Picotazos de historia
La visita de la Reina María del Reino Unido a los soldados heridos durante la Gran Guerra: «¡Ay de aquel que piense mal!»
Los soldados que llegaban al hospital tendrían heridas terribles, estarían sufriendo una dolorosa agonía, estarían asustados y durante semanas o meses sufrirían la indignidad del cuidado a manos de otros por incapacidad propia
El enorme volumen de heridos, durante la Primera Guerra Mundial, hizo que se aplicaran criterios nuevos en los hospitales, tanto de campaña como de convalecencia. Los heridos eran repartidos en diferentes pabellones, separados en función de su graduación: tropa, suboficiales, oficiales de campo y jefes. Esto, que para una mente actual puede parecer elitismo y clasismo salvaje, en realidad respondía a una lógica que buscaba el bienestar del herido. Los soldados que llegaban al hospital tendrían heridas terribles, estarían sufriendo una dolorosa agonía, estarían asustados y durante semanas o meses sufrirían la indignidad del cuidado a manos de otros por incapacidad propia.
Por esto, los médicos aconsejaban la separación por rangos. De esta manera se relajaba la disciplina, lo que ayudaba a la recuperación al facilitar la interacción entre iguales y no tener que mantener una imagen o actitud frente a otros. Imagínense que llevan largos meses viviendo bajo la disciplina militar; son heridos y al despertar lo primero que ven es que su vecino de cama es el sargento mayor del batallón (lo más parecido a Dios dentro del batallón). Se le contraerán los esfínteres. Lo mismo le pasaría a un joven teniente si abriera los ojos en un hospital y encontrase frente a él a un coronel o un brigadier. Entre iguales no hay temor a mostrar, angustia, miedo, dolor..., tampoco hay que controlarse para comportarse según el reglamento las 24 horas del día. Por ello los médicos segregaban: por la salud y la tranquilidad de los pacientes. La única autoridad aceptada y permitida sería aquella que emanara de las autoridades sanitarias.
En este ambiente se animaba a las expresiones artísticas: baile, canto, interpretación, pintura, caricatura, etc. El dibujo se fomentó y pronto las paredes de los diferentes pabellones se vieron decorados con muestras de todo tipo.
El 11 de julio de 1917, la Reina María de Teck –esposa de Jorge V del Reino Unido– visitó el Hospital nº 2 de la Cruz Roja, situado en Rouen. Por supuesto que hacía días que les habían avisado y durante ese tiempo estuvieron sacando brillo a todo, eliminando los dibujos más problemáticos de las paredes – o mejor, todos– y adecentando lo mejor posible. El día señalado llegó la Reina puntual. La acompañaba el príncipe de Gales –futuro y efímero Eduardo VIII– y una caterva de solícitos oficiales de Estado mayor.
La Reina inspeccionó las instalaciones de diferentes pabellones, pero fue la mala suerte la que hizo que entrara en una habitación que nadie pensó que pudiera llamar su atención. Allí, en la pared frente a ella, la Reina contempló un realista dibujo que representaba una hermosa y bien torneada pierna femenina, seductoramente envuelta en una media que se remataba con una artística liga. Justo en ese punto el dibujo desaparecía tras un gran espejo. Naturalmente, el observador, asumía que el resto del dibujo estaba detrás del espejo y, si quería verlo, tenía que moverlo. Y eso es exactamente lo que hizo la Reina y, como el resto de los que miraron antes y después, descubrió que no había dibujo alguno. Solo una frase escrita: «¡Honi Soit Qui Mal y Pense¡» ( ¡Ay de aquel que piense mal!, lema de la orden de la Jarretera ).
A la Reina la broma no le hizo ninguna gracia, como atestiguó la gelidez de su rostro durante la visita. Sin embargo, muchos testigos afirman, que los hombros del Príncipe de Gales se movían de forma convulsa, como alguien que, desesperadamente, estuviera conteniendo las carcajadas.