Japón se reivindica ante Occidente: las guerras contra China y Rusia
Oriente iba a sufrir una serie de sacudidas bélicas que producirían algunos cambios de importancia en la región: Japón iniciaba una guerra contra China y Rusia, alzándose el país nipón como primera potencia asiática
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, el extremo Oriente iba a sufrir una serie de sacudidas bélicas que producirían algunos cambios de importancia en la región. Primero la guerra entre China y Japón (1894-1895), más tarde la guerra entre Japón y Rusia (1904-1905) significaría el surgimiento del país nipón como primer país asiático en pie de igualdad con las potencias occidentales. ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí? Hay que tener en cuenta varios factores.
La humillación de China
A lo largo del siglo XIX pudo contemplarse una lenta decadencia del todopoderoso y autosuficiente Imperio Chino. Las derrotas infringidas por las potencias occidentales en las guerras del opio (primero en 1839-1842; después en 1856-1860) y los humillantes Tratados desiguales que tras ellas se firmaron pusieron al milenario Imperio Quing en manifiesta debilidad.
La transformación de Japón
Por su parte, Japón había tenido una relación muy distinta con la aparición de Occidente. Las islas permanecieron relativamente aisladas durante la primera mitad del siglo XIX hasta que el Comodoro Perry, como representante de los Estados Unidos lanzó en 1853 una especie de ultimátum: o el país se abría al comercio de grado o se le obligaría a hacerlo por la fuerza. Cuando al año siguiente acabó el plazo, los japoneses, conscientes de su inferioridad bélica, accedieron a permitir los negocios estadounidenses en su país. La entrada de los occidentales con la imposición de sus exigencias y el movimiento de xenofobia nacional que produjeron como reacción hizo caer el gobierno japonés y producirse la restauración Meiji (1868).
Las élites japonesas supieron reconocer la fuerza de su enemigo e hicieron esfuerzos por asumirla
Durante este período una nueva generación de japoneses cultos, algunos de los cuales habían aprendido ya mucho de occidente, entró en las élites del nuevo régimen produciendo lo que muchos analistas han llamado el «milagro nipón»: una transformación vertiginosa de la sociedad hasta convertirla en una nación-estado comparable a las occidentales en apenas tres décadas.
Las reformas fueron radicales: se dio visibilidad al emperador como símbolo nacional sacándolo de ámbito de misterio, se fomentó el sintoísmo como religión nacional y elemento de cohesión social recusando el budismo, se mandó a muchos estudiantes a las universidades occidentales para que adquirieran su sabiduría y técnica, se acogió a cuantos sabios extranjeros quisieran establecerse en las islas, se toleró a los misioneros cristianos. Toda esta serie de medidas contrastan en gran medida con la actitud de China, al contrario de la suficiencia manchú, las élites japonesas, tradicionalmente militares (los samurái) supieron reconocer la fuerza de su enemigo e hicieron esfuerzos por asumirla. Como resultado en 1889 Japón contaba con una constitución bastante semejante a las occidentales.
Durante este tiempo los Meiji siempre tuvieron en mente un objetivo: revisar su relación de sumisión con los occidentales intentado ponerse a su misma altura. Diplomáticamente esto se traduciría en esfuerzos por revisar los tratados desiguales, por fin en 1894 Japón consigue firmar un tratado por el que Inglaterra renunciara a la extraterritorialidad judicial de sus paisanos en cinco años.
Japón, imitador de las potencias occidentales vio en este momento la necesidad de comenzar una política de expansión
La guerra por Corea
Ese mismo año Japón declararía la guerra a China por el control de la península de Corea. Este territorio se había mantenido al margen de la occidentalización y en dependencia de China durante el siglo XIX. Japón, imitador de las potencias occidentales vio en este momento la necesidad de comenzar una política de expansión y puso sus ojos en la vecina Corea.
La guerra entre las dos naciones asiáticas se saldó con una gran derrota para China. Una nueva humillación se sumaba a la cuenta del Imperio. Para Japón la victoria ratificaba su política de occidentalización. El Tratado de Shimoneski (1895) era un remedo de los tratados desiguales que occidente estaba firmando en Asia, la peculiaridad es que ahora era una nación asiática la que se lo imponía a otra.
Alegría y decepción
El paso de Corea a dominio japones, la cesión de la isla de Taiwan, la fuerte indemnización que le hicieron pagar a China, la apertura de puertos a los comerciantes japoneses, incluso el control del territorio propiamente chino de Liaodong, llenaron de alegría a los japoneses, que habían hecho un grandísimo esfuerzo, fiscal, militar y cultural por contarse entre las naciones dominadoras del planeta.
Sin embargo, esa alegría pronto se traduciría en decepción. Francia, Gran Bretaña y Rusia presionarían a Japón para que devolverá la península de Liaodong a China, cosa que se hizo al poco tiempo. La decepción fue grande pues Japón debía someterse de nuevo al dictado de las potencias Occidentales, cuando encima una de estas, Rusia, quiso poner una base militar en ese mismo territorio los japoneses se prepararon para reivindicar su honor y su fuerza.
La revancha: guerra entre Japón y Rusia
En efecto, los rusos necesitaban un puerto que no se congelara en invierno, y pensaron en Port Arthur, que utilizarían para uso de su Armada y como puerto comercial con pretensiones también en la península coreana. Japón tras algunas negociaciones fallidas, decidió en 1903 entrar en guerra con Rusia para mantener su dominio exclusivo de Corea. El 8 de febrero de 1904, los japoneses invadieron Port Arthur, desembarcaron tropas en Corea y hundieron varios buques de guerra rusos.
Durante todo aquel año el Ejército japonés logró mantener sus victorias de manera constante elevando el orgullo nacional y sorprendiendo al mundo entero. Era la primera vez que una nación asiática humillaba militarmente a un país occidental. El triunfo nipón tendría enormes consecuencias: la consolidación de su propio país como potencia a la altura de los occidentales, la oleada de admiración y simpatía que se dio hacia Japón entre todos los pueblos sometidos de Asia, y la crisis en el Imperio Ruso que llevaría a la revolución de 1905 contra los zares. En ese mismo año Japón firmaba un tratado de colaboración militar con Gran Bretaña. La transformación había sido realmente maravillosa.