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Pintura de Hector Leroux (1682–1740) que retrata a Pericles y Aspasia admirando la gigantesca estatua de Atenea, en el estudio de Fidias.

Pintura de Hector Leroux (1682–1740) que retrata a Pericles y Aspasia admirando la gigantesca estatua de Atenea, en el estudio de Fidias.

Pericles y Aspasia, la inmoralidad de los gobernantes

Pericles fue el político que consiguió el apoyo reiterado del pueblo, contribuyendo al embellecimiento general de la acrópolis de Atenas

El siglo V antes de Cristo marcó el momento de máximo apogeo de la democracia ateniense, democracia que poco tenía que ver con lo que entendemos ahora por ella, pues el pueblo, el demos, era una parte ínfima del total de la población. Ahora, al menos formalmente, el demos lo conforman una mayoría de la población, con derecho a voto. Pericles fue el político que consiguió el apoyo reiterado de este demos, contribuyendo al embellecimiento general de la acrópolis de Atenas, gracias a su política imperialista y al mal uso de los recursos de la liga Delo-Ática.

Plutarco escribió en sus Vidas paralelas a comienzos del siglo II, la vida de un romano y un griego. Al hablar de Pericles nos dice que este estadista estaba casado con una ateniense, con la que tuvo tres hijos, Calias, Jantipo y Paralo –aunque también se menciona que su esposa había tenido a su primer hijo de un anterior matrimonio con Hipónico–. Pero por la razón que fuere, se divorciaron.

Pericles había conocido a Aspasia, natural de Mileto en Asia Menor (hoy Turquía), que era conocida como hetaira –cortesana–. Según las leyes atenienses, todo ciudadano debía casarse con una ciudadana para que sus hijos fueran ciudadanos atenienses. A pesar de ello, Pericles hizo caso omiso de la ley que, una vez más, debía ser de estricto cumplimiento para todos menos para él, como alto dignatario. ¿Por qué hizo esto Pericles, arriesgándose a que el demos se lo echara en cara y dejara de votarle? Según Plutarco, prefirió a Aspasia porque era una «mujer sabia y astuta, además de que sabía dominar a los hombres». Y el demos le siguió votando, a pesar de los pesares.

Pericles tenía entre sus amigos a algunos sofistas, con los que Aspasia encajó perfectamente. Uno de ellos era Anaxágoras, filósofo un poco descreído respecto de las divinidades tradicionales, lo mismo que Pericles. Aspasia hablaba con todos ellos y era admirada, por lo excepcional de su caso. Según Plutarco, «el mismo Sócrates con sujetos bien conocidos frecuentó su casa, y varios de los que la trataron llevaban mujeres a que la oyesen».

Aspasia llegó a ser muy famosa, a pesar de su pésima reputación en el aspecto moral. No solo entre las mujeres, ni entre los filósofos, que se hacían voces de ella. Plutarco refiere que, según se decía, el mismo Ciro –rey de los persas– cambió el nombre de la más querida de sus concubinas, a la que pasó a llamar Aspasia. Por lo que parece, era un nombre de boca en boca, pero sobre todo de tálamo en tálamo.

Aspasia fue acusada del crimen de irreligión por el poeta Hermipo. Dice Plutarco –que cita a Esquines– que Pericles intercedió por Aspasia en el juicio, «vertió por ella muchas lágrimas, haciendo súplicas a los jueces». ¿Se imaginan a un jefe de Estado europeo en esas circunstancias? Hace unas décadas no hubiera sido imaginable, desde luego.

Algunas malas lenguas atribuyeron la guerra que emprendió Atenas contra Samos, por los enfrentamientos que éstos habían tenido con Mileto. Hasta aquí parece que llegó la influencia de esta mujer sobre el primero de los atenienses, el «padre» de la democracia, el «motor» de la liga Delo-Ática.

El estadista Pericles debía de estar locamente enamorado de su hetera. Recordemos que en esta época no se debían manifestar en público los sentimientos entre varón y mujer. De ahí que se diga con cierto desdén que lo que sedujo a Pericles fue una pasión amorosa. Un hombre seducido por sus pasiones era considerado un hombre poco racional. Y no solo eso, le daba un ósculo en la plaza pública. Los atenienses comenzaron a motejarla en las comedias con los apodos más hilarantes y deshonrosos.

Fruto de su relación amorosa, Aspasia y Pericles tuvieron un hijo. En la guerra o guerras del Peloponeso entre la Liga Deloática de un lado y la Liga Espartana de otro, que comienza en el 431 a.C., Pericles morirá víctima de la peste que asola a la ciudad de Atenas en el año 429. La viuda Aspasia le hará poco duelo, casándose de inmediato con el ateniense Lisicles, con quien tendrá otro vástago. El orador ateniense Esquines (siglo IV a.C.) dice que este Lisicles era carnicero, lo cual podía ser verdad. Pero además de eso, era uno de los amigos de Pericles y general ateniense. Lisicles murió en combate en el 428 a.C. cuando se dirigía hacia la isla de Mitilene para cobrar tributos, pues los isleños habían decidido separarse de la Liga de Delos. Los de Mitilene pagaron caro su intento de libertad, pues fueron sitiados y vencidos por los atenienses.

La pobre Aspasia se tuvo que conformar con ser la viuda de dos líderes atenienses, ricos, demócratas y con pocos escrúpulos a la hora de respetar las leyes que ellos mismos habían aprobado o apoyado, y de respetar la libertad de los otros pueblos y personas que no fueran los reducidos del demos ateniense. Todo esto según los autores de la Antigüedad que hemos citado, que pueden ser más o menos veraces. Quizá la mención de Aspasia como mujer que sedujo y controló a su esposo el estadista Pericles pueda ser, en cierta medida, una manera de desacreditarle. Lo cual no significa que todo ello sea mentira.

Aunque bien pensado, ¿no conocemos casos sucedidos en el siglo actual y el anterior de políticos que incumplen las leyes, dignatarios que son fácilmente seducidos y engañados, o banqueros y políticos que engañan a la opinión pública –cuerpo electoral o demos– en algunas ocasiones? O en muchas. Quien controla a la opinión pública, quien controla el relato, tiene una gran fuerza. Pero pasados los años, cuando los tiempos cambian y hay libertad –o más libertad–, la verdad de lo sucedido puede aflorar sin miedo a un castigo inmediato. 

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