Carlos III entre el paraíso y el tiempo
«El problema de salud en la monarquía británica esconde una crisis más profunda»
Mientras una parte de Europa y América continúa pendiente del destino de Kate Middleton, quien ya ha superado en seis años de vida a Lady Di, dirigimos la mirada a los clásicos que siempre están de actualidad. El poeta romano Virgilio escribió antes de Cristo: «Sed fugit interea, fugit irreperabile tempus». «Pero mientras, el tiempo huye, huye irreparable». El mensaje del Rey a la Commonwealth en su 75 aniversario, una institución que tiene la misma edad que Carlos III y de la que forma parte un tercio de la población mundial, ha sido el discurso de un hombre enfermo que se encuentra entre el paraíso y el tiempo.
A diferencia de su madre, que solía dar este mensaje por escrito, en su primer discurso como Rey con motivo del día de la Commonwealth el año pasado Carlos III eligió pronunciarlo de viva voz y, subido al púlpito de la Abadía de Westminster, dijo: «Al escucharnos unos a otros encontraremos muchas de las soluciones que buscamos». Así se dirigía como jefe de Estado a la familia de cincuenta y cuatro países que conforman la comunidad del Biencomún, a pesar de que no ha podido conciliar a su propia familia. Quedaba mes y medio para su Coronación y parecía abatido, no solo por el daño infligido a la Corona por Harry, sino por la inexistente relación entre el heredero y su hermano que perdura hasta hoy. Cuando afirmaba que la Commonwealth «nos desafía a unirnos y a ser audaces», tuvo que hacer una breve pausa para tragar.
Un panegírico desde el otro mundo
Sin embargo, el discurso del Rey a la Commonwealth el pasado trece de marzo, el único que junto al de Navidad brota de su corazón y de su estilográfica, ante la imposibilidad de pronunciarlo en persona, se proyectó en video en la Abadía. De esta forma, sus palabras parecían un panegírico enviado desde el otro mundo y podrían ser parte del testamento vital que ya habrá escrito. Durante la ceremonia, encabezada por Camila y el Príncipe Guillermo, llamaba la atención la afabilidad entre ambos, mostrándose como madre e hijo verdaderos. Aunque cuando tomaron asiento, esa amabilidad se tornó en preocupación; sus rostros se agravaron y las miradas parecían perdidas y ensimismadas.
El ex capellán de la Reina Isabel, Gavin Ashenden, que conoce bien la iglesia anglicana y que se convirtió al catolicismo, nos confiesa que «la crisis de salud es el problema del momento, pero hay una crisis más profunda creada por el desarrollo del relativismo protestante y por el universalismo que representa el Rey Carlos y, en mayor medida, el Príncipe Guillermo». El desafecto del heredero hacia la iglesia anglicana podría haber sido un motivo por el que no asistió al servicio religioso en memoria de su padrino Constantino de Grecia en la capilla de San Jorge del Castillo de Windsor, donde estaba previsto que realizara una lectura. Ashenden nos asegura que «el cristianismo nominal no será suficiente para contrarrestar la creciente presencia del secularismo y del islam entre la población». Y augura que «en algún momento, la brecha entre la representación formal de la iglesia anglicana, de la que solo el 1,7 % practica su fe, y el resto de la sociedad desafiará los acuerdos constitucionales».
Discrepancias sobre el futuro
Los últimos cuatro años de alejamiento y ruptura entre Guillermo y Harry, entre Carlos y el «spare», y posiblemente entre el Rey y el Príncipe de Gales dejan entrever las discrepancias sobre cómo debe plantearse el futuro de la monarquía. El Rey Carlos, al igual que su madre, está dispuesto a «servir y no ser servido», una frase del Evangelio de San Mateo que pronunció en su coronación y que sigue cumpliendo incluso desde que sufre cáncer; y, por otro lado, el modelo que preconiza Guillermo, menos dedicado en cuanto al número de actos oficiales, que ha prolongado las vacaciones de Semana Santa, dicen que para atender a su mujer y a sus hijos, y que elude compromisos en beneficio de su amplia vida privada; aunque su padre haya tenido que reducir su agenda por prescripción médica y su esposa, que también padece cáncer, continúe de baja por tiempo indefinido. Esta actitud del heredero no le beneficia ante la prensa que demanda contenidos y posiblemente tampoco favorece a la monarquía.
Un Rey del Antiguo Testamento
Las palabras del Rey a través del vídeo resonaron con melancolía en las paredes de la Abadía. Con cara de tristeza y quizás de arrepentimiento, sentado detrás de su escritorio, cansado pero pontificando, Carlos III parecía un Rey del Antiguo Testamento entre la vida temporal y la eterna. En los cinco minutos y catorce segundos que duraba el discurso bajaba 28 veces la mirada como quien contempla el interior de su persona.
Quizás recordando sus propios errores, aprovechaba para dar consejos a su pueblo. Después de toda una vida en espera, con su espíritu de trabajador incansable, es normal que sienta «frustración» al no poder servir a los ciudadanos en plenitud, como aseguró su sobrino Peter Phillips en una entrevista insólita a Sky News Australia, una muestra de la crisis de personal en la monarquía británica.
