El crimen de los Galindos: «Quedó irresuelto por una pésima investigación inicial»
El periodista Francisco Gil Chaparro publica 'Los Galindos. El crimen de los silencios'
Cinco cadáveres, uno con disparos de escopeta a quemarropa, dos con la cabeza destrozada por una pieza metálica dentada y otros dos calcinados, fue el saldo del crimen de Los Galindos, el cortijo de Paradas (Sevilla) escenario de una orgía de sangre que casi cincuenta años después sigue acumulando preguntas sin respuesta.
«El caso guarda muchos misterios sin resolver», ha asegurado a EFE el periodista Francisco Gil Chaparro, autor de Los Galindos. El crimen de los silencios, que la sevillana editorial El Paseo llevará a las librerías el próximo día 26, un año antes de que se cumpla casi medio siglo de estos cinco homicidios que quedaron sin resolver pese a los muchos indicios de que fueron ejecutados de manera improvisada y burda.
Después de treinta años estudiando el crimen y entrevistando a testigos, vecinos de Paradas, jueces, fiscales y abogados, Gil Chaparro, periodista de 65 años con una amplia trayectoria en la cobertura de sucesos, afirma que el crimen de Los Galindos quedó irresuelto por «una pésima investigación inicial».
«El primer juez no llegó al cortijo hasta 24 horas después de producirse las muertes, y medio pueblo de Paradas recorrió el escenario del crimen en las horas inmediatas», ha señalado Gil Chaparro, quien ahora ha enriquecido su investigación inicial sobre los sucesos con testimonios y fotografías inéditas, algunas del escenario del crimen.
El 22 de julio de 1975 alguien asesinó al capataz del cortijo de Los Galindos, un ex guardia civil apellidado Zapata, y a su esposa golpeándoles en la cabeza con la pieza metálica y dentada de una empacadora que se denomina «pajarito». Posteriormente, un tractorista apellidado Parrilla que pasó por el cortijo para cargar agua fue asesinado con tres tiros de escopeta y, finalmente, los cuerpos de otro tractorista apellidado González y su esposa fueron quemados en una gran pira de paja.
La Guardia Civil dio por concluida las investigaciones 25 días después de los hechos, concluyendo que había sido González el autor y que decidió suicidarse junto al cadáver de su esposa quemándose.
Esa conclusión, tan precipitada como insostenible, la atribuye Gil Chaparro a que el dueño del cortijo, exmilitar y aristócrata con títulos de Grandeza de España, consiguió que las autoridades de la dictadura echaran tierra sobre el asunto.
Ocho años después del crimen y ante el cúmulo de incongruencias, un juez decidió exhumar los cadáveres y, tras una nueva autopsia, se confirmó que González y su esposa también tenían la cabeza destrozada y que al tractorista, además, le habían seccionado las piernas y los brazos, con lo que difícilmente podía ser el autor del crimen.
El cadáver perdido del capataz
Además queda demostrado que González, una vez cometidos los homicidios del capataz Zapata y su esposa, fue al pueblo de Paradas a recoger a su esposa para, a las tres de la tarde, un día de julio, regresar urgentemente al cortijo vistiendo además sus mejores galas, para terminar calcinados en el fuego.
El cadáver de Zapata no fue hallado hasta tres días después del crimen, semioculto por un montón de paja junto a una tapia exterior del cortijo, por lo que en un primer momento se le achacaron las muertes.
Para mayor enrarecimiento, el dueño del cortijo, el marqués de Grañina, se quedó a dormir en Los Galindos la misma noche del crimen y las dos posteriores y, cuando fue interrogado por ello, adujo que tenía propiedades en el lugar -maquinaria y animales, entre otras- para dejarlas sin custodia.
Uno de los cinco hijos de Grañina, Juan Mateo Fernández de Cordova, publicó hace cinco años un libro titulado «El crimen de los Galindos: Toda la verdad», que Gil Chaparro juzga falto de rigor por más que culpe a su propio padre de haber sido, cuanto menos, encubridor de los crímenes.