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Reina nubia (Cabeza ornamental de una diosa, posiblemente Isis)

Reina nubia (Cabeza ornamental de una diosa, posiblemente Isis)The British Museum

Amanirena, la Reina de Kush que humilló al Emperador Augusto

El historiador Estrabón menciona a unos «soldados de la Reina Candace, la que en mis tiempos reinaba en Etiopía, una mujer varonil, ciega de uno de los ojos»

Tras la batalla de Accio, en el 31 a.C., la última guerra civil de la República romana quedaba despachada, y el sistema republicano romano definitivamente enterrado. Octaviano, llamado César desde el 44 a.C., se hizo con la victoria. Marco Antonio y la Reina Cleopatra VII opusieron una efímera y fútil resistencia en Alejandría, donde sus fuerzas recibieron el golpe de gracia por las de Octaviano en el verano del año 30 a.C. Con ello, Egipto fue anexionada como provincia al Estado romano, inaugurándose el periodo de los prefectos romanos.

La batalla de Accio, pintada por Lorenzo A. Castro. National Maritime Museum

La batalla de Accio, pintada por Lorenzo A. Castro. National Maritime Museum

Egipto tenía una importancia capital para aquel que venciera en la guerra civil. Mucho más que Sicilia, tradicional granero de Roma desde la guerra anibálica, Egipto era el granero del Mediterráneo. El control al que el pueblo egipcio sometió al río Nilo a lo largo de generaciones devino en la obtención de grandes cosechas anuales de trigo, base indiscutida de la dieta mediterránea. La dependencia que del trigo tenía la ciudad de Roma, y su paz social, hacía de Egipto una posesión valiosísima, digna de asegurar. Se trataba de lo que hoy podríamos denominar un «interés nacional».

Egipto era una pieza clave en el sostenimiento de una Roma destrozada por veinte años de guerras civiles

Da qué pensar si hacemos el paralelo histórico con el mundo actual: hoy, el principal granero del mundo es Ucrania. Para Octaviano (o César, como le gustaba que le llamaran, o Augusto, como el Senado decretó que se le llamara desde el 27 a.C.) Egipto era una pieza clave en el sostenimiento de una Roma destrozada por veinte años de guerras civiles (desde la guerra entre Pompeyo y César iniciada en el 49 a.C.), pero, especialmente, era fundamental en la política de Augusto, que necesitaba dar una apariencia al pueblo romano de que su advenimiento traería también una nueva era de prosperidad. La respuesta era el trigo egipcio.

Cosecha de cereales - Tumba de Menna

Cosecha de cereales - Tumba de Menna

Para ello, Augusto se aseguró el control personal de Egipto a través del Ordo equester, o clase ecuestre. Los equites, una especie de «nobleza de segunda» que se había mantenido a la sombra del patriciado romano, pero también se había ido enriqueciendo a lo largo del último siglo de la República, especialmente mediante el comercio y la obtención de derechos de recaudación de impuestos en las provincias, fueron favorecidos por Octaviano en detrimento de la clase senatorial, por eso los caballeros romanos debían su nueva posición en la sociedad romana al princeps. Así, el gobernador de Egipto (praefectus Aegypti) desde el 30 a.C. pertenecería a dicha clase social, además de que su elección dependería únicamente del Emperador, y no del senado.

La ocupación romana del Egipto ptolemaico fue relativamente sencilla, ya que los romanos apenas hicieron cambios en las costumbres del lugar ni en el antiguo y bien engrasado sistema administrativo egipcio, que los ptolemaicos habían tomado, a su vez, de sus predecesores. El problema surgió cuando los romanos quisieron asegurar las zonas limítrofes de la preciada y recién adquirida provincia.

El primer prefecto, Cornelio Galo, estableció una fuerza armada en la frontera sur, con Nubia, tras disolver «un levantamiento que se había producido en la Tebaida a causa de los impuestos», en palabras del viajero y geógrafo griego Estrabón (XVII, 53). Los siguientes prefectos siguieron la misma política imperial de apaciguamiento de las zonas limítrofes, donde destaca la infructuosa campaña de Elio Galo en Arabia. El tercer prefecto, Gayo Petronio, dirigió sus fuerzas hacia el sur, al Alto Nilo, con el fin de restablecer y asegurar el funcionamiento de los canales de irrigación desde su mismo origen, lo que llevó a las fuerzas romanas a establecerse junto a la primera catarata del Nilo, en la antigua Syene (hoy Asuán), lugar estratégico como pocos a lo largo de la historia.

