La singular historia de la isla de Joló, clave en la presencia española en Filipinas
Con el dominio de Joló, además de hacer efectiva la soberanía, se conseguía dar un duro golpe a los piratas, azote de la región y conocidos por su avaricia y crueldad
La dominación española de las Filipinas fue compleja y escasa. Al estar constituido por más de 7.600 islas, se explica la dificultad de dominar todo el país con muy pocos españoles y con unas comunicaciones difíciles. El hecho de que los países limítrofes también contienen archipiélagos, que las fronteras coloniales, basadas en el derecho de conquista, no respetaban las jefaturas tradicionales y que los tratados entre Estados occidentales desfiguraron parte de las fronteras seculares, explica también las vicisitudes políticas de adquisición y conservación de territorios. En este aspecto, la posesión española de las islas de Joló, al sur de Filipinas, es una historia singular. De difícil génesis y muy tardía en completarse, si es que llegó a completarse alguna vez. En resumen, se puede decir que España tuvo en Asia mucho más de lo que pudo abarcar y que, en consecuencia, su colonización fue escasa. Así, por falta de medios, algunas ocupaciones españolas fueron abandonadas en el siglo XVI (Camboya, Islas Salomón), XVII (Molucas, Formosa, Vanuatu), XVIII (Tahití) y XIX (Carolinas, Marianas y Guam) y concluyó con la pérdida final de Filipinas en 1898 tras la guerra con EE.UU.
Se puede decir que España tuvo en Asia mucho más de lo que pudo abarcar y que, en consecuencia, su colonización fue escasa
Los españoles habían unido a la Capitanía General de Filipinas algunos sultanatos que eran independientes como el de Joló y Tawi-Tawi, muy próximos a Malasia y poblados por la misma raza. Aunque España mantenía una soberanía nominal sobre estas islas, nunca las había ocupado salvo ocasionalmente, en épocas de combates contra los piratas malayos. Así que en 1876 se inició una campaña para ocupar la capital del sultanato, pero obligados a dejar fuera los ya dominios británicos de Brunei y Borneo (cuya parte nordeste formó parte de lo español en algún momento por ser parte del Sultanato de Joló). El acto formal de la incorporación del Sultanato de Joló a la Corona española es el Acta Solemne de 19 de abril de 1851, firmado por el sultán, cuyo artículo 1º es claro:
«Que a fin de reparar el ultraje hecho a la nación española, que de algunos siglos a esta parte era ya su única señora y protectora, hacen de nuevo en este da acta» solemne de sumisión y adhesión reconociendo a S. M. C. Doña Isabel II, Reina constitucional de las Españas, y a los que sucederle puedan en esa suprema dignidad, por sus soberanos Señores y protectores, según de derecho les corresponde, tanto por los tratados celebrados en épocas remotas, por el de 1836 y adiciones hechas por el actual gobernador de Zamboanga en agosto último, como también muy particularmente por la reciente conquista de Joló, el 28 de febrero del presente año, por el Excmo. Sr. D. Antonio Urbiztondo, marqués de la Solana, gobernador y capitán general de las islas Filipinas».
Importante documento que separó definitivamente Joló de Borneo en lo que algunos opinaban que fue un indigno acto de cesión de España al Reino Unido. Separación que dificultaba la defensa de las islas y la navegación por mares llenos de piratas. Importante también porque Joló tenía una estructura estatal feudal muy consolidada desde siglos atrás, no era, ni mucho menos, el territorio de tribus salvajes. Contaba con fuerzas militares poderosas que hicieron que el gobernador general Diego García de Fajardo los abandonara en 1645 después de haber sido dominados por el general Sebastián Hurtado de Corcuera en 1638.
Con el dominio de Joló, además de hacer efectiva la soberanía, se conseguía dar un duro golpe a los piratas, azote de la región y conocidos por su avaricia y crueldad. Muy aprovechados por Salgari en sus novelas. Con esta campaña se completaba el ciclo iniciado por el capitán general Clavería en 1848 y realizada por José Ruiz de Apodaca, quien tomó la isla de Balanguigui, redujo sus cuatro fuertes, destruyó más de 150 naves y liberó a más de 500 cautivos. Otra expedición de castigo tuvo lugar en 1851. Pero el acta de 1851 fue desobedecida por los joloanos y fue necesario imponer la soberanía por la fuerza. Es la tónica de lo que sucedía desde dos siglos atrás: sumisión y obligación al pago de tributos e incumplimiento en cuanto las fuerzas españolas desaparecían. Los habitantes de la zona eran fieros y fanáticos combatientes y conocían el poder de su fuerza. Miguel A. Espina en su obra Apuntes para hacer un libro sobre Joló (Manila, 1888), los describe así: «Pelean sin dar cuartel, y en el ataque avanzan, si se detienen, retroceden, saltan, describen zig-zags, se arrastran entre el cogón, gritan, se cubren con la rodela, se descubren y si son juramentados, no les detienen las heridas; se tiran sobre las bayonetas, forcejean con el arma clavada en el pecho para introducirla más y alcanzar a su enemigo, que solo con serenidad inaudita se libra de la muerte».
Para ello se organizó la campaña de 1876, como todas las anteriores preparada desde Manila y Zamboanga, con la que se produjo la definitiva ocupación de la isla y se fundó con efecto allí el primer pueblo y gobierno español. El domino, que duró hasta la independencia, se sancionó con el tratado de 22 de julio de 1878 tras dos años de duros combates contra los moros (llamados así desde la época española hasta hoy por ser musulmanes). El primer gobernador español fue el marino Pascual Cervera, que construyó el pantalán del puerto y la capitanía. Tuvo mucha brega el gobernador por la constante hostilidad de los locales. Pronto fue relevado, pero continuaron los combates casi sin parar, lo que obligaba a construir defensas militares. La ocupación era lenta y, como era habitual en la región, los españoles se limitaban a permanecer en los puntos estratégicos principales.
Cuando llegaron los americanos, tras el Desastre de 1898, también tuvieron que combatir a los joloanos de manera contundente
Nunca hubo paz en las islas. La hostilidad a los españoles fue permanente. Cuando llegaron los americanos, tras el Desastre de 1898, también tuvieron que combatir a los joloanos de manera contundente. Esos episodios se recogieron en una novela titulada Los muros de Joló del aventurero, militar y escritor británico Alan Caillu, un best seller de 1960.