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Westerbork, Holanda. Judíos abordando un tren de deportación a Auschwitz-BirkenauYad Vashem

La desconocida red gallega de salvación de judíos en la Segunda Guerra Mundial

El Debate revela detalles inéditos de mujeres y hombres, algunos amigos de familia de Francisco Franco, que se jugaron la vida ante la policía española y la Gestapo para salvar a centenares de judíos, echando mano de miles de tretas, incluyendo disfraces de seminaristas y monjas

Los agentes secretos del MI6 británico no sabían qué hacer. En 1940, muchos de los judíos europeos, que huían del avance del nazismo por la neutral España, atravesando la frontera francesa, acababan recluidos en campos de refugiados instalados por el franquismo o simplemente abandonados a su suerte.

El Debate ha logrado reconstruir, con pedazos de información hasta ahora inéditos, una de las ramificaciones de esa red gallega de salvación de judíos perseguidos, que contó con el apoyo de los servicios secretos británicos.

Es una historia de estratagemas que ni el Ejército, la seguridad del régimen, ni los agentes de la Gestapo podían imaginar: de hecho, algunos de estos salvadores fueron personas muy cercanas al caudillo, el general Francisco Franco. Tretas que llevaron a disfrazar a judíos de curas y a judías de monjas… Pero empecemos por el principio.

Miranda de Ebro, punto de salida

Tras estallar la Segunda Guerra Mundial, Galicia, por la posición neutral que mantuvo España en el conflicto, se convertía en la vía natural de escape hacia Portugal para miles de judíos que huían del nazismo. Desde las costas portuguesas podían huir en barco hacia Gran Bretaña y después los Estados Unidos, o a Marruecos y Argelia.

Eduardo Martínez Alonso, como médico de la Embajada británica, cada fin de semana, visitaba el campo de refugiados de Miranda de Ebro (al norte de la provincia de Burgos), donde el Gobierno de Franco recluía a personas que llegaban a España ilegalmente, huyendo del Tercer Reich, en su mayoría judíos polacos y checos.

El doctor expedía certificados médicos falsos para poder sacarlos del campo de concentración, pero necesitaba crear después una ruta de evacuación hacia la libertad en Portugal. Era necesario para ello la complicidad y colaboración de anónimos, capaces de arriesgar la vida.

El salón de té Embassy, escala estratégica

Entre las escalas estratégicas de esta ruta de salvación se encontraba, en Madrid, en el número 12 del Paseo de la Castellana, el salón de té Embassy, punto de encuentro para diplomáticos de las embajadas europeas en la capital española.

Fachada del EmbassyMatilde Latorre

Su propietaria, la británica Margaret Kearney Taylor, recibía a los fugitivos en su casa, ubicada en el mismo edificio, siempre por la noche. Los judíos que el doctor Martínez mandaba con falsos salvoconductos eran recibidos precisamente en el sótano del salón de té de Margaret. ¿Cómo podían imaginar los hombres de la Gestapo que en esos momentos infestaban la capital española que un lugar tan expuesto podía convertirse en lugar de paso para judíos?

Los fugitivos entraban por la puerta de atrás y eran llevados directamente al sótano. Allí Margaret les daba de comer, le ponía a disposición todo los necesario para lavarse, así como elegantes atuendos para que pudieran pasar desapercibidos, si fuera el caso, por el selecto y distinguido Embassy, repleto de personalidades diplomáticas.

Margaret Taylor propietaria de Embassy con una encargadaMatilde Latorre

De Madrid a Galicia

Pero de Madrid a Galicia el camino era todavía largo. Hacía falta otro enlace, nada fácil de establecer. Quienes participaran se jugaban la vida. Margaret Taylor tuvo la más genial de las ideas: implicaría a su amiga, la aristócrata gallega Germana de Silva, viuda del General Rafael Latorre y Uribe, amiga de Carmen Polo, esposa de Franco, y de su hermana Ramona «Zita».

¿Quién podía sospechar de una mujer así? Dos de sus cuatro hijos eran militares que habían arriesgado la vida en el Frente Nacional durante la Guerra Civil. Margaret y Germana conocían, además a Ramón Serrano Suñer, conocido popularmente como el «Cuñadísimo» de Carmen Polo.

Margaret y Germana organizaron la red para que los fugitivos judíos se dirigieran en tren hasta la frontera con Portugal pasando por Redondela, Vigo, y La Guardia

Unas semanas antes de la proposición de Margaret para que Germana, les ayudara. La viuda del General Latorre, había sido invitada a una recepción en la Embajada Alemana en Madrid, donde se proyectó un documental de la manufactura Goebbels (ministro alemán de Ilustración Pública y Propaganda del Tercer Reich), sobre la «feliz vida de los judíos, en los campos de trabajo». En la documentación de la aristócrata, podemos leer:

«Solo una mente endiablada puede pensar que está haciendo lo correcto, pero la repugnancia me la provocan, todos los que aplaudís y miráis con sonrisa estúpida ese teatro del terror, mujeres, hombres y niños al borde da la muerte»

Apuntes de Germana de Silva sobre el día de salida de un grupo. Utilizaba libros como cuadernosMatilde Latorre

Germana era la propietaria de un pazo, casa solariega de carácter señorial, suficientemente grande y aislado para poder albergar a los fugitivos sin levantar sospecha. Margaret y Germana organizaron la red para que los fugitivos judíos se dirigieran en tren hasta la frontera con Portugal pasando por Redondela, Vigo, y La Guardia.

La primera acogida en tierras gallegas la ofrecía el doctor Eduardo Martínez en su finca de A Portela, en Redondela (Vigo). Allí atendía las condiciones de salud de los evadidos, les daba de comer, permitiendo que muchos se restablecieran de las estrecheces afrontadas durante las vicisitudes de su periplo de huida.

