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Albert Einstein durante una conferencia en Viena en 1921

La increíble historia del robo del cerebro de Albert Einstein

Thomas Harvey fue el encargado de realizar la autopsia del Premio Nobel y extrajo el cerebro del genio, lo pesó y sin el consentimiento de la familia, se llevó el cerebro a un laboratorio de la Universidad de Pensilvania

En la madrugada del 18 de abril de 1955, Albert Einstein, considerado el científico más importante del siglo XX, fallecía debido a un aneurisma aórtico del cual ya había sido operado en 1948. Tenía 76 años; dos días antes había alentado a un amigo íntimo diciendo: «No estés tan triste. Todos tenemos que morir». Sus restos fueron rápidamente cremados ese mismo día y sus cenizas esparcidas en las aguas del cercano río Delaware por su hijo Hans Albert y sus más cercanos colaboradores, cumpliendo así su voluntad; sin embargo, no todo su cuerpo fue incinerado. El cerebro de este destacado físico había desaparecido dando origen una complicada historia sobre su robo y travesía.

Pocos momentos después de la muerte de Einstein, el patólogo Thomas Harvey fue el encargado de realizar la autopsia del Premio Nobel y extrajo el cerebro del genio, lo pesó (1230 gramos) y sin el consentimiento de la familia, se llevó el cerebro a un laboratorio de la Universidad de Pensilvania, donde lo diseccionó en aproximadamente 240 pedazos. En su defensa, el Harvey alegaría que la extracción del cerebro no había sido un «robo», sino un acto «en nombre de la ciencia», ya que serviría para estudiar uno de los cerebros más singulares y extraordinarios de la historia de la humanidad.

Harvey decidió viajar a través del país transportando pequeñas muestras del cerebro de Einstein en el maletero de su coche

Una vez cometido el «crimen», creó un juego de 200 diapositivas que contenían muestras del tejido cerebral del genio y se las envió a algunos investigadores. Más tarde dividiría las piezas del cerebro en dos recipientes con alcohol y se las llevaría a su casa para esconderlas en el sótano. El patólogo contactó con diversos neurólogos ofreciéndoles examinar el cerebro de Einstein, pero su propuesta fue considerada como una broma y él se ganó la fama de loco. Los pocos que aceptaron aquella locura concluyeron en que el cerebro que Harvey les había mandado no era muy distinto de un cerebro normal. No satisfecho con los resultados, Harvey decidió viajar a través del país transportando pequeñas muestras del cerebro de Einstein en el maletero de su coche.

La mujer de Harvey le amenazó con abandonarle si no dejaba aquella extraña obsesión con el cerebro por lo que el forense se acabaría llevando el órgano Wichita, Kansas (EE.UU.) donde custodió el cerebro en una caja de sidra escondida bajo una nevera de cervezas. Tuvieron que pasar más de 20 años para que el cerebro del genio alemán volviese a ganar atención. En 1978 el periodista Steven Levy publicó un artículo que tituló: «Yo he encontrado el cerebro de Einstein» donde a través de una entrevista que el forense le había concedido explicaba de nuevo la rocambolesca historia.

¿Qué tenía de especial el cerebro?

Numerosos neurólogos volvieron a mostrar interés por Harvey y el cerebro de Einstein y le pidieron pequeñas muestras del órgano para poder examinarlo. Uno de aquellos expertos fue la neuróloga Marian Diamond quien analizó su muestra y en 1985 publicó un estudio en el que sostenía que el cerebro de Einstein contenía más células gliales que una persona normal. Dichas células tenían como función principal dar soporte a las neuronas. Años después, en 2007 –año de la muerte de Thomas Harvey– se publicaría un nuevo estudio que confirmaba que el cerebro del Premio Nobel tenía una proporción anormal de dos tipos de células: neuronas y células gliales.

La obsesión de Thomas Harvey por descubrir qué tenía de especial el cerebro del científico más importante del siglo XX se fue extendiendo por la comunidad científica hasta que en el año 2013, un estudio neurológico del cerebro dio con una respuesta. El cerebro de Albert Einstein tenía varias peculiaridades: la cisura de Sylvius es más pequeña que lo habitual, lo que sugiere que existe una interconexión entre neuronas y por lo tanto una mayor capacidad de trabajo. Por otra parte, el lóbulo parietal inferior, una región que gobierna la actividad mental, es 15% mayor que el promedio y tiene 73% más de células gliales, que son las que nutren las neuronas. Los científicos señalan que estas características explicarían las habilidades de razonamiento matemático y espacial del físico alemán.