Estela meroítica de Hamadab

Estela meroítica de Hamadab

La acción romana de establecimiento de tropas en una zona abandonada por los ptolomeos y de clara influencia nubia desestabilizó el equilibrio de poder en la región. Cuenta Estrabón que los etíopes (literalmente «cara quemada» en griego, denominación que utiliza este autor para referirse a las poblaciones negras al sur de Egipto) «se decidieron a atacar la Tebaida y la guarnición de las tres cohortes acantonadas en Siene, y llegaron y tomaron Siene, Elefantina y File […]. Esclavizaron a la población y derribaron todas las estatuas de César» (XVII, 54).

De entre todos estos «etíopes», Estrabón menciona a unos «soldados de la Reina Candace, la que en mis tiempos reinaba en Etiopía, una mujer varonil, ciega de uno de los ojos» (XVII, 54). El hecho de que se trate del único nombre propio del pasaje aportado por Estrabón ha de llamar nuestra atención. ¿Quién esta «Reina Candace»?

No solo era Reina, sino también general, lo que puede inferirse de la frase de Estrabón «una mujer varonil, ciega de uno de los ojos», seguramente indicativo de una herida de guerra. Su nombre no era Candace, término que formaba parte de la titulatura real de Meroe. El término tomado del latín Candace, fue asimilado a su vez del griego Κανδάκη, que transliteramos «Kandake», y que seguramente fue aprendido por los egipcios del periodo ptolemaico del meroítico. El nombre real de esta reina de Kush, en el actual Sudán, era Amanirenas, o Amnierena (Amnirense qore li kdwe li, algo así como «Amanirenas, gobernante y reina»), según aparece en las inscripciones kushitas, y su gobierno se extendió entre los años 40 y 10 a.C.

Amanirenas no solo hizo la guerra contra Roma, sino que, por lo que parece, obtuvo la victoria y mantuvo a raya a los romanos

La equivocación entre título y nombre de la Reina de Kush no se da únicamente en Estrabón, sino también en el Nuevo Testamento, cuando en los Hechos de los Apóstoles se nombra a un «eunuco etíope, ministro del tesoro y alto funcionario de Candace, la Reina de Etiopía, había ido en peregrinación a Jerusalén y se volvía, sentado en su carruaje, leyendo al profeta Isaías» (Hch 8, 26-28). En la época en que se enmarcan los Hechos de los Apóstoles (década de los 30 d.C.) otra Reina ocupaba el trono kushita.

Cabeza de Meroe

Cabeza de Meroe

Amanirenas no solo hizo la guerra contra Roma, sino que, por lo que parece, obtuvo la victoria y mantuvo a raya a los romanos. Tras una campaña llevada a cabo contra Kush por Gayo Petronio, en la que dirigió en torno a diez mil soldados más allá de la tercera catarata del Nilo, y llegó a entrar y saquear Napata (la antigua capital kushita, que en el siglo I a.C. ya solo tenía importancia religiosa, frente a la centralidad política de Meroe), Amanirenas contraatacó, y obligó a Petronio a acudir en auxilio de la guarnición de Premnis, y asegurar la plaza.

Tras este episodio señala Estrabón cáusticamente que los embajadores kushitas «fueron a Samos, donde César se preparaba para ir a Siria […]. De él lograron todo lo que pedían, además de que se les condonó el tributo que les había impuesto» (XVII, 54). Condonación de un tributo: esta afirmación deja lugar a pocas dudas. Si a esto añadimos un punto final de carácter anecdótico, pero muy significativo, puede decirse que la victoria de la Reina Amanirenas fue redonda: en 1910, el arqueólogo británico John Garstang halló, inserta en la escalera de un templo en Meroe, una cabeza de gran tamaño en bronce del emperador Augusto, la famosa «cabeza de Meroe», que era simbólicamente pisada por todo aquel que accedía al templo. Pese a todo Augusto, en el 22 a.C., había asegurado la frontera sur de su preciado Egipto. El granero de Roma estaba a salvo.

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