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Detalle de la pintura panorámica de Franz Roubaud El asedio de Sebastopol, 1904

Detalle de la pintura panorámica de Franz Roubaud El asedio de Sebastopol, 1904

Serie histórica (I)

La Guerra de Crimea: ¿la última cruzada o un conflicto de civilizaciones?

La Guerra de Crimea, al igual que el actual conflicto en Ucrania reúne muchas características de enfrentamiento entre bloques culturales. Va más allá de una sencilla, aunque terrible, disputa de fronteras y equilibrio de fuerzas

El interesantísimo libro, que publicó Orlando Figes sobre la Guerra de Crimea, llevaba como subtitulo en todas las ediciones fuera de España La última cruzada. Los editores españoles decidieron censurarlo cambiándolo por el menos comprometido La primera gran guerra. Una constatación más de la dificultad del mundo intelectual español para aceptar las motivaciones religiosas como un factor histórico significativo.

Otra peculiaridad española, en este caso compartida por muchos actores culturales de la órbita progresista, consiste en negar la existencia de los conflictos de civilizaciones, agudamente retratados por Huntington en su imprescindible obra Choque de Civilizaciones, a su vez basado en las conclusiones anticipadas por varios grandes historiadores, especialmente Toynbee en su igualmente imprescindible Historia de las Civilizaciones.

Valle de la Sombra de la Muerte, de Roger Fenton, uno de las fotografías más famosos de la Guerra de Crimea

Valle de la Sombra de la Muerte, de Roger Fenton, uno de las fotografías más famosos de la Guerra de Crimea

Porque la Guerra de Crimea, al igual que el actual conflicto en Ucrania reúne muchas características de enfrentamiento entre bloques culturales. Va más allá de una sencilla, aunque terrible, disputa de fronteras y equilibrio de fuerzas. Si aceptamos, como hace Huntington, que existe una civilización ortodoxa, diferente de la civilización occidental, se hace más fácil entender una de las posibles causas de los conflictos en esta zona de bordes difusos: la ambición de Rusia, autoproclamada campeona de la Ortodoxia, por recuperar el antiguo ámbito de su civilización y su amargura por lo que supondría que una nación de las dimensiones humanas de Ucrania escapase del mundo ortodoxo para incardinarse definitivamente en la órbita civilizatoria de Occidente.

La Guerra de Crimea tiene muchos componentes de tipo político, cultural e histórico, previos al enfrentamiento militar

El primer conflicto «moderno»

Por parte de las naciones occidentales la aversión y el miedo al coloso ruso se había convertido en algo atávico y permanente. Por ello la Guerra de Crimea tiene muchos componentes de tipo político, cultural e histórico, previos al enfrentamiento militar. Fue el primer conflicto «moderno» en cuya gestación fueron decisivas la prensa y la opinión pública. Y lo fueron en mayor medida que la innegable existencia de intereses geopolíticos y conveniencias diplomáticas o económicas.

No puede explicarse el conflicto sin la aparición de una influyente prensa de carácter nacional, estimulada por la extensión del ferrocarril, que hacia los años 50 del XIX hizo posible el acceso diario a los periódicos incluso en las zonas más apartadas. La prensa, muy difícil de controlar desde los poderes públicos de las naciones más avanzadas, sirvió para canalizar y extender las noticias y las opiniones de diversos grupos, que muchas veces estaban incardinados con las minorías más activistas y radicalizadas.

Fotografía de Roger Fenton titulada Entente cordiale

Fotografía de Roger Fenton titulada Entente cordiale

Los gobiernos y los parlamentos del XIX no estaban preparados para afrontar la presión de esta opinión pública que hacia la mitad del siglo se había convertido en una fuerza poderosa y determinante. Especialmente en el ámbito tanto de la política británica como en la francesa, naciones entonces predominantes en el mundo «occidental».

En aquel periodo la «Cuestión de Oriente» se había convertido en una de las preocupaciones predominantes de las cancillerías europeas. La decadencia del Imperio Otomano y la persistencia de su tradición opresiva sobre sus grandes minorías cristianas constituía un foco de inestabilidad permanente que se había traducido ya en varios conflictos bélicos.

La división religiosa fue siempre más importante que cualquier consideración étnica o lingüística para la definición de la conciencia nacional rusa

Una causa religiosa

Tanto Inglaterra, como Francia, Rusia y el Imperio Austrohúngaro tenían ambiciones y temores políticos, en gran medida contrapuestos, que les hacían seguir muy de cerca la evolución del Imperio turco.

Rusia se estaba convirtiendo a pasos agigantados en una gran potencia cuyo futuro predominio parecía asegurado a pesar de contar con un gobierno despótico, una clase dominante corrupta y venal y un considerable atraso tecnológico. El Zar Nicolás I se había convertido en el paradigma de las fuerzas más reaccionarias de Europa y la escandalosamente nacionalista Iglesia Ortodoxa, ejercía en Rusia el papel que no tenía allí la prensa como movilizadora de la opinión pública. Por ello la división religiosa fue siempre más importante que cualquier consideración étnica o lingüística para la definición de la conciencia nacional rusa.

La tensión permanente entre el exclusivista clero ortodoxo y los crecientemente influyentes miembros de la Iglesia católica, había llegado a ser explosiva

Además Nicolás I, hombre profundamente religioso, tenía la convicción de que Dios le había elegido para culminar la liberación de los ortodoxos del dominio musulmán. Incluso mediante una guerra santa, si era necesario. Nadie le disuadiría de esa «causa divina». Una causa que no pretendía ventajas mundanas ni objetivos egoístas sino que tenía un propósito fundamentalmente religioso.

Un punto de constante fricción lo constituía la gestión de los Santos Lugares de Tierra Santa. La tensión permanente entre el exclusivista clero ortodoxo y los crecientemente influyentes miembros de la Iglesia católica, había llegado a ser explosiva. La prioridad en el acceso a la capilla del Santo Sepulcro y a la gruta de Belén durante las fechas más significativas de la Navidad y la semana santa, en las que la afluencia de peregrinos se había hecho masiva, desembocó en tumultos y enfrentamientos que en alguna ocasión llegaron a provocar cuarenta muertos. Tanto Nicolás I como la Francia del Segundo Imperio ejercieron una creciente presión sobre el Sultán otomano para que se protegieran adecuadamente los intereses y las personas de sus respectivas comunidades.

Frenar el expansionismo ruso

El gobierno de Inglaterra observaba este proceso con creciente preocupación, entre otras cosas porque desde la década de 1830 una de las prioridades de la política exterior británica había venido siendo el freno del expansionismo ruso. Pero también la creciente división que se estaba estableciendo en el seno de la sociedad británica entre los elementos moderados que querían evitar la guerra de cualquier forma y los más radicales del liberalismo progresista que buscaban atizar la discordia e imponer la guerra.

El campeón de esta última tendencia fue Palmerston, uno de los primeros políticos «modernos». La presión permanente contra los rusos y su magistral dominio de la prensa, le permitieron por primera vez en la historia la constitución de un electorado masivo y agitado, lo que hoy denominaríamos populista. Un electorado convencido de que el Reino Unido debía de exportar su estilo de vida a todos aquellos que habitaban más allá de sus fronteras e imbuido de una actitud desdeñosa hacia los extranjeros, especialmente hacia los católicos, tanto latinos como ortodoxos.

Como consecuencia se generó un ambiente político en el que los contrarios a la guerra eran vilipendiados como prorrusos y contrarios al patriotismo británico. En paralelo se convirtió a los turcos en ejemplo de virtud y tolerancia a los que era imprescindible proteger del brutal oso ruso.

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