Gastronomía
De aberraciones en la cocina
En la última semana hemos asistido a un empacho de disparates gastronómicos protagonizados por la representación de un embrión humano como el «origen del cocido»
El ansia de novedades en el mundo de la gastronomía no es excusa para permitirlo todo. Nada justifica todo. No todo es válido, no todo sirve, no todo es útil, moral o incluso ¡figúrense! el colmo de la comida, que no sea comestible. La paradoja del absurdo es que en un menú lleguen a presentar productos que no son alimentos.
Estas últimas semanas hemos asistido a un empacho de disparates. No es que los disparates sean una novedad; desde luego, llevamos años viendo comer oros, arcillas y otros desatinos. Productos, en todo caso, que no son alimentos, que no justifican los precios de los platos en los que se insertan y que sólo valen para llamar la atención.
La cuestión es que hay que hacer una llamada para una mayor sensatez. El desatino de convertir a los cocineros en figuras mediáticas conduce directamente a este problema: que traten de inventar todo tipo de artimañas para llamar la atención. Artimañas, es la palabra clave. Por eso digo que no todo vale; por eso les cuento mi visión y ustedes deciden su posición.
Hace unos días recibí en cascada un montón de whatsapp:
– Almudena, ¡estoy llorando!
– ¿Te has enterado? No hay derecho…
– ¿Has visto la novedad? Harás algo, ¿no?
– ¡Menudo *****! (esto último no lo puedo transcribir).
Por no cansarles no los transcribo todos, pero son de este estilo. Me dispuse a comprobar que era lo que ocurría. Estaba enfrascada en la corrección de galeradas de mi próximo libro y apenas había tenido tiempo de ver las redes sociales. A veces vuelan las horas.
En breve tuve la oportunidad de comprobar la indignidad de la oferta de la cocina de Mugariz, al observar que había un embrión humano elaborado con gelatinas como centro de uno de sus platos al que titulaban «origen del cocido». Menudo impacto me llevé. Respeto y amo la vida humana, y aquella fotografía me conmovió profundamente. Y explica el porqué de los veintidós mensajes recibidos en una mañana. No sé si por ser madre, si por valorar la vida, si por respeto a los seres humanos… quizás una combinación de los tres factores, pero, en cualquier caso, me resultó sencillamente una ruindad puesta en medio de un plato. Fácil.
Los últimos tiempos observo a algunos cocineros que quieren hacernos pensar y reflexionar, aunque personalmente, soy mucho más partidaria de que cocinen bien. No todo es innovación, no todo es crear, y ¿por qué hay que provocar? No comprendo que comer bien sea tan difícil que tengan que montar un espectáculo con cada plato. No es solo mal gusto, que lo es: es una perversión, para qué vamos a usar una perífrasis.
Pero esperen, que esto no es lo único, también tenemos al cocinero danés Rasmus Munk, de Alchemist que presenta un restaurante (de nuevo, que aburrido) comprometido. La preocupación principal de Rasmus no es dar de comer, sino que el comensal salga abrumado de esa auténtica jaula de grillos (además de hormigas y otros insectos). Dice que no quiere incomodar al cliente, pero su menú, a partir de 500 euros, presenta un postre que da forma a unos pulmones con cáncer, pero ustedes no se incomoden, por favor. Pulmones humanos con cáncer que ofreció en su presentación en directo de Madrid Fusión, una escena desagradable e innecesaria en el entorno de una convención de gastronomía.
Pero bueno, como él cree que no existen los límites en la creación de una experiencia gastronómica, pues vale. Se comprende, claro, les cuento: es que él quiere que las personas piensen por sí mismas, provocar para que reflexionemos, que nos hace mucha falta. Por eso, hacen muchas pruebas, para llegar a la «acumulación dramatúrgica adecuada». Casi todos sus platos son así de gratos: uno es un ojo gigante, con su pupila y su córnea, sus vasos sanguíneos y hasta el cristalino. Otro plato lo conforman unas estremecedoras patas de pollo crudas –y frías– de las que uno se come una parte que sí, que Munk dice que se puede comer. También una cabeza humana partida por la mitad, e, incluso, una siseante y lúgubre lengua humana a tamaño natural. Un ataúd de chocolate y un postre de sangre de cerdo son el cierre de este macabro menú.
Este tipo de platos no representa a cocineros que trabajan para que disfrutemos y comamos rico y sano. Muchos de ellos con auténtico esfuerzo y devoción al cliente. No creo que tampoco represente a los filósofos, tan mal tratados por cierto en España. Pero que no se explique más Munk, que quizás ya ha mostrado suficiente de su tétrico trabajo.
Que se dejen de tonterías, nada de esto es «comprometido», filosófico o artístico. Ni transgresor ni intelectual, es sencillamente el absurdo en la mesa, una mesa desagradable, sombría, antiestética y creo firmemente que carente de ética, por mucho que cualquiera de ellos predique lo contrario. No he ido, no voy a ir, no iré y, es más, les recomiendo que se resguarden bien de estas filosofías que nos quieren imponer a partir de 500 euros el menú.
Apreciados lectores: el emperador va desnudo.