Vete de mi parte
La ruta gastronómica definitiva para degustar los mejores platos de cada ciudad
Algo más puro, más sencillo, más auténtico, menos sofisticado
Uno de los alicientes de viajar es conocer restaurantes, casas de comidas, tabernas y chiringuitos que ya han pasado a formar parte de mis lugares y sabores favoritos. Hace unas semanas viajamos a la primera entrega de esos lugares inolvidables y de esos manjares que siempre estaremos deseando volver a probar.
Aquí no vais a encontrar estrellas Michelin, porque no es este un tipo de cocina que me apetezca recordar. Prefiero algo más puro, más sencillo, más auténtico, menos sofisticado y sin los condicionantes que se le suponen a esos restaurantes que aspiran al estrellato de la guía francesa de lo que ellos llaman buen comer.
Voy a comenzar este viaje en Logroño, saboreando una carne excelsa en el restaurante Alameda. De ahí me voy a Cádiz, al encuentro del aperitivo perfecto en La cepa gallega, en el corazón de La Tacita de Plata, con un buen vermut de grifo y unas conservas de calidad suprema.
Sigo en Andalucía y en Marbella me detengo a tomar un ajoblanco y unas gildas en Lobito de mar, con todo el encanto de lo más andaluz. Muy cerquita de allí, en El palo, esa maravilla malagueña llena de luz, me preparan una fritura de verdad en Juanito Juan, un templo de lo sencillo.
De Málaga me voy directo a Sevilla, me apetecen las croquetas inmensas de Casa Ricardo, siempre inolvidables. Doy un salto sobre mares y recuerdos y llego a Las Palmas de Gran Canaria, a La travesía de Triana, donde una suculenta ensaladilla de mar me hace feliz de verdad.
Regreso a la Península con ganas de cordero y en el corazón de La Cava Baja, en La posada de la Villa comparto cordero, torreznos y casticismo con mis amigos de la vida. Mis pasos me llevan luego a La Dorada, allá en Pozuelo, con unas conchas finas frescas y atractivas que me reconcilian con el mar del Sur.
Y como me apetece arroz, compruebo en Casa Benigna que su carta de arroces es la mejor que conozco en la capital de casi todo. Madrid se abre para mí en ofertas llenas de sabor como las verdinas del Paraguas, que es el origen de muchos éxitos. No quiero perdonar una buena ración de pulpo á feira en La gran pulpería de Pozuelo, todo supervisado por Juan Olloqui.
Muy cerca de allí, aún tengo tiempo de ponerme las botas con la carne increíble de La taberna La española o de hacerle los honores a un cangrejo real en el recién inaugurado Gran Asador Lecanda en la calle Lagasca 46. Galicia siempre me espera con algo sorprendente como el rodaballo al horno inigualable de La goleta, en el Sanxenxo de la buena vida. O una empanada de xoubas en esa Casa Saqués, de La Coruña, donde comer es un placer intenso. O unos chipirones con pataquiñas a la orilla del mar en la playa de Cirro, en la nueva A coviña de mi amigo Antonio, recién llegada al mundo de los sabores.
Y me atrevo también con una ternera asada en La Penela, en el cogollo de la María Pita coruñesa. Hay que llegar hasta Asturias, en Casa Kilo, la joya de Quintes, muy cerquita de Gijón, para saborear unas llámperes (lapas) guisadas, orgullo de esa tierra bendita. Y termino la fiesta en el foro, en esa calle Victoria con olor y sabor a verdad, en La Casa del Abuelo, recordando en sus gambas la fuerza de lo castizo. Ceo que es un final de altura para este segundo viaje apasionado por los platos de mi vida.
Aún nos quedan muchos lugares, muchos sabores, que hemos ido acumulando en nuestra agenda gustativa. Pero, por ahora, les invito a visitar de mi parte la lista de hoy, para que sientan las mismas sensaciones que he sentido yo de plato en plato, de ciudad en ciudad, de sabor en sabor, de pueblo en pueblo.