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Batalla de Covadonga

NEOS Historia

De Pelayo y los 'Pelayos'

El relato en torno a Pelayo seguiría creciendo conforme pasasen los años, adquiriendo nuevas personalidades y nuevos valores

En mayo de 2022 se vendría a cumplir un aniversario redondo –trece siglos– de un acontecimiento tan sugerente como controvertido como es la batalla de Covadonga. Lo señalamos en condicional puesto que la fecha que se conmemora, con la poco frecuente exactitud de proponer el 30 de mayo de 722, deriva de la interpretación que en su momento hizo el ilustre medievalista Claudio Sánchez-Albornoz en sus investigaciones. En ellas, el historiador abulense encontró una referencia a cierto Nu’aym ibn ‘Abd al-Rahman que en esa fecha encontraría la muerte practicando la yihad en al-Andalus; algo que según él solamente podría haber sido en el marco del enfrentamiento del Auseva. Pese a algunas observaciones posibles, se trata con todo de una propuesta razonable y que goza de cierta aceptación entre los círculos académicos junto a otras opciones que bien adelantan o atrasan el acontecimiento algunos años.

En todo caso, la efeméride no parece por el momento haber atraído la atención de instituciones y entidades oficiales como hace cuatro años se conmemoró bajo la fecha también posible de 718. Tampoco, con mucho, como cuando en 1918 la rememoración de Covadonga se convirtió en verdadero asunto de Estado. No obstante, la posibilidad de recordar este mes los sucesos pelagianos ha hecho que algunos medios de comunicación e instituciones más o menos locales sitúen entre sus páginas o entre los actos culturales que organizan alguna referencia a Pelayo, a su época, sus gestas o los misterios en torno a su ignorada biografía.

Y es que poco se conoce sobre la figura de Pelayo, y aún menos es lo que puede tenerse por seguro. La cronística más inmediata a los sucesos de su vida y que aporta algo de información más allá de su nombre –las Crónicas asturianas, unos textos escritos a los ciento cincuenta años de su fallecimiento al calor de la entonces triunfante monarquía– dedican casi la mitad de su extensión a relatar con detalles y diálogos el desarrollo de la batalla, pero una vez lograda la victoria se limitan a decir que Pelayo reinó diecinueve años en Cangas de Onís y allí murió. Nada más se dice de su vida, y tal laconismo explica que no pocas veces se haya dudado de su propia existencia o incluso asegurado su pertenencia al mundo de la mitología épica. Sin embargo, bien pensado, nada más resultó necesario, pues la semilla del hito en que se convertiría desde entonces ya estaba plantada.

No extraña, pues, que a lo largo de la Edad Media hispánica Pelayo se convirtiera en un referente de origen de todos aquellos reyes que querían legitimar su poder o simplemente prestigiar su trono, enarbolando en no pocas ocasiones su condición de descendientes de Pelayo y –como arma ideológica de primer orden– continuadores de su labor. Algo propio de monarcas de León y de Castilla, pero también de las casas portuguesa, navarra o aragonesa, pues conviene recordar las «reutilizaciones» de las leyendas plenomedievales aplicadas a Pelayo en otros fundadores dinásticos como Íñigo Arista, Afonso Henriques o García Ximénez de Sobrarbe: todos ellos, como Constantino siglos atrás en Puente Milvio, vieron milagrosamente una cruz en el cielo que los animaría a presentar batalla contra el musulmán y dar con ello inicio a sus respectivas dinastías. Historias que aparecen para explicar unos orígenes lejanos, más tempranamente en el caso del asturiano que en sus «homólogos orientales», y que quizá hagan considerar a Pelayo entre ellos digno de lo primer titol de rey de Hispanya, en palabras del cronista catalán del siglo XV Pere Tomic.