Aprendiendo a querer a la Commonwealth
Si el discurso de hace un año denotaba tristeza, este año se observaba la pena de quien se enfrenta a su propia muerte, aunque esté convencido de que hay vida eterna. El mensaje del Rey estaba lleno de simbolismo. La palabra «Biencomún» la repitió 15 veces y la palabra «familia» la pronunciaba con añoranza al ser la suya prácticamente inexistente. «Me reconforta el corazón reflexionar sobre el modo en que la Commonwealth ha sido una constante en mi vida, una valiosa fuente de fuerza, inspiración y orgullo». Parece como si hubiera aprendido de Isabel II a querer a la Commonwealth; famosos fueron los tours de la Reina por medio mundo, mientras que él como Rey aún no ha podido iniciar ninguno. Precisamente fue el secretario privado de la Reina, Sir Christoper Geidt, quien ayudó a Carlos a «involucrarse más en la Commonwealth», según cuenta Valentine Low en Courtiers. Aunque como Príncipe de Gales visitó Canadá, Australia o Nueva Zelanda, «mientras su madre estaba profundamente comprometida con la familia de naciones, que surgió de los rescoldos del imperio británico (…), Carlos parecía menos interesado». Si la Reina Isabel fue cabeza de la llamada mancomunidad de naciones desde que accedió al trono, «no fue hasta 2018 cuando, después de mucho esfuerzo diplomático, los líderes de la Commonwealth aceptaron formalmente que Carlos sucedería a su madre al frente de esta organización».
El monarca repitió varias veces las palabras «unión» y «amistad» y, como si llenara el hueco de quien carece de hogar, añadía: «La familia de la Commonwealth es como el cableado de una casa y su gente es nuestra energía y nuestras ideas la corriente que corre por esos cables (…); nuestra diversidad es nuestra gran fuerza». Y, como si fuera un médico del espíritu, habló de la necesidad de «encontrar caminos para curarnos (…), unidos por los numerosos retos a los que nos enfrentamos ya sea cambio climático, la pérdida de la naturaleza o los cambios sociales y económicos que nos están trayendo las nuevas tecnologías», como la foto retocada por Kate Middleton que había publicado Kensington Palace un día antes y que originó el llamado Kate Gate.
Cuando el Rey hablaba de «la fuerza», erguía rápidamente la espalda, indicando su disposición a continuar al frente de la monarquía «para servirte con la mejor de mis posibilidades», con lo que parece que no contempla abdicar. «Juntos e individualmente, nos hacemos más fuertes, compartiendo perspectivas y experiencias (…) a nivel de naciones y por supuesto a nivel local»; y en ese momento bajaba los ojos y se producía un rápido cambio de plano, como si el realizador hubiera tenido que cortar la grabación.
Reloj, hoja de higuera y una sopera blanca de porcelana
La puesta en escena que le rodea también es propia de un Rey que aguarda su destino. En primer plano está flanqueado por dos elementos con significado trascendente: a su izquierda, un reloj clásico, tipo Old Town con números romanos, es el «tempus fugit». Nos recuerda el tiempo que le queda y que ahora más que nunca es una obsesión para él. En el centro resguarda sus manos detrás de una agenda; porque aún tiene asuntos pendientes y cuenta los días y las horas con los dedos entrelazados como en oración permanente. El Príncipe Harry confesó en sus memorias que su padre «reza por las noches» y, como buen anglicano, conoce el significado bíblico de cada elemento que ha mandado colocar en el escenario. A su derecha, una hoja de higuera semejante a la que Adán y Eva utilizaron tras comer del árbol prohibido. También Zaqueo se subió a una higuera para poder ver a Jesucristo. Asimismo, la hoja es símbolo de vida y del paraíso, al que a veces se llega en el momento menos previsto.
En segundo plano, una gran sopera blanca de porcelana sin tapadera hace de macetero. Podría haber sido de su abuela a la que adoraba porque hizo de madre cuando Isabel II se ausentaba durante meses para «servir a la gran familia imperial a la que todos pertenecemos», como dijo en su famoso discurso en Suráfrica donde, siendo aún Princesa, dedicó su vida a la Commonwealth. La vasija simboliza el alimento terrenal y espiritual que necesitamos. Las plantas encarnan la devoción de Carlos por la naturaleza y colocadas cerca de la sopera recuerdan la relación entre comida y medio ambiente. Detrás del Rey una parra virgen, sin flor, típica de los cottages ingleses; probablemente procede de uno de los jardines que el Rey cuida personalmente. Al ser una planta trepadora tiende a lo vertical, como la torre gótica de cualquier catedral que con sus capiteles afilados conectan la vista de lo terrenal a lo eterno, porque para Carlos III la naturaleza es una de sus mayores devociones. Precisamente la naturaleza junto al anglicanismo que lidera son los elementos en los que se está protegiendo, aunque según dicen ambos se están muriendo.
Finalmente, al fondo hay un biombo entre abierto o medio cerrado, según quiera interpretarse, donde se intuyen pinturas clásicas de ciudades ya que el paisajismo y preservar la belleza sin que la arquitectura moderna dañe a la vista son otras de sus prioridades. La ciudad representa la agitación mundana, que el postrero viaje dejará atrás eternamente. Que la arquitectura es importante para el Rey también lo anuncia su corbata de seda azul con un diseño geométrico repetido continuamente, una pieza que podría ser un puente unido al siguiente con líneas que forman triángulos… El traje azul, un pañuelo cuidadosamente colocado y oliendo a la fragancia francesa que más le gusta son el compás que mantiene a Su Majestad unido a este mundo en Pascua de Resurrección, su época favorita. Esperemos que, durante muchas primaveras, cuando la naturaleza florezca, podamos seguir diciendo: God Save This King! ¡Dios salve a este Rey!