Guayaquil a Quito, todo rebosa vitalidad, naturaleza y arte. Sin embargo, y en este caso el disparate ha vencido al buen juicio, y muchos ecuatorianos de bien no dejan de asombrarse ante esta cuestión que es más compleja y extensa de lo que puede parecer la ridiculez de criar una mona en un hogar y de que los servicios de la autoridad ambiental la lleven a un zoológico en un determinado momento, como es natural.
Para que no haya duda alguna, en el debate entre hombres y animales, me posiciono por los seres humanos. Además de pertenecer a esta especie, el ser humano es inteligente, tiene espíritu y alma, lo que lo convierte en un animal superior. Que, por supuesto, no tiene derecho a maltratar a otros animales, pero sí a utilizarlos para su supervivencia y beneficio. Los animales no tienen derechos en las constituciones de los diferentes países porque carecen de obligaciones y porque no poseen conciencia, imaginación, lenguaje avanzado, memoria y capacidad de conceptualizar o de imaginar… cuestiones que la neurociencia lo ha demostrado fehacientemente. En fin, que haya que explicar esta cuestión es la primera fase del absurdo. Los seres humanos son superiores, incluso los especímenes más inferiores y moralmente deteriorados, de los que hay multitud.
La cuestión de la mona estrellita sorprende porque mediante el caso se trata de igualar el animal con el ser humano, con el fin de que los primeros obtengan los derechos de los segundos. Derechos de los que jamás serán conscientes, por supuesto y que jamás han reclamado, ni lo harán, claro. El caso ha llegado a tal punto que alcanzó la Corte constitucional del Ecuador y se legisló, y esto sí es verdaderamente grave.
La intención final es tratar de conseguir mediante una legislación torcida en su primera intención que los animales sean considerados sujetos morales y no inferiores. Esta es la clave de la cuestión: que mientras la desnutrición infantil en Ecuador alcanza cuotas inadmisibles, las agrupaciones animalistas y la Corte constitucional toman decisiones que tendrán terribles efectos y abundarán en la desnutrición, incidiendo en especial en la infantil. La primera consecuencia de todo esto será el deterioro de la dieta infantil, ya que, al disminuir el consumo de proteína animal, este problema se acentúa. Si los animales y las personas son de idéntica condición, ¿debemos conducir a la sociedad a la posibilidad de la muerte infantil por desnutrición con el fin de que viva un animal?
Por otra parte, al extender los derechos de los animales hasta ese absurdo del que hablamos, los precios se están disparando hasta el punto de convertirse en inasumibles para la población, y de imposible adquisición para los grupos más desfavorecidos. Que son los que padecen desnutrición, por cierto. La ciudad sigue alejándose del campo, la alimentación se convierte en una amenaza para el bienestar de los seres humanos. La lista de conflictos se hace interminable.
El problema de aplicar este tipo de leyes es que todos los países se contaminan de un criterio irracional y se ven perjudicados, creando una inmensa ola de estulticia que recorre el mundo. Reconocer (y cito literalmente) derechos, libertades y estatus jurídico a los animales es un disparate, dígalo Agamenón o su porquero. El caso de la dichosa mona a la que, por cierto, su propietaria amaba profundamente hasta el punto de sentirse ¡madre! de la misma, pero mantenía en un estado deplorable por deficiente nutrición, conlleva a que la autoridad ecuatoriana contemple al conjunto de los animales como sujetos y titulares de derechos.
Increíble el punto que contempla a los virus, bacterias y parásitos como parte de esa vida «natural», romantizada hasta el extremo del absurdo. Cuyo interés, y fíjense bien aquí es cambiar los patrones de producción animal hacia algún modelo que seguro que ya tienen previsto, este camino no es azar. Era evidente que hay un interés que conduce hacia un disparate legislado: los animales no humanos serán iguales ante la ley.
Con la vana esperanza de que el amado Ecuador dé un paso atrás y de que otros países no sigan su ejemplo, hago una última reflexión. Chesterton decía a principios del s. XX que: jamás la superstición ha revolucionado tanto el mundo como ahora. El bueno de Gilbert Keith no imaginaba lo que vendría después, esta nueva superstición terriblemente dañina, amparada en el buenismo.
Esta cuestión va más allá de la alimentación, de la salud y del patrimonio, de la historia o de la cultura, de la producción y de la economía, todas ellas cuestiones en grave riesgo. Este asunto habla del intento de provocar una progresiva degradación moral de los seres humanos hasta convertirlos en sujetos dóciles, maleables, manejables y dominados. Una sociedad mal alimentada y con una legislación pervertida en sus principios fundacionales fabricará sujetos débiles y sumisos, acomodados en un confort físico relativo, que será cada vez más constreñido porque su margen de actuación será inferior. Mientras, se perderán especies animales, padecerá la sociedad, morirán niños, los buenos alimentos serán inasequibles y se pervertirán los principios morales, rectos, dignos y humanos. Esto es el apocalipsis y nadie se ha dado cuenta.