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Representación de los últimos defensores de la ciudad hispana de Numancia se dieron muerte a sí mismos a fin de impedir que fueran capturados vivos por los romanos ('Numancia' de Alejo Vera)

«El oficial que tenga orden absoluta de conservar su puesto, a toda costa lo hará»

Esta orden es un excelente resumen del espíritu miliar, disciplina y sacrificio del comportamiento del Ejército español para el cumplimiento de este mandato. Se pueden poner muchísimos ejemplos, sin remontarnos a Sagunto y Numancia

Las Reales Ordenanzas de Carlos III estipulaban que «El oficial que tenga orden absoluta de conservar su puesto, a toda costa lo hará» (actualmente está adaptado a los nuevos procedimientos tácticos). Esta orden es un excelente resumen del espíritu miliar, disciplina y sacrificio.

Se pueden poner muchísimos ejemplos, sin remontarnos a Sagunto y Numancia, del heroico comportamiento de nuestro Ejército para el cumplimentar este mandato. Citaremos los asedios de Zaragoza y Gerona (1808 – 1809) durante la Guerra de la Independencia; el asedio del fuerte de San Felipe en El Callao del Perú (1824 – 1826); el sitio de Baler en Filipinas (1898 – 1899) y las innumerables posiciones españolas que aisladas resistieron estoicamente en las campañas de Marruecos (1909 – 1927), siendo Igueriben (1921) la más significativa.

No obstante, durante la Guerra Civil (1936 – 1939), los comportamientos del Ejército Popular de la República (EPR) y del Ejército Nacional (EN) fueron, al respecto, muy diferentes, especialmente en los casos de asedios.

El EN dio múltiples ejemplos del exacto cumplimiento de este clásico artículo de las ordenanzas militares:

Algunos culminaron con éxito, porque fueron oportunamente liberados: el Alcázar de Toledo y Oviedo, defendidos por los coroneles Moscardó y Aranda. En otros casos, sus jefes sucumbieron en su puesto: el Cuartel de Simancas de Gijón, defendido por el coronel Pinilla y el Santuario de Santa María de la Cabeza de Andújar (Jaén), defendido por el capitán Cortes. Otro caso fue el de Teruel, que fue asediado en diciembre de 1937. Agotadas las posibilidades de defensa, se rindió previa autorización de la superioridad, pero su jefe, el coronel Rey D´Harcourt, no abandonó su puesto y cayó prisionero (siendo asesinado posteriormente).

Sin embargo, no se puede contar lo mismo en el EPR: el coronel José Villalba defensor de Málaga, ante el ataque del EN (febrero de 1937), abandonó la plaza sin autorización y se negó a volver a ella, a pesar de las insistencias del Ministerio de la Guerra. Mientras que un hermano, el comandante Ricardo Villalba, era uno de los principales defensores del Alcázar.

El EN atacó y tomó Sigüenza (Guadalajara) a primeros de octubre de 1936. Unos 500 defensores se atrincheraron en la robusta catedral de esta población. El jefe de los mismos los arengó para resistir como en el Alcázar de Toledo. Pero el que tanto alentó a emular la hazaña del Alcázar, al día siguiente huyó, seguido por muchos más, dejando al resto de sus subordinados abandonados. El campesino jefe de la 46 División, del EPR, quedó cercado en Teruel, en febrero de 1938. No obstante, en vez de permanecer en su puesto, huyó de la plaza en un tanque, dejando a los suyos abandonados a su suerte.

En la Batalla del Ebro el repliegue de la cabeza de puente la decidió Tagüeña, jefe XV Cuerpo de Ejército del EPR (noviembre de 1938), con orden de defensa a toda costa, sin autorización ni conocimiento de sus superiores Modesto Guilloto y Vicente Rojo.

Estas diferentes actitudes pudieron deberse a que el EN se consideró, desde el principio, heredero natural de los seculares ejércitos españoles, conservando su espíritu militar, reflejado en las Ordenanzas. También, en la misma línea, guardaron los historiales de las unidades, empleos y divisas militares, saludos, condecoraciones, himnos y enseñas.

«¡No pasarán!»

Mientras tanto, el gobierno del Frente Popular organizó un nuevo Ejército (EPR) a semejanza del Ejército Rojo de la URSS, rompiendo con todas las tradiciones militares españolas, anteriormente citadas, y por lo que se ve, también con el espíritu de las Reales Ordenanzas del rey Carlos III, y en especial con su mandato de: «El oficial que tenga orden absoluta de conservar su puesto, a toda costa lo hará».

También pudo influir el mal ejemplo del gobierno de Frente Popular que, con las columnas nacionales a las puertas de Madrid, abandonó la capital de España, el 6 de noviembre de 1936. A pesar, del famoso lema de «¡No pasarán!» pero, por si acaso, huyeron.

La propaganda de guerra del Frente Popular trató de contrarrestar las heroicas defensas de las posiciones nacionales asediadas, especialmente del Alcázar de Toledo que tuvo, y tiene, un gran impacto nacional e internacional. Para ello, difundieron la consigna del «Asedio de Madrid», con gran éxito, a pesar de que la capital de España, aunque estuvo en la línea del frente, nunca llegó a estar asediada, manteniendo siempre abiertas las comunicaciones con el sur y levante peninsular, en una ancha franja de terreno de unos 30 km.