200 días de guerra... y lo que nos queda
Lo cierto es que tras 200 días de guerra sólo hay un análisis cierto: la guerra está estancada, lo que se traduce en más muertos, destrucción y crisis
La Guerra de Ucrania ha hecho explotar una situación de tensión entre Occidente y Rusia que llevaba muchos años fraguándose.
Desde los años noventa Rusia intentó llevar a cabo una política de ingeniería diplomática que atase en corto los territorios postsoviéticos, dichos tratados intentaron retener influencia determinante para Moscú cuyo único objetivo era establecer un espacio, por lo menos, neutral en esas latitudes.
La incapacidad de Moscú para retener el poder en esa zona, el auge del nacionalismo e identitarismo frente a Rusia pero, paradójicamente, frente a Occidente crearon organizaciones como Visegrado que sólo ha ayudado a tensar aún más la zona.
Ucrania, estratégica para todo actor que desee posicionarse en la región del Este de Europa no iba a ser menos. La oligarquía postsoviética y prorrusa del país tuvo una época de gobierno que abarcó desde 1991 hasta 2005, hasta la Revolución Naranja, una revolución nacionalista ucraniana y pro occidental, germen del posterior Maidán.
Rusia intentó llevar a cabo una política de ingeniería diplomática que atase en corto los territorios postsoviéticos
La Guerra Civil que comenzó en 2014 con la separación de facto de Donetsk y Lugansk sólo evidenció una realidad latente: Ucrania es un país escindido entre dos grandes grupos étnicos: rusos y ucranianos que, con la radicalización política, han abierto una brecha insalvable entre ambas comunidades, sus concepciones del poder y del propio estado. Ambas comunidades han sido manejadas por Moscú y Occidente a través del gobierno de Kiev respectivamente.
La inconsciencia de ambos grupos y sus líderes a la hora de tratar un conflicto civil que no ha sido sólo una guerra interna entre ucranianos sino que se ha convertido en un auténtica línea de fractura que ha enfrentado a ucranianos étnicos, que se arrogan el derecho a dominar el país por su condición ucrania y lideran el colectivo de eslavos occidentales; definidos como antirrusos hasta tal extremo que han provocado un cisma religioso ortodoxo frente a la comunidad rusa que entiende que Ucrania como tal no existe, es una creación soviética dando carta de naturaleza ucraniana sólo a la región occidental del país (la antigua Galitzia) y el deseo de ser integrados a Rusia o, en su defecto, vivir en una Ucrania rusificada ha sido en el fondo el origen de la guerra.
Este idealismo ucranio y ruso, mutuamente excluyentes e imposible de aplicar en términos moderados y de convivencia a nivel político, se convirtió en el agente vehicular que provocó que desde ese idealismo se desarrollaran posiciones realistas de dominio sobre el terreno: Occidente se apoyó en los gobiernos ucranianos de Kiev a fin de obtener primacía en la influencia sobre el país que se tradujo en inclusión de Ucrania en organizaciones internacionales afines a Occidente, contratos para la obtención de recursos, refuerzo en el mar Negro y primacía en la frontera del enemigo ruso.
Desde Rusia la primacía se perdió en 2014 por lo que sólo podían llevar a cabo una posición defensiva manteniendo Crimea y Sebastopol de forma definitiva, integrada en la Federación; desde donde dominar el norte del Mar Negro de forma incontestable siendo que Donbás y su estatuto sí era negociable durante ocho años. De ahí el uso de Moscú de diferentes foros, tratados y protocolos para ganar tiempo, en el peor de los casos, y en el mejor al menos retener influencia a través de un acuerdo de neutralidad a cambio de Donbás.