Pelayo según la literatura

El relato en torno a Pelayo seguiría creciendo conforme pasasen los años, adquiriendo nuevas personalidades y nuevos valores. Superando el ámbito de lo estrictamente político o monárquico, Pelayo acabará siendo también un personaje que colonizará las páginas literarias de la épica. Así se explica que, por ejemplo, en el siglo XV Pedro del Corral lo convierta en personaje fundamental de su Crónica sarracina para contar las leyendas del Rey Rodrigo y el final del reino de Toledo. No debe llamar a engaño el título, pues no es un texto histórico sino una novela de caballerías propia de la época, en la que menudean las profecías y milagros, las afrentas, venganzas y torneos o los amores cortesanos. Y aquí la desconocida biografía de Pelayo es completada libremente: se le enaltece como el héroe épico que nace de amores secretos al estilo de Amadís o como el futuro liberador del pueblo cautivo salvándolo de un cesto que flota Tajo abajo en clara referencia mosaica.

Don Pelayo en Covadonga por Luis de Madrazo, 1855

Pelayo y su escueta biografía –en cambio, conocido y reconocible a todos los niveles sociales– se prestan como pocos a un ejercicio literario que lo convierte con facilidad en símbolo popular. Avanzando en el tiempo, en pleno siglo ilustrado, Jovellanos lo hizo protagonista de la obra que titulará con su propio nombre –el Pelayo, de 1769, pese a posteriores cambios de título ajenos a su autor– para simbolizar el buen gobierno. En la obra del gijonés, Pelayo no es ya el héroe que lucha por la liberación de un pueblo cristiano o una identidad anterior frente a los conquistadores, sino más bien la personificación del racionalismo que lucha contra un gobernante déspota que antepone sus propias pasiones y sucumbe a ellas. Reacciona a la afrenta sobre su hermana, símbolo inequívoco de la patria cautiva, pero desencadenando una guerra de la razón contra las pasiones antes que una lucha de religión o identidades nacionales.

No obstante, acabaría convirtiéndose en eso precisamente cuando décadas después, durante la Francesada, este y otros Pelayos –pues las últimas décadas del XVIII mostraron una singular fertilidad para los dramas de asunto pelagiano, con importantes autores como Moratín, Quintana o Vargas Ponce entre otros– se representaban en los escenarios madrileños en 1808. Entre ellos quizá triunfó más que ninguno el de El alba y el sol de Vélez de Guevara, que se prestaba al perfecto paralelismo de una patria sometida a poderes foráneos gracias a colaboraciones y traiciones de «afrancesados medievales», en un ejercicio de resistencia cultural en los teatros del Madrid de José Bonaparte.

Indiscutible es su realidad y su existencia y resulta inseparable su noción simbólica o mítica

Pelayo había traspasado su naturaleza histórica con mucho y para siempre. Por supuesto, su biografía histórica seguía siendo esquiva por la escasez y laconismo de las fuentes, y aún hoy pocos datos más ha podido aportar la historia más científica desde el siglo XIX. Pero, indiscutible su realidad y su existencia, de su personalidad resulta inseparable su noción simbólica o mítica que lo ha convertido en potente imagen que personifica los valores de la época que se pretenda: arranque dinástico, valeroso caballero andante, racional gobernador, leal opositor al invasor... y tantos otros Pelayos que antes y después han ido surgiendo en España y fuera de ella –desde óperas en Italia a cuentos breves en Estados Unidos, poemas épicos en Inglaterra o novelas en Portugal…– y pueden aún surgir. Forma parte de su biografía, no ya la histórica sino la historiográfica o literaria, esa transformación y uso al que se le somete.

De algún modo apareció así ya desde un principio, antes incluso que en las Crónicas asturianas del 883: a comienzos de ese siglo, el preámbulo de una donación de su biznieto Alfonso «el Casto» contiene la primera mención que se hace a Pelayo en la Historia. Y se hace como el siervo de Dios al cual afortunadamente preservó de sufrir el castigo godo de la invasión musulmana para ser elevado al cargo de Rey y dar origen a un reino y una dinastía nuevos. Si así hacía aparición en la historiografía el personaje de Pelayo, ¿cómo no iba a transformarse a lo largo de los siglos en su valor como símbolo? Por eso, en este mes de mayo que quizá pudo haber tenido lugar su victoria montañosa, conviene recordarlo y distinguir a Pelayo y los Pelayos.