Judíos disfrazados de seminaristas

Cuando los fugitivos estaban mínimamente restablecidos, se organizaba su traslado a Pontevedra, donde pasaban unos días en el pazo de Liñares de Germana de Silva. Eran transportados con falsas identidades en ambulancias de la Cruz Roja, en coches con bandera y matrícula de la embajada británica, o en taxis (en ese caso, los prófugos eran llevados en el maletero).

El pazo era grande, pero, ¿cómo podía acoger a todos esos fugitivos en tránsito sin despertar sospechas? Germana, católica, y con buenos amigos sacerdotes y religiosas, tuvo una idea que no podía levantar sospechas: haría pasar a los fugitivos por seminaristas, a quienes ofrecía el pazo para para hacer ejercicios espirituales.

Esta estratagema no levantó sospechas entre los hombres de la Gestapo, quienes conocían la importancia y presencia de las religiosas en España

La idea era perfecta. Dado que en los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola los participantes guardan silencio, no quedarían delatados al escucharlos hablar su idioma. En esa época, antes del Concilio Vaticano II, todos los seminaristas llevaban sotana, así que había que «disfrazar» a los fugitivos como tales. Ese problema Germana lo resolvió encargando de su bolsillo la confección de veinte sotanas a las Hermanas Clarisas de Tuy.

Germana de SilvaMatilde Latorre

Las mujeres fugitivas gozaban de la decisiva ayuda de las religiosas del Sagrado Corazón, del colegio de Placeres (Pontevedra), quienes iban cada semana, en grupos de seis, para sacar a las fugitivas vestidas con hábito de profesas a las mujeres o con hábito de novicias a las adolescentes. Esta estratagema no levantó sospechas entre los hombres de la Gestapo, quienes conocían la importancia y presencia de las religiosas en España, el país con el mayor número de monasterios de contemplativas del mundo.

En uno de sus cuadernos a los que ha tenido acceso El Debate, Germana anotó una simpática frase de su ama de llaves, a quien siempre le ocultó la identidad de estos invitados para que su vida no corriera peligro: «¡Qué callados son esos curas suyos, pero ¡cuánto comen!».

Una de las indicaciones que había dado el MI6 británico a los miembros de esta red de salvación consistía precisamente en que hicieran operaciones a la luz del día: dejarse ver, aprovechar fiestas, romerías y procesiones para la evacuación de los individuos. La mejor manera de esconderse era mostrarse. De hecho, los cuatro hijos varones de Germana, dos militares, y otros dos más jóvenes estudiantes en la Academia militar, no se imaginaron entonces quiénes eran aquellas monjas y aquellos seminaristas tan silenciosos.

La mejor manera de esconderse era mostrarse

La Guardia, última escala hacia la libertad

Cuando las condiciones estaban dadas. Germana organizaba entonces la evacuación de los fugitivos a través de la última escala en territorio español, el municipio de La Guardia, situado en la costa atlántica, junto a la desembocadura del río Miño. En la casa familiar de veraneo de Germana, los fugitivos podían ya ver la costa portuguesa y, con ella, la promesa de libertad.

Para Germana su amistad con la familia de Franco era una auténtica cobertura para la salida de los fugitivos

Para Germana su amistad con la familia de Franco era una auténtica cobertura para la salida de los fugitivos. En una de sus libretas, a la que El Debate ha podido acceder, encontramos esta anotación escrita en medio de una de las operaciones de evacuación: «He telefoneado a Zita y familia. Carmen asistirá con Paco, durante los fuegos artificiales, salida de V».

En esta operación, Germana de Silva recibió la decisiva ayuda de dos sacerdotes que conocía muy bien, don Gabriel, párroco de O Rosal y don Gelio, párroco de San Cayetano, quienes se encargaban de cruzar en barca a los evacuados hasta Portugal, atravesando el Miño, en menos de diez minutos.

En la evacuación de España también colaboraron marineros de La Guardia, que prestaron sus barcos y barcas para llevarlos hasta Portugal, etapa previa antes de embarcar rumbo a Gran Bretaña. Entre los salvados se encontraba Isaac Retzmann, quien se convertiría después en un próspero comerciante en Nueva York y que sería decisivo para rehacer esta historia, al tratar de buscar información sobre las personas que arriesgaron su vida para salvar la suya.

Las hermanas Touza

Retzmann fue quien logró desvelar otra de las escalas de este periplo de salvación gallego para judíos, protagonizada por las «hermanas Touza»,

Las tres hermanas TouzaMatilde Latorre

Lola, Amparo y Julia Touza Domínguez, vecinas de la localidad de Ribadavia (Ourense), regentaban el casino y una cantina en la estación de trenes, que se convertiría en un punto de asistencia clave en esta peregrinación hacia la libertad.

Las hermanas, que sabían cuándo llegaban los trenes con evadidos, les acogían en la estación y los escondían en su casa el tiempo necesario para que pasaran a la siguiente etapa. Los taxistas José Rocha Freixido y Javier Míguez, el barquero, Ramón Estévez y un intérprete Ricardo Pérez, se encargaban después del transporte.

En Jerusalén, Yad Vashem sigue reuniendo testimonios y nombres para elaborar la larga lista a estos «Schindler», personas que debieron su vida a esta red de salvación, y que podrían ser declarados «justos entre las naciones». Se calcula que los salvados fueron más de quinientos.

Algunos de los datos inéditos que arroja este artículo constituyen una contribución al esfuerzo por redescubrir los nombres de esos hombres y mujeres que arriesgaron la vida por personas que ni siquiera conocían. Faltan todavía elementos para rehacer aquella extraordinaria red de ayuda que se extendió por la geografía española.