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Una de las víctimas desconocidas de los experimentos del Escuadrón 731

Shiro Ishii, el médico que experimentó con humanos en la Segunda Guerra Mundial y no fue juzgado

Infectar prisioneros con enfermedades, amputarles sin anestesia o cambiarles de sitio órganos del cuerpo: las atrocidades del Escuadrón 731 nunca fueron castigadas

«No llevar otro propósito que el bien y la salud de los enfermos», fue la base del juramento que Hipócrates les hizo hacer a sus discípulos, que practicarían la medicina por el mundo. Después de dos milenios, la concepción del griego continúa siendo pilar fundamental de la ética médica a nivel global, pero no para todos.

Shiro Ishii

Shiro Ishii (Shibayama, Prefectura de Chiba, 25 de junio de 1892-Tokio, 9 de octubre de 1959) fue médico japonés durante la Segunda Guerra Mundial y el máximo responsable del desarrollo de un programa de investigación de armas biológicas y químicas con seres humanos como conejillos de indias. Sin importarle ni un ápice la dignidad humana creó el Escuadrón 731 que llevó a cabo infecciones con enfermedades a los prisioneros de guerra, amputarles sin anestesia o cambiarles de sitio órganos del cuerpo. Bajo su espalda recaen una serie de atrocidades y crímenes de guerra por los que no fue juzgado y de los que nadie supo nada.

Tras doctorarse, Ishii viajó en 1928 por Europa y Estados Unidos como agradado militar con la finalidad de recabar información sobre el uso de armas químicas y bacteriológicas que se llevó a cabo durante la Primera Guerra Mundial. En 1930 fue ascendido a comandante y nombrado profesor de Inmunología de la Facultad de Medicina del Ejército en Tokio y en 1936 le encargaron la supervisión de los departamentos en las zonas ocupadas de China de prevención epidémica, nombre que pusieron a uno de los mayores secretos del Ejército japonés: un proyecto de investigación y desarrollo de armas biológicas que prepararía los cimientos del llamado Escuadrón 731.

Experimentos con humanos

Imagen de archivo del Escuadrón 731

En 1939 este microbiólogo ya controlaba una extensa red de centros ubicados en Harbin, Beijing, Nangjin, Guangzhou, Singapur y Tokio en los que llevaron a cabo ensayos biológicos inyectando a hombres, mujeres, niños, bebés, ancianos y prisioneros rusos y chinos todo tipo de virus y bacterias para provocarles enfermedades como la peste bubónica, cólera, fiebre tifoidea, tuberculosis, sífilis, gonorrea, disentería, viruela...

Sus avances le valieron para que en 1940 fuese nombrado jefe de la Sección de Guerra Biológica del Ejército de Kwantung y en los años finales de la Segunda Guerra Mundial ejerció como jefe de la Sección del Primer Ejército.

Las personas internas en estos laboratorios eran obligados a comer alimentos infectados o beber líquidos contaminados. También servían como cobayas de laboratorio para probar la eficacia de las armas convencionales y de agentes químicos y biológicos como arma de guerra.

No satisfecho con los resultados de sus experimentos, Ishii decidió investigar sobre el límite del cuerpo humano y sometió a sus víctimas a la amputación de sus extremidades sin anestesia. Exponía a los prisioneros a temperaturas extremas durante los meses más fríos del año con la ropa mojada y luego se estudiaban diferentes formas de reanimación, también llegaron a congelar y descongelar los brazos y piernas de estas personas para luego estudiar a qué temperatura se desprendían la piel y los músculos. El proporcionar a sus «pacientes» dosis letales de rayos X, la asfixia, quemarles con lanzallamas, exponerles a gases, deshidratarles hasta la muerte o inyectarles sangre de animales eran algunas de las macabras y espeluznantes torturas que se realizaban en el Escuadrón 731.

Nunca fue procesado

Viendo que su gran Imperio tenía todas las de perder, todas las pruebas, documentos en papel o en película que se hicieron de todos los experimentos fueron destruidas. Los laboratorios del Escuadrón 731 fueron destruidos tras asesinar a todos los prisioneros sanos o infectados, así como de los trabajadores civiles mediante inyecciones de cianuro potásico para eliminar cualquier vestigio de su existencia.

Se estima que pudieron haber sido 12.000 las víctimas asesinadas directamente, aunque algunos historiadores elevan la cifra a 200.000 muertes. Mientras que las muertes provocadas por las epidemias podrían estar en 580.000.

A diferencia que los médicos nazis que fueron juzgados por un Tribunal Militar Internacional en los Juicios de Núremberg en los que fueron condenados a muerte o cadena perpetua en prisión, para ninguno de los médicos implicados en las torturas del Escuadrón 731 hubo juicio. Solamente doce oficiales japoneses de bajo rango fueron juzgados por la Unión Soviética en Siberia en 1949 y las penas fueron de entre 2 a 25 años de cárcel.

En cuanto Ishii, quien fingió su propia muerte para intentar huir, fue arrestado por los estadounidenses en 1946 pero logró negociar la inculpación y la inmunidad en el Juicio de Tokio (Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente) para él y otros miembros del Escuadrón 731 a cambio de los resultados obtenidos de sus experimentos con seres humanos. Ningún medio informó sobre estos crímenes e Ishii nunca llegó a ser juzgado por crímenes de guerra. Permaneció en Japón donde abrió una clínica en la cual atendía gratuitamente a sus pacientes. En sus últimos años se convirtió al cristianismo. Murió a los 67 años por un cáncer de garganta llevándose consigo el secreto más oscuro del Gobierno japonés en la Segunda Guerra Mundial.