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Los ataúdes de diez atletas israelíes asesinados en la masacre

Los ataúdes de diez atletas israelíes asesinados en la masacreDavid Endy Eldan / Wikimedia Commons

50 años de la masacre de Múnich: las doce muertes que no consiguieron parar unos Juegos Olímpicos

A pesar de las miles de peticiones para cancelar el evento olímpico, al día siguiente los juegos continuaron con el programa previsto tras un acto en homenaje a los atletas israelíes

El cinco de septiembre de 1972, once miembros de la delegación israelí y un oficial de policía alemán eran asesinados en la villa olímpica y el aeródromo de Fürstenfeldbruck a manos del grupo terrorista palestino Septiembre Negro. Sin embargo, a pesar del atentado, la organización decidió continuar con la competición.

El comando formado por ocho hombres secuestró y ejecutó a los deportistas tras una fallida intervención de los cuerpos de seguridad alemanes, que acabaron con la vida de cinco asaltantes.

Eran las 4:40 h de la madrugada del día cinco, los miembros de Septiembre Negro saltaron las verjas de la Villa Olímpica y vestidos con trajes deportivos y camuflando las armas y los explosivos en las bolsas de deporte entraron en los apartamentos donde los atletas dormían. Su objetivo era claro: la delegación olímpica de Israel. El ruido alertó al entrenador del equipo de halterofilia, Moshe Weinberger, que despertó y avisó a sus compañeros. Gracias a este momento de confusión, nueve atletas consiguieron escapar, quedando atrás otros ocho miembros que fueron hechos prisioneros en el edifico.

Weinberger intentó atacar a los terroristas con un cuchillo de fruta y el levantador de pesas Josef Romano arrebató el arma a uno de ellos, sin embargo ambos fueron asesinados en el acto.

Para liberar a los rehenes, los atacantes exigieron la liberación de más de 200 prisioneros palestinos en cárceles israelíes antes de las nueve de la mañana. Tras varias negociaciones se consiguió extender el tiempo hasta las 17:00 h. A lo largo del día acudieron a la villa el ministro de Interior alemán Hans-Dietrich Genscher y el embajador israelí, que comunicó que su gobierno no negociaría con los terroristas. A pesar del miedo y la confusión, la organización de los Juegos no decidió interrumpirlos hasta las tres de la tarde.

El tiempo se les echaba encima y las negociaciones no llegaban a ningún sitio hasta que los terroristas deciden volar a El Cairo. Los miembros de Septiembre Negro junto con los rehenes son trasladados en dos helicópteros al aeródromo militar de Füestenfeldbruck donde aguardaban las fuerzas de seguridad alemanas para tenderles una trampa. Al llegar a su destino, cuatro de los hombres armados bajaron de uno de los helicópteros para comprobar que su salida hacia El Cairo en el avión que les estaban proporcionando era seguro. Pero al volver junto a sus compañeros, fueron tiroteados por francotiradores de la Policía alemana haciendo que los terroristas se atrincherasen en los helicópteros. Desesperados y sin opción de salida, uno de ellos detona una granada en el interior de uno de los aparatos matando a todas las personas en su interior. Cinco de los terroristas fueron abatidos por los agentes de policía y otros tres fueron arrestados. Ninguno de los rehenes sobrevivió. A pesar de las miles de peticiones para cancelar el evento olímpico, al día siguiente los juegos continuaron con el programa previsto tras un acto en homenaje a los atletas israelíes.

Poco tiempo después de la tragedia, la entonces primera ministra de Israel, Golda Meir, declaró ante el Parlamento de su país la «guerra contra el terrorismo» y creó un comité secreto para identificar a los responsables del ataque encargando al Mossad, una de las agencias de inteligencia de Israel, su búsqueda y asesinato. «Tenían que pagar un precio por llevar a cabo un acto de terrorismo. No sólo se trataba de hacer justicio, no se trataba de ojo por ojo y diente por diente, sino de tratar de crear un efecto disuasorio», explicó Efraim Halevy, quien dirigió el Mossad de 1998 a 2002.

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