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Hemingway durante la Guerra Civil españolaInstituto CEU de Estudios Históricos

Hemingway en España: un periodista parcial y simpatizante de la causa republicana

El Debate estrenará el nuevo documental del Instituto CEU de Estudios Históricos sobre los corresponsales extranjeros en la Guerra Civil española

Fue un enamorado de nuestro país. Ernest Hemingway llegó a España por primera vez en 1923. Aquí se aficionó a nuestras costumbres, la comida y los toros. Los sanfermines a los que asistió en Pamplona le inspiraron una de sus novelas más exitosas, Fiesta, publicada en 1926. Por entonces no era aún la celebridad en la que llegará a convertirse en los años treinta: el escritor mejor pagado de la prensa mundial.

Una fabulosa oferta económica de la agencia norteamericana de noticias (NANA), llevó a Hemingway a aceptar un puesto como corresponsal en España para cubrir la Guerra Civil que acababa de estallar en julio de 1936. Todavía no había recibido el Nobel y aspiraba a escribir aquí su gran novela, Por quién doblan las campanas, un texto ambientado en el frente de Segovia. Pero Hemingway no fue un periodista imparcial. Desde que llegó a Madrid cargado de viandas para librarse de la escasez de alimentos que padecía la capital, se significó como un fiel simpatizante de la causa republicana próximo, incluso, al Partido Comunista.

Hemingway se significó como un fiel simpatizante de la causa republicana próximo, incluso, al Partido Comunista

Alojado en el Hotel Florida escribió muchas de las crónicas más vivas que se conocen sobre el asalto de los nacionales a Madrid, aunque lo cierto es que pocas veces, se acercaba a la línea de fuego. Él no lo hizo, pero tampoco el resto de periodistas que cubrieron la guerra en zona frentepopulista. La censura, coordinada por Arturo Barea, era férrea: solo interesaba que desde el edificio de comunicaciones de la American International Telephone Corporatión (ITT) –el más alto de la Gran Vía– saliesen las informaciones que favorecían a la causa republicana.

Un escritor muy contradictorio

Así lo cuenta el propio Barea en el tercer volumen de su Forja de un rebelde (La Llama). Hemingway y los demás colegas que estaban en España, se hicieron asiduos a la coctelería de Perico Chicote, el bar Miami, el café Molineros y casa Botín. También al Hotel Gaylor, el centro de operaciones comunistas desde el que Mijail Koltsov, corresponsal del diario ruso Izvestia y hombre de Stalin en España, controlaba el sistema represivo del que él mismo caería víctima varios años después. También vino Hebert Matthews –quien en 1957 entrevistará a Fidel Castro en Sierra Maestra–, Capa, Saint-Exupéry… y John Dos Passos con el que Hemingway tendrá un encontronazo a raíz de la desaparición y asesinato del traductor, gallego, José Robles. Gerda Taro murió en Brunete en julio de 1937 aplastada por un proyectil.

Sus incoherencias ideológicas se aprecian bien en las decenas de crónicas que escribió desde España durante los años de nuestra guerra

Hemingway visitó Madrid en tres ocasiones durante la Guerra Civil. En 1937 marchó a Teruel, donde fue testigo de la batalla más decisiva de la guerra. La foto que le hizo Capa en la que se le ve ayudando a un soldado republicano de la 40 División con el fusil encasquillado durante el asalto al cerro del Mansueto, es de las más recordadas. Casi tanto como la «muerte de un miliciano». Hemingway abandonó nuestro país en la primavera de 1938.

En 1954 recibía su ansiado Nobel de Literatura. Por entonces ya era un asiduo a España: de la misma España del régimen que él había ayudado a combatir. Pero le gustaba igual. Aquí disfrutó de su amistad con Orson Welles, Picasso y los toreros, especialmente de Dominguín y Ordóñez, verdaderas referencias del franquismo, y cuyo desafío en los ruedos relatará Ernest en su Verano Sangriento, de 1959, toda una genialidad periodística, contada por entregas en la revista Life. Pero la cabeza de Hemingway no estaba muy bien. Tampoco se cuidaba. En junio de 1961 se quitaba la vida en su rancho de Idaho, en Estados Unidos. Fue un escritor genial, vibrante y al mismo tiempo contradictorio: incoherencias ideológicas que se aprecian bien en las decenas de crónicas que escribió desde España durante los años de nuestra guerra.