Cixí, la última Emperatriz china: de concubina a gobernar un imperio
Se convirtió en una de las mujeres más importantes del siglo XIX y responsable de la gobernación de China durante 47 años
En el ocaso de la China imperial, una mujer ejerció el poder con ambición y determinación. Su lema era «zi-quiang», es decir hacer «hacer fuerte a China». Esta fue Cixí, la última de la dinastía manchú Qing, que supo gobernar con mano de hierro y no titubeó en eliminar a todo aquel –ya fuese dentro o fuera de la Ciudad Prohibida– que se entrometiese en su camino. Con esa determinación se enfrentó a Japón, a Occidente.
Nació en 1835 en el seno de una familia humilde, sin saber que se convertiría en una de las mujeres más importantes del siglo XIX y responsable de la gobernación de China durante 47 años. Admirada por su cautivadora belleza y su desafiante personalidad, pero también temida por su crueldad con sus enemigos.
La concubina favorita del Emperador
Tenía 15 años cuando ella y otras 200 jóvenes se presentaron en la Ciudad Prohibida como candidatas para ser las concubinas del Emperador. De entre las muchachas que fueron ofrecidas a Xianfeng (1831-1861), Cixí, también conocida como Orquídea, fue una de las pocas elegidas, convirtiéndose así en noble de la corte china. Con gran astucia y movida por sus ambiciones, se iría abriendo paso y subiendo escalones en la jerarquía cortesana. Pronto tendría el favor y se convertiría en una de las preferidas del Emperador; no solo por su belleza, sino también porque podía leer y escribir chino, algo poco común entre las concubinas.
Su cercanía al monarca y su capacidad le valieron para estar junto a él en los momentos de mayor confidencialidad del reino leyendo y escribiendo los comunicados. Esto le permitió comprender mejor las prácticas de gobierno y adentrarse en las artimañas de la corte de Pekín. El afecto y la confianza del Emperador por la bella e inteligente joven fue aumentando hasta llegar a otorgar a su cautivadora amante el prestigioso título de Concubina imperial. Tiempo más tarde, ya fuese por amor o estrategia, Cixí consiguió darle un heredero al Emperador que nació el 27 de abril de 1856, le pusieron el nombre de Tongzhi y se convertiría en el primero en la línea sucesoria –la Emperatriz titular, Ci’an no había conseguido darle un hijo antes–. Con el nacimiento de su hijo, Cixí se aseguraba un puesto dentro del Palacio y pasaba así de concubina imperial a ser la segunda mujer del monarca y Emperatriz del Palacio de Poniente. Sin embargo, sería la Emperatriz titular (Ci'an) la responsable de la crianza y educación del pequeño heredero, tal y como lo establecía la tradición china en aquellos tiempos.
Asegurada su posición en la corte, la Emperatriz Cixí comenzó a tener una presencia clave en la política del imperio ayudando al Emperador con las tareas de gobierno. Pero en 1860 vuelve a estallar un conflicto contra Gran Bretaña y Francia por el comercio del opio y ante la amenaza de que los ejércitos occidentales entrasen en la Ciudad Prohibida, la familia imperial huyó para refugiarse en su residencia de caza. Exhausto y afectado por el consumo del opio, el Emperador moría, dejando tras de sí a su heredero de cinco años, un consejo de regencia formado por los nobles tradicionalistas que habían apoyado la guerra con Occidente, y un país destrozado por los conflictos externos e internos.
Hacer fuerte a China
Cixí consciente de que era necesario abrir China para prosperar, ideó un astuto golpe de Estado contra la regencia tradicionalista en la que no hizo falta llegar a las armas y junto a la complicidad de los dos hermanos del difunto monarca, logró que la regencia recayera en ella y en la Emperatriz Ci'an. Ambas se repartieron las tareas: mientras que la esposa oficial de Xianfeng se ocupaba de la intendencia del palacio y del nombramiento de funcionarios; ella controlaba todo lo demás.
Cixí quería modernizar China para impulsar la economía y evitar la sumisión a Occidente, pero también sabía que apostar por unas reformas le traerían oposiciones del pueblo, la nobleza y los funcionarios que en su mayoría aborrecían a los bárbaros occidentales. El objetivo de la Emperatriz era hacer fuerte a China y pese a las críticas logró pacificar el país, saneó las cuentas, creó una armada y promovió la apertura al mundo con la ayuda de occidentales como el británico Robert Hart quien estuvo a cargo durante casi 50 años de las aduanas chinas y fue fiel colaborador de la regente.
Cuando su hijo Tongzhi cumple la mayoría de edad, Cixí tuvo que retirarse en 1873 (sin dejar de controlar todo en las sobras), pero apenas dos años de su subida al trono, el joven Emperador fallece por lo que las dos emperatrices vuelven a asumir el gobierno. Su alianza duró hasta que Ci'an fallece con 43 años. Sola y consciente de la falta de un heredero directo ya que Tongzhi había muerto sin descendencia, eligió a su sobrino, el pequeño Guangxu como próximo Emperador que al igual que el anterior sería una marioneta en sus manos.
En 1900 se produce en China el levantamiento de los Bóxer, rebelión de un sector de la sociedad china que culpaba a los occidentales de todos los males que estaba padeciendo el país. El apoyo de la Emperatriz a estos duros levantamientos donde fueron asesinados miles de extranjeros, progresistas y cristianos fue un grave error que le costó la derrota y la entrada de las tropas internacionales en Pekín. Determinada a fortalecer a su país publicó el insólito «Decreto del Remordimiento», en el que se reprochaba a sí misma las consecuencias de la guerra, anunció reformas que cambiaban las estrictas normas sociales e incluso transformó China en una monarquía constitucional. Su gran reforma fue parada por la muerte que llamó a su puerta el 15 de noviembre de 1908.