Sin embargo la ventaja occidental, que llevaba la iniciativa diplomática en Kiev, frente a Moscú que empezó a desarrollar posiciones defensivas y a sentirse amenazada por el incontestable apoyo occidental hizo que Rusia se planteara que sólo había dos opciones: imponer su influencia por la fuerza al costo que fuera derrocando al gobierno con «una operación militar especial» (cosa que no se ha logrado) o, en su defecto, establecer un colchón entre Crimea y la frontera con Bielorrusia que abarcara todo el río Dniéper en caso de que el golpe de mano fallara y desembocara en una inevitable guerra.
La ingeniería financiera y económica de Rusia está aguantando mientras que la occidental da algunos signos de crisis futura y se teme el invierno
Esta operación comenzó con el reconocimiento de las Repúblicas de Donetsk y Lugansk en febrero de 2022 y la posterior guerra días después y que aún se lleva a cabo, en la cual se ha evidenciado el apoyo a Ucrania por Occidente con el envío de armamento, voluntarios y sanciones leoninas a Rusia que también está afectando a las economías occidentales y que buscan derrocar a Putin o forzar una crisis económica y financiera que haga que Moscú, agotado, se rinda. Sin embargo la ingeniería financiera y económica de Rusia está aguantando mientras que la occidental da algunos signos de crisis futura y se teme el invierno.
Las operaciones militares rusas, que chocaron con el anticuado ejército ucraniano y con las mejores armadas y entrenadas milicias de corte nacionalista ucraniana más la Legión Extranjera Ucraniana hizo que los avances rusos, que al principio pecaron de subestimar al enemigo, pasaran por una fase de estancamiento que con el empleo concienzudo de material militar de última generación se está intentando superar aunque el ritmo nos hace ver que, a pesar de los avances, la guerra tiene más características de estancamiento que de dinamismo.
Uno de los motivos fue que al principio se usó material anticuado de los polvorines rusos, repletos a rebosar tras años de acumulación y fabricación de armas, además los soldados eran jóvenes reclutas en vez de las profesionales unidades rusas ya que Moscú pensó que la campaña sería un paseo, de ahí que tuvieran que desplegar chechenos y spetsnaz al poco tiempo. La actual guerra tecnológica demostró que el uso de ese armamento y la estrategia de grandes frentes cuyo número, pero no la formación de los soldados, era más un lastre que una ventaja por lo que Rusia decidió cambiar la estrategia y comenzó a avanzar sobre el terreno de forma tímida desde el mes de mayo.
La Guerra de Ucrania ha hecho explotar una situación de tensión entre Occidente y Rusia que llevaba muchos años fraguándose
Por otro lado los ucranianos, como hemos señalado, cuyo ejército estaba anticuado pero las milicias estaban bien formadas y armadas pudo resistir por el apoyo internacional que entregó no sólo armamento sino inteligencia. Eso sumado al apoyo de la población ucraniana a Zelenski y de sectores de ruso-ucranianos en contra de la guerra ha hecho que el país esté aguantando la embestida rusa pero que, aunque esté perdiendo terreno lo haga a una velocidad muy lenta.
Lo cierto es que esta guerra, que es una guerra de línea de fractura interétnica, puede recordar a los crueles conflictos de las guerras balcánicas que sembraron de muerte, destrucción y pobreza a los Balcanes durante los años noventa.
Lo cierto es que tras 200 días de guerra sólo hay un análisis cierto: la guerra está estancada, lo que se traduce en más muertos, destrucción y crisis. Este estancamiento ahonda en la crisis periférica de los países implicados y radicaliza posiciones en ambos bandos siendo que, de forma definitiva, el mundo eslavo estará dividido durante décadas en pro y antirrusos lo cual se traduce en una pérdida de todo el arco eslavo desde el Báltico hasta el Mar Negro y desde el Dniéper hasta el Óder para Moscú, espacio en manos de Occidente no sólo a nivel administrativo sino ideológico y espiritual siendo que la aspiración de liderazgo del mundo eslavo por parte de Moscú se ha disuelto definitivamente retrasando su intento de convertir a la Federación rusa en una potencia mundial.