¿Qué era un Tercio, la unidad de élite del Imperio español que dominó Europa?
Se crearon oficialmente el 15 de noviembre de 1536 en Génova, dónde el Emperador Carlos V, a través de unas instrucciones –conocidas popularmente como la Ordenanza de Génova– organizó sus ejércitos en Italia
De un tiempo a esta parte, entre el público aficionado a la Historia se han puesto de moda los Tercios. Las publicaciones sobre ellos se han multiplicado –a pesar de la calidad cuestionable de algunas de ellas, aunque se conviertan en superventas–, y la fiebre ha saltado a las asociaciones de recreadores –entre las que hay algunas realmente buenas y otras un tanto mediocres, o con mucha fantasía–, al merchandising, la pintura histórica e, incluso, al turismo –un buen ejemplo son las Alpujarras, donde cada primavera se vuelve a la época de la Guerra de los Moriscos para deleite de los turistas–.
Sin embargo, al leer o escuchar sobre el tema en cuestión, da la impresión de que no se entiende bien lo que era un Tercio. Estos se crearon oficialmente el 15 de noviembre de 1536 en Génova, dónde el Emperador Carlos V, a través de unas instrucciones –conocidas popularmente como la Ordenanza de Génova– organizó sus ejércitos en Italia. El documento enumera cuatro Tercios: Nápoles, Sicilia, Lombardía y Málaga, que estaban al mando de cuatro maestres de campo, pero que solo contaban con dos sargentos mayores. Sobre las compañías por cada unidad, no se cita un número determinado, aunque sí se estipula que cada una debía tener 300 hombres. Respecto al armamento por compañía explica que, entre todas las que las formaban los cuatro Tercios citados, había seis armadas exclusivamente con arcabuz –arma de fuego que podría ser considerada como el bisabuelo del fusil de asalto moderno–.
Desmontando la teoría de la Revolución Militar
Esta escueta información ha servido para que ciertos historiadores militares y aficionados hayan afirmado hasta la saciedad que cada Tercio estaba formado por 3.000 hombres –sin explicar cómo llegan a suponer ese número, ya que el número de compañías que lo formaban no era fijo– y que combatían todos juntos formando un enorme cuadro de picas –lanza larga de unos cinco o seis metros de alto– que, a su vez, tenía cubiertas sus esquinas por otros cuatro cuadros de arcabuces más pequeños, llamados mangas.
Según esta teoría los generales españoles no fueron quienes implementaron una revolución al arte de la guerra de los siglos XVI y XVII
Esta aseveración es un despropósito, aunque a los seguidores de la Teoría de la Revolución Militar les sirve excelentemente para demostrar el supuesto atraso de las fuerzas militares de la Monarquía Hispánica. Esta hipótesis, que lleva ya más de 50 años coleando por mucho que la hayan refutado especialistas dedicados al estudio de la Edad Moderna en diversos países, se asienta en el determinismo armamentístico, es decir, quien posee las mejores y más adelantadas armas gana el conflicto, lo que es muy del gusto de las fuerzas armadas de EE. UU., aunque los conflictos en Irak y Afganistán la hayan puesto en entredicho.
Según los seguidores de la citada teoría, los generales españoles no fueron quienes implementaron una revolución al arte de la guerra de los siglos XVI y XVII, sino los holandeses y suecos –protestantes del norte de Europa–, olvidándose sin explicación del Gran Capitán, el Duque de Alba o Farnesio, entre otros.
Para sacarlos de su error, lo primero que habría que dejar claro es que el Tercio fue una unidad organizativa. Desde 1509 ya existían compañías agrupadas en coronelías –al mando de un coronel–, aunque no de forma continua sino ad hoc, pero fue gracias a la Ordenanza de Génova cuando se creó la estructura definitiva de las unidades españolas que quedarían destinadas en Italia. Fue la compañía la estructura de combate, una entidad autónoma ya que contaba con los oficiales –capitán, alférez y sargento, además de un cabo de escuadra por cada 25 hombres– necesarios para entrar en acción. Es más, se podían sacar de diferentes Tercios las compañías necesarias y crear un escuadrón volante para realizar una misión puntual; también existieron los ramos, agrupaciones al mando de una alférez o sargento de sólo una parte de la compañía.
La organización española era muy flexible a la hora de combatir, todo lo contrario, al cliché tan manido por la Teoría de la Revolución Militar
Lo segundo sería explicar que ya fuera el Tercio en su conjunto, una fracción de sus compañías, o un escuadrón volante, todos podían desplegarse en diversas formaciones, con más ancho o fondo, dependiendo de la misión encomendada. Como se puede observar, por tanto, la organización española era muy flexible a la hora de combatir, todo lo contrario, al cliché tan manido por la Teoría de la Revolución Militar.
Lo tercero que habría que subrayar es que fueron generales de la Monarquía Hispánica los que hicieron evolucionar, que no revolucionar, el arte de la guerra medieval al moderno. Cabe destacar que fue el Gran Capitán quien concedió la preeminencia a las armas de fuego de la infantería por encima de las armas blancas. Por su parte, fue el Duque de Alba el que introdujo el mosquete como arma portátil en las compañías de los Tercios. Finalmente, fue el Duque de Parma el que batió en varias ocasiones a Enrique IV de Francia –otro de los «revolucionarios» soldados protestantes–, lo que este nunca logró.
Para finalizar, querría dejar claro que los Tercios fueron una parte de los Ejércitos de la Monarquía Hispánica, a su lado también sirvieron regimientos, así como artillería y caballería. Y no solo estuvieron presentes en Flandes, ya que fueron desplegados hasta en la Araucanía chilena.