Fundado en 1910

El general Eisenhower dando instrucciones antes del Día D en Normandía

Eisenhower, el general que no quería ser presidente

Hace setenta años, su sentido del deber influyó en su decisión de ser candidato republicano en las elecciones presidenciales que ganó gracias a un uso eficaz de la televisión

El general Dwight Eisenhower, Ike para los amigos, descartaba decididamente hasta 1950 presentar su candidatura a la presidencia de Estados Unidos. Las solicitudes para que diera el paso abundaban. Pero no: sus intereses, gustos y objetivos se situaban al margen de la Casa Blanca. Había, sin embargo, una razón podía desarticular sus planes. Esa era el deber.

A partir de 1950 empezaron a darse las circunstancias que desembocarían en su participación en la siguiente carrera presidencial, la de 1952. Por un lado, la Administración Truman, cercada por varios casos de casos de corrupción, con un Ejército estancado en la Guerra de Corea –polémica fue la decisión presidencial de cesar al general Douglas Macarthur– y padeciendo el inevitable desgaste de veinte años de poder ininterrumpido, si se tienen en cuenta los casi tres lustros de Franklin Roosevelt.

Un escenario que no sabía aprovechar el Partido Republicano, muy influido por el ala dura cuyo referente era el senador Robert Taft, heredero de una de las dinastías políticas más señeras de Estados Unidos. Pero cuyo discurso radical encerraba al Grand Old Party en la impotencia política.

Semejante escenario preocupaba a un grupo de influyentes amigos de Ike -un influyente banquero, el editor de The New York Herald Tribune, el presidente ejecutivo de Coca Cola –entre otros– con los que jugaba al golf en Augusta, Georgia. Contactos de peso capaces de mover a la opinión pública no le faltaban. Además, el antiguo comandante en jefe aliado de la Segunda Guerra Mundial quería evitar una campaña clásica.

Era, asimismo, consciente de lo que sus enemigos, de dentro y fuera de su partido, le podían echar en cara: su negativa a luchar contra los rusos por el control de Berlín en 1945, el no haber votado nunca en unas elecciones federales o el haber servido a las órdenes de Truman eran algunos de ellos.

La respuesta para sortear tales dificultades y ceñirse a los deseos del candidato aun virtual consistió en organizar una serie de conferencias de Ike a lo largo y ancho de Estados Unidos para darle a conocer sin uniforme. La apuesta del «dejarse querer» funcionó: un sector cada vez más numeroso de norteamericanos caía rendido a sus cualidades de orador; y, para los que podían acercarse a él, la firmeza de su apretón de manos.

También los prebostes republicanos, empezando por el senador Henry Cabot Lodge y el antiguo candidato presidencial Thomas Dewey, estaban cada vez más convencidos de que Eisenhower era el más adecuado para sacar al partido de su letargo y llevarle de nuevo al poder. La dinámica estaba generada; ahora se trataba de estructurarla.

En junio de 1952 dejó para siempre el Ejército para dedicarse a tiempo completo a la batalla presidencial. Derrotó sin grandes dificultades a Taft en las primarias republicanas. Lo hizo apuntalando un discurso sensato. Por ejemplo en materia de política exterior: no, no iba, como exigían los halcones, a «denunciar lo acordado en Yalta» o «liberar Europa Oriental» mediante el envío de tanques. Pero sí, se comprometió a plantar cara a la Unión Soviética para mantener la supremacía estratégica del mundo libre. Desde el realismo.

Un realismo que le impuso amoldarse a ciertas reglas de la política «de siempre». Así fue en cuando se trató de elegir a un candidato a vicepresidente. El agraciado fue un congresista por California, a punto de cumplir cuarenta años, que respondía al nombre de Richard Nixon. Le aportaba el apoyo, decisivo, del gran estado de la Costa Oeste y su perfil tranquilizaba a los votantes conservadores del Middlewest.

Caravana electoral de Eisenhower en septiembre de 1952 en la ciudad de Baltimore (Maryland)

Durante los dos meses de campaña contra el demócrata Adlai Stevenson –cuya principal baza era su juventud–, Ike mantuvo su liderazgo y ventaja, si bien cometió dos gruesos errores que podían haberle costado muy caro. Ambos fueron fruto de la presión, una vez más, del ala dura. El primero fue un inoportuno saludo público al controvertido senador Joseph McCarthy; el segundo, del que se arrepintió todos los días del que arrepintió todos los días que le quedaron por vivir, fue un despectivo comentario en el que dudaba del patriotismo del general George Marshall, su jefe directo durante la Segunda Guerra Mundial y artífice del plan de ayuda económica a Europa.

Mas logró borrar el mal efecto provocado gracias a una comunicación innovadora –«I like Ike»– que, por primera vez, hizo de la televisión una herramienta de primer orden, a través de anuncios publicitarios de veinte segundos en los que daba respuestas sencillas a preguntas formuladas por votantes de a pie. «Parece que está usted vendiendo pasta de dientes», le espetó Stevenson.

Sí, pero con eficacia: el éxito fue de tal magnitud que los donativos a la campaña republicana subieron de forma vertiginosa. Y el 4 de noviembre de 1952, Eisenhower sacó a su contrincante casi siete millones de votos. El 20 de enero de 1953, hace setenta años, juraba como presidente de Estados Unidos, el cuarto general en hacerlo, tras George Washington, Andrew Jackson y Ulysse Grant.