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Don Pelayo por Ferrer-Dalmau

Don Pelayo por Ferrer-Dalmau

Primera parte

'Pelayo. XIII siglos': la marcha hacia Covadonga

Probablemente este año se cumplirá el decimo tercer centenario de Covadonga

Como con todos los mitos fundacionales de la historia remota, –mito no quiere decir mentira sino explicación sugestiva, simple, precientífica–, no podemos pedir precisión absoluta al famoso episodio en las faldas del Auseva, en el Macizo Central Cantábrico.

Sánchez-Albornoz se atreve a dar una fecha exacta, a finales de mayo, aunque señaló el 718 en vez del 722 que proponemos, valiéndose de la de la muerte documentada de un noble, Nuayim Ben Ab-del Rahman, que cayó en ese momento haciendo la yihad a los cristianos del norte y que no correspondería con algún otro homónimo una década después, en los Pirineos. No es prueba definitiva, pero fuese o no el lugarteniente de Al-Kama, podemos colegir que entre el 719 y el 730 una expedición punitiva musulmana se aventuró con más valor que prudencia entre los Picos de Europa, hermoso nombre para resultar uno de sus valladares, y que fue emboscada con éxito por los montañeses locales y algún godo refractario a las componendas. Las cifras ficticias de alguna crónica asturiana se explican por haber sido tomadas de la Biblia, pues qué mejor precedente que 300 macabeos, y los «caldeos», aunque 187.000 no cabrían, ni muertos ni vivos, ni allí ni casi en ningún sitio.

Haber dicho «mito fundacional», no supone juzgar invención a un episodio. Siempre hay una médula de verdad en los grandes relatos, desde Troya hasta la Conquista del Oeste, que pueden verse deformados en proporción al tiempo transcurrido entre la tradición oral y la primera tinta. En este caso los especialistas señalan cuatro fuentes musulmanas primarias, y siete secundarias deudoras de las anteriores. Y es axiomático que nadie inventa fracasos propios, ni se concierta con el enemigo para refrendar testimonios coincidentes en lo esencial. De modo que aunque se puedan cuestionar las crónicas alfonsinas, rotense, albeldense, ovetense…, llamadas así por el monasterio en la que los biznietos de los protagonistas escribieron, sabemos que tanto Al-Maqqari como Al-Cotiya, pese al poco crédito que pueda inspirar este segundo nombre, señalan una resistencia, cuyo jefe llamaron Belay Al-Rumí (de romano a cristiano). La bxp es habitual transposición bilabial. Este personaje podría haber estado como rehén en Córdoba, dentro de la política de conquista, en la que tal situación no era particularmente abusiva o deshonrosa para las partes, y que se acompañó del matrimonio de los conquistadores con mujeres locales, según su rango; por ejemplo la viuda de Rodrigo, Egilona, le toca al príncipe Ab Del Azid, (hijo de Muza y segundo valí de Al-Andalus) que por cierto, la trató mejor que su primer marido, pues lo cortés no quita lo valiente. Quiere la leyenda, y con ella también Jovellanos, que la hermana de Pelayo, Ermesinda o Adosinda, debía ser para un tal Munuza (Otman Ben Neza), que por cierto, como también «los moros», tiene calle en Gijón. Todo un ejemplo de «memoria histórica» nada revanchista.

Ya escapado de allí, o traído por las buenas por Munuza, nuestro personaje inicia, o se une a, una resistencia previa, en la que lo fiscal podía ser tan importante como lo religioso; los cristianos debía pagar un impuesto más que los conversos. Nuestro héroe podría haber sido un espatario de Rodrigo, o sea, un oficial de su guardia, de nobleza mediana, sangre goda, nombre romanizado y cierta vinculación con el país. Documentos posteriores le asocian con posesiones en dos pueblos pequeños; Brece, en Piloña y Tiñana en Siero. En todo caso sabía con quién se las gastaba y se «echó al monte», algo muy hispano siempre que pintan bastos.

Batalla de Covadonga

Batalla de Covadonga

Podemos deducir que hay un intento previo de integrarlo por las buenas en la nueva situación, desde su trato considerado al principio, intento de emparentamiento, incluso un ultimátum final ante la cueva, que la tradición personaliza en el supuesto obispo Oppas, el traductor colaboracionista que justamente penaría su traición allí. Este clérigo sería hijo del rey Égica, por ello hermano de Witiza, el penúltimo rey godo. La monarquía electiva permitió que Aquila, su hijo, perdiera las «elecciones» frente a Rodrigo, que había sido duque de la Bética, y ya habría enfrentado algún tanteo musulmán. Los witizanos fueron quienes contrataron una fuerza sarracena creyendo que les habría de servir con pago y vuelta, como una mehala de Franco. Pero nones. El trato se invirtió. No es preciso, aunque sí romántico, una afrenta de honor personal en la que Ulyan/«Don Julián», el conde de Ceuta, fuese godo, bereber, o bizantino descolocado, vengase a su hija por una rijosa noche toledana.

Pero volviendo a Oppas y al gran relato. El diálogo de la crónica en la que el eclesiástico se resigna y amenaza con las innumerables arenas del desierto, y el refractario irreductible de la cueva evoca la parábola del grano de mostaza; lo más pequeño, podrá ser grande, es de una emocionante belleza.

[Continúa en 'Pelayo. XIII siglos': Covadonga, la emboscada calculada]

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