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Aperitivo Edad Media

Gastronomía

El curioso origen del arte del aperitivo

Hemos extraviado cuestiones valiosas, pero nos entregamos a esos pequeños placeres que son la esencia de la vida

A mi amiga Inés le encanta el aperitivo. Y no sólo la copita con algún piscolabis, sino el tiempo que se dedica a este frugal y goloso placer de la vida. Uno de esos placeres sencillos que se puede encumbrar hasta las alturas gastronómicas, pero que se disfruta igualmente con una copa de vino de la campiña del Guadalquivir y unas aceitunas.

En realidad, lo más importante del aperitivo es el tiempo. El tiempo dedicado a ser gastado sin medida, por el placer de verlo pasar, disfrutando de ese rato compartido, e incluso en amable soledad. De observar la agitación desde lejos.

El tiempo es el valor más importante de la vida, lo único de lo que disponemos cada uno de nosotros para invertir a placer. Lo único que sí, de verdad, nos hace iguales. Pero el disfrute del tiempo ha cambiado hoy. Siempre se invierte, y no siempre se usa sabiamente, y esto con una prisa escandalosa, sin horas para dedicar a nada de lo que de verdad importa.

Cosas como mirar las monerías de un niño recién nacido, como ver atardecer no de paso, sino como lo que es, un auténtico espectáculo; o como charlar de asuntos intrascendentes y amables. Todo lo demás: la agitación, la impaciencia y la prisa de una sociedad hiperagitada se olvidará, mientras es mucho más probable que recordemos cosas más sencillas con el paso de los años.

Hemos extraviado cuestiones valiosas, pero todavía, personas como Inés, y como yo, nos entregamos a esos pequeños placeres que son la esencia de la vida. De lo que entendieron los romanos, los conquistadores y civilizadores del Mediterráneo y de Europa, que debía ser la vida del ser humano culto, como dijo Séneca, en su De brevitate vitae: «No es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho».

El aperitivo es una fórmula increíblemente lúcida de destinar un poco de ese valioso material a hacernos la vida amable. Perderlo es agitarse, gastarlo es aprovecharlo, extraer su jugo, deleitarse de la vida, y entre todas las mejores cosas que se pueden hacer es la que define ese verbo inexistente que uso con frecuencia y que presento en sociedad: aperitivear. La vida sabe mejor después de un buen aperitivo, de esos que abren el apetito de comer bien y mejor, de estar y de ser, de gozar.