Royal Mansour, la joya de la Corona marroquí: de Casablanca a Marrakech
Sinónimo de lujo, agasajo al huésped y la mejor gastronomía, los hoteles propiedad de la Familia Real alauí están profundamente arraigados en su ciudad de destino
El olor a menta del té recién servido, la llamada a la oración del almuecín o el ajetreo incesante de los zocos. El corazón de Marruecos palpita a un ritmo frenético, mirando hacia el futuro sin olvidar nunca su pasado. Un país que se esmera en agradar al turista con una sonrisa y que cada día refuerza su oferta hotelera. Royal Mansour, propiedad del Rey Mohamed VI, es sinónimo de lujo, refinamiento y un servicio exquisito. En 2010, se inauguró su primer hotel en Marrakech, donde las suites son preciosos riads en los que se respira la tradición marroquí. En mayo, abrieron un segundo hotel en Casablanca recuperando un palacio legendario de la década de 1950, que frecuentaban celebridades mundiales, como Mohammed Ali, Sean Connery o Charles Aznavour. Y está prevista la inauguración de un tercero, Royal Mansour Tamuda Bay, 20 kilómetros al sur de Ceuta, en la costa de Tetuán.
Cada hotel de la colección está profundamente arraigado en su ciudad de destino. Casablanca es la capital económica, una urbe cosmopolita y multicultural, de algo más de 4 millones de habitantes, que tras la construcción de la mezquita Hassan II, vio un incremento de turistas. Está ubicada junto al Atlántico, por lo que además cuenta con playa y un importante puerto.
Al aterrizar en el aeropuerto de Casablanca, nos recibe un chófer perfectamente uniformado a bordo de un vehículo de alta gama como Bentley para desplazarnos hasta el centro de la ciudad, en concreto al número 27 de la avenida des Forces Armées Royales, donde se erige el hotel Royal Mansour Casablanca. Los aparcacoches y botones dan la bienvenida con el tono de una estética retro-nostálgica que recuerda a Wes Anderson. En el lobby, mientras uno se refresca con un cóctel de bienvenida, puede contemplar el mural del artista Charles Kalpakian, una marquetería artesanal, que es en realidad un mapa de Casablanca visto desde el aire. Justo detrás se encuentra un acuario con más de mil especies. Posteriormente, la mirada se dirige a las más de 600 siluetas de peces elaboradas en cristal de Bohemia suspendidas del techo por 3.000 varillas de fibra de vidrio e iluminadas por 149 luciérnagas.
Los trabajos de remodelación y construcción del hotel tardaron 8 años. Una ilimitada demostración del saber hacer de los mejores artesanos del país, y del mundo. El edifico se distribuye en 23 plantas, 149 habitaciones, suites y apartamentos privados, 3 restaurantes y los dos últimos pisos con terraza y cristaleras para aprovechar las vistas 360 a la ciudad, a la mezquita y al océano, donde también se toma su exquisito desayuno con un huevos benedictinos con salmón deliciosos.
Las habitaciones ocultan detalles especiales como vestidores con cargador de relojes, enchufes para el móvil ocultos en los cajones o luz nocturna con detector de movimiento. Al terminar un largo día, probablemente le espere como sorpresa un baño recién preparado con sales.
El concepto decorativo refleja el vínculo, entre el glorioso pasado del palacio y la modernidad, entre el mar y la tierra, una dulce locura y una calma preservada, como los contrastes de Casablanca, una amalgama al aire libre de estilos arquitectónicos del siglo XX. La nueva pasarela de cristal, suspendida en el aire en el piso 23 y que conecta las dos torres, no solo es el mejor lugar para hacerse un selfi. En la planta quinta, se encuentra el spa con más de 2.500 m2, decoración de mármol y guiños Art Deco.
En el piso 23, La Grande Table Marocaine rinde homenaje a lo mejor de la gastronomía marroquí, con una vista impresionante de toda la ciudad. Tajines, ensaladas marroquíes, pastillas y la clásica pero sublime harira comparten espacio con recetas modernizadas, como la Langosta Azul de Oualidia.
En La Brasserie, el chef Eric Frechon, galardonado con tres estrellas Michelin, diseña el menú, con grandes clásicos de la cocina francesa salpicados con algunos sutiles toques marroquíes: John Dory asado con hinojo seco y calabacín local, los puerros característicos de Eric Frechon. En Le Sushi Bar, bajo un cielo de flores de cerezo de vidrio soplado, el equipo compuesto por maestros japoneses del sushi oficia ante los ojos de los invitados sentados en el mostrador.
La tradición de Marrakech
De la ciudad blanca a la ciudad ocre. A escasos metros de la mezquita Koutoubia y la plaza Yamaa el Fna, tras una robusta muralla de terracota, el Royal Mansour Marrakech es una ciudad dentro de una ciudad. Abierto en 2010 y con una extensión de 3,5 hectáreas, transitar por sus callejones y plazas de color terracota, con fuentes que cantan, jazmines y naranjos, es sentirse en un cuento sacado de Las mil y una noches. Más de 1.500 artesanos participaron en su construcción reflejando la cultura del país, por encargo de la familia real alauí.
Aquí no hay habitaciones, sino que se compone de 53 excepcionales riads privados, bien escondidos tras misteriosas puertas tachonadas. En el interior, flores frescas, mosaicos multicolores, techos de madera de cedro, amplias cortinas blancas, preciosos muebles y obras de arte contemporáneas. Estos palacete individuales se distribuyen en tres plantas, y cuentan con 1, 2 o 3 habitaciones. Lo primero que se encuentra el huésped es un patio con una preciosa fuente y en el salón, una mesa con fruta de temporada, chocolates y un tajín de barro con frutos secos. En la tercera planta, una terraza privada, con piscina de azulejos, hamacas y sombrillas.
Nunca verá a un miembro del servicio. Tanto el mayordomo como los empleados de limpieza acceden a los riads como por arte de magia, mediante una puerta trasera que conduce a un laberinto de galerías en el sótano que alberga cocinas, lavanderías, un taller floral y otros servicios técnicos. El servicio representa la excelencia en Royal Mansour, donde trabajan más de 550 personas.
De Marrakech a Granada, la tradición arábigo-andaluza considera el jardín como una obra de arte al aire libre, un paraíso de paz y serenidad. Diseñado por el paisajista español Luis Vallejo, huele a jazmín y azahar, reinan las palmeras, los olivos y los árboles frutales. A primera hora o cuando cae el sol y se encienden los farolillos su belleza se aprecia más si cabe.
El hotel cuenta con una amplia piscina exterior, donde en menos de dos segundos tendrá la toalla perfectamente colocada sobre la hamaca, y una cubitera con agua fresca y dos cócteles de fruta de bienvenida. Un espacio accesible también a cliente externos con una entrada que incluye el almuerzo.
La excelencia gastronómica se sirve en sus cuatro restaurantes: La Grande Table Marocaine, le Jardin, Sesamo y La Grande Brasserie, a los que también pueden acceder clientes que no están alojados.
Mención especial merece el Spa Royal Mansour Marrakech, galardonado con numerosos premios internacionales. Una burbuja de encaje blanco mashrabiya, iluminada con luz. Y en medio fluye una fuente, llena de rosas frescas... Desde el atrio central, se puede ver la piscina interior, enclavada bajo un inmenso techo de cristal, un invernadero de ensueño abierto a los jardines. Distribuido en 2.500 metros cuadrados, todo está reunido para rejuvenecer cuerpo y alma: salas de tratamiento y suites de spa privadas, dos hammams o sala de fitness.