La noche del 17 de enero de 1961, después de varios días de torturas el primer ministro de la República Democrática del Congo, Patrice Lumumba, era fusilado por órdenes directas de Washington y Bruselas. Tanto para la gran potencia estadounidense como para Bélgica, la antigua potencia colonial, el Congo era de gran interés económico por ser una zona rica en minas de cobalto, por lo que, declarada independencia del país, las potencias occidentales maniobraron para declarar forzosamente la escisión de Katanga (importante zona minera), la caída del gobierno de Lumumba y el golpe militar de Mobutu.
El recién elegido presidente y gran defensor panafricanista pidió ayuda a las Naciones Unidas; sin embargo ésta declaró el problema como un «conflicto interno». Tras la negativa de la ONU de prestar su ayuda, Lumumba pidió socorro a la URSS, lo que fue su sentencia de muerte. Washington utilizó esto de excusa para poder deshacerse de la persona que entorpecía sus intereses económicos. Ahora, el presidente congoleño era visto como «aliado de la URSS» y tenía que ser eliminado. Tras ser ejecutado junto a uno de los ministros de su Gobierno y el presidente del Parlamento, sus restos fueron disueltos en ácido y esparcidos para que no tuviesen un lugar de culto en el país. Años más tarde, el dictador Mobutu, títere del colonialismo, declaró a Lumumba héroe nacional como estrategia para la unidad del país.
Patrice Lumumba quiso aflojar los grilletes coloniales y éstos decidieron acabar con su vida.