Dinastías y poder
Los Spencer: ¿qué pasó antes de Diana?
Más allá de lo que nos han contado en The Crown y de la amistad entre lady Fermoy con la «reina-madre», ¿quiénes son realmente los Spencer?
Llegará un día en el que Guillermo de Gales, se convertirá en soberano del Reino Unido. Por sus venas corre la sangre de los Windsor, pero también de los Spencer, los aristócratas británicos de los que descendía Diana. Cuando se casó en la catedral de San Pablo el 29 de julio de 1981, lady Di tenía el extraordinario joyero de Isabel II para elegir, pero ella decidió colocarse la «tiara Spencer» la joya de su dinastía. Desde entonces se ha ventilado todo sobre las andanzas amorosas de los progenitores del hoy heredero al trono británico, pero ¿qué sabemos del papel de sus ascendientes maternos en la historia de Inglaterra? Más allá de lo que nos han contado en The Crown y de la amistad entre lady Fermoy con la «reina-madre» ¿quiénes son realmente los Spencer?
Todo se remonta al siglo XV y a Henry Spencer, un granjero de Northamptonshire enriquecido gracias a la lana. Parece que sus raíces provenían de una línea de descendencia ilegítima que llegaba a emparentarlos con los Estuardo. Por tanto, entre sus genes más «regios» –que no legítimos– podríamos localizar cierto parentesco con algunas de las grandes familias de Europa, entre las que se encontrarían los Sforza, los Médici y hasta los Habsburgo. El hijo de Henry, John Spencer, adquirió a comienzos del siglo XVI una casa situada a unos 120 kilómetros al noroeste de Londres, de estilo tudor en ladrillo rojo y rodeada por un foso. Andando el tiempo y tras una reforma del arquitecto Henry Holland, el favorito de los aristócratas ingleses, se convertiría en Althorp House, el referente patrimonial más potente de la familia. Aquí descansan los restos de la «princesa del pueblo» aunque ya a comienzos del XX tuvo que abrirse al público para financiar el mantenimiento de un palacio alejado de las posibilidades económicas, que no sociales, en las que se encontraba la familia.
Los genes de los Spencer llegaron por diferentes vías hasta el duque de Marlborough, quien tuvo un importante papel en la guerra de sucesión española y hasta al propio Winston Churchill, que a comienzos del siglo XX se había hecho un hueco en la política como descendiente más brillante del polémico «lord Randolph», dimitido del gabinete conservador Salisbury por oponerse a una reforma de los presupuestos del ejército en 1886 cuando Reino Unido era un Imperio. Él mismo, había llevado su carta de dimisión al Times.
Durante la Primera Guerra Mundial, el abuelo de lady Diana, Albert Spencer, VII conde Spencer, sirvió como capitán en las filas del ejército británico. Había nacido en Londres en 1892 y tuvo como padrino al primogénito de la Reina Victoria, futuro Eduardo VII. Del entonces príncipe de Gales se decía que tenía como amante a la americana lady Jennie, esposa de Randolph y madre de Winston. Albert estudió en Harrow y en el colegio Trinity, siguiendo los cánones propios de su condición, e hizo cierta carrera política en las filas del partido conservador. Pero su verdadera pasión eran las antigüedades y el arte, lo que le llevó a presidir el consejo del museo Victoria and Albert. De su matrimonio con Cynthia Hamilton –primogénita de quien fue primer gobernador de Irlanda del Norte– nació John Spencer, padre de Diana. Conocido con el título de vizconde Althorp, hasta que heredó el título de VIII conde Spencer a la muerte de su padre en 1975, recibió formación en Eton y en Sandhurst aunque su participación militar en la Segunda Guerra Mundial fue más bien testimonial. En 1954 protagonizó una boda muy sonada con la exquisita y honorable France Roche. Pero terminaron divorciándose en 1969 cuando Diana tenía siete años.
La madre de Diana, independiente y distante, era la primogénita de lady Fermoy, muy conocida en la buena sociedad británica e íntima de la «reina-madre», Isabel Bowes-Lyon, viuda de Jorge VI y madre de la Reina Isabel II. Provenía de una familia de adinerados terratenientes escoceses de herencia india/armenia y se dice que fue ella quien actuó como «casamentera» para que su nieta menor se comprometiese con el díscolo Carlos, entonces príncipe de Gales y hoy Carlos III, que ya andaba en amoríos con Camila, la consorte.
Ya separado –o abandonado– el padre de Diana se casó con un personaje un tanto peculiar, Raine McCorquodale, hija nada menos que de Barbara Cartland, la autora más vendida de novela rosa del planeta. Un amor impetuoso o matrimonio inesperado fueron algunos de sus títulos. ¡Aquello si era romántico! Y sobre todo lucrativo y vulgar. Cuando el conde Spencer murió en 1992, sus hijastros la invitaron a abandonar Althorp y Charles, hermano de Diana, se quedó con la propiedad. Ella no tardó en volver a casarse, de nuevo con un conde con el que apenas aguantó unos meses.
Ese año tan horribilis, supuso también el de la separación de los príncipes de Gales y el incendio del palacio de Windsor. Desde entonces, Diana, resentida, empezó a ventilar sus intimidades en público. Carlos no se quedó atrás. Se estaba creando el mito de la «princesa del pueblo», abanderada de causas humanitarias, de las minas antipersona y de los enfermos de sida. Pero Diana, fabulosa con sensuales vestidos de Versace impensables en sus primeros años de matrimonio, no paraba de coleccionar amoríos ante la atónica incomprensión de sus exsuegros. Con su muerte en 1997, la reina tuvo –recomendada por su primer ministro Tony Blair– que ofrecer unos funerales casi oficiales repletos de estrellas de la música. Decían que la popularidad de la monarquía había caído. Se equivocaron.
Charles Spencer quiso hacer negocio con el mausoleo de su hermana, pero la institución, la monarquía, se mantuvo firme al servicio del Reino Unido y los países de la Commonwealth. Carlos volvió a casarse y ese joven, que caminaba cabizbajo tras el féretro de su madre, se ha convertido en príncipe de Gales. Guillermo, mitad Windsor mitad Spencer, garantiza la continuidad dinástica y el símbolo de lo que su familia representa. Su mujer, Kate, parece fantástica y no tiene sangre azul. La de Diana tampoco lo era, aunque en su caso resultó inconveniente. La ocurrencia de casar a la entonces cándida Diana Spencer con el heredero al trono, a punto estuvo de minar los años de servicio que la reina Isabel y su padre habían ofrecido, con templanza y voluntad, al pueblo al que se habían comprometido a servir.