Fundado en 1910

Heinrich Schliemann

El niño que soñó ser argonauta: el fascinante descubrimiento de Troya

Heinrich recorrió región de Burnarbashi de cabo a rabo con el libro de Homero bajo el brazo y teniendo en cuenta las escasas descripciones geográficas que, entre combate y combate, se podían sacar entre líneas

El joven Heinrich Schliemann se movió inquieto en la cama esperando que su padre acudiese al ritual de todas las noches y cuando el viejo Schliemann, un pastor protestante alemán de agrio carácter, se sentó, un tanto a regañadientes, para leerle el libro, el niño afianzó una gran sonrisa en el rostro. Se trataba de un enorme volumen de la «historia de la humanidad» pero el pedía invariablemente la lectura del mismo capítulo. «El auge y la caída de Troya». Cada vez que su padre empezaba una relectura, él se iba adelantando mentalmente a la historia y dibujaba en su imaginación el rapto de Helena, la bahía con las naves, el desembarco del ejército griego, los altos muros de la ciudad, el combate entre Héctor y Aquiles, la estratagema del caballo de madera y la caída de la orgullosa Ilión. Aquellas lecturas le marcarían el resto de su vida e incluso sobre la suerte de sus ruinas discutía con su padre. C.W. Ceram describe con maestría aquellas discusiones:

–«¿Así era Troya?

El padre asentía con la cabeza.

–¿Y todo esto se ha destruido, destruido completamente? ¿Y nadie sabe dónde estaba emplazada?

–Cierto –contestaba el padre.

–No lo creo –contestaba el niño Heinrich Schliemann– Cuando sea mayor, yo hallaré Troya y encontraré el tesoro del rey».

Un don para los idiomas

La verdad es que la historia de Schliemann es verdaderamente sorprendente y, en cierta medida, relativamente desconocida fuera de Alemania o de los círculos de aficionados a la historia y a la arqueología. Fue una persona de orígenes humildes, con una niñez difícil, lo que hizo que apenas pudiese ir a la escuela y tuviese que trabajar desde muy joven, por lo que necesitó ser autodidacta. Cuando por fin tomó la decisión de emigrar a Venezuela, su barco naufragó en la costa de los Países Bajos, él se salvó, milagrosamente, y consiguió llegar a Ámsterdam, en donde encontraría trabajo, aunque dedicaba la mitad de su sueldo a clases de idiomas.

Fotografía de Schliemann cuando era un hombre joven

Consciente de poseer un talento natural para las lenguas, en un año aprendió inglés y francés y en seis meses respectivamente el holandés, el español, el italiano y el portugués. A los 22 años empezó con el ruso, a los 32 el sueco y el polaco, ya a los 34 el griego moderno, al tiempo que se convierte en un hombre de negocios y comienza a realizar numerosos viajes, en su mayoría por razones comerciales, aunque en algunos casos motivado por su espíritu aventurero. En ese sentido el escritor Emil Ludwig narraría sus hazañas como buscador de oro en California. En su tiempo libre, a su regreso a Europa, estudiará ciencias de la antigüedad en la Sorbona.

En relativamente poco tiempo, Heinrich consiguió hacer una gran fortuna, en base a una inteligencia excepcional, su facilidad para los idiomas, su intuición comercial y algunos golpes de suerte. (Es célebre la anécdota del incendio del puerto, cuando las únicas mercancías que se salvan del fuego son las suyas). Así, a los 41 años decide retirarse de los negocios y utilizar su dinero para dar rienda suelta a su gran afición. La arqueología. Entre medias se había divorciado de su primera esposa rusa y comenzará a viajar a Grecia y Turquía. Años más tarde llegará a casarse, nuevamente, esta vez con una joven griega.

El descubridor de Troya

En 1868 Schlieman conoce a Frank Calvert, cónsul británico en los Dardanelos y propietario de la mitad de la colina de Hissarlik, que se encontraba en la región de Burnarbashi en la actual Turquía. Calvert le indicó a Schliemann que, según la tradición, las ruinas de Troya se encontraban en algún punto de dicha región. Heinrich la recorrió de cabo a rabo con el libro de Homero bajo el brazo y teniendo en cuenta las escasas descripciones geográficas que, entre combate y combate, se podían sacar entre líneas. Visitó varios emplazamientos en donde existían fuentes, pero no coincidían ni con la topografía de la Iliada, ni con los dos regatos del «Janto voraginoso» que narró Homero y que uno era de agua termal y otro de agua fría.

Plano arqueológico del sitio de Hissarlik

La descripción topográfica más ajustada la encontró en la colina de Hissarlik. Tampoco allí había dos fuentes de agua que tuviesen distinta temperatura y que muy bien, pensó, podrían haber desaparecido con el paso del tiempo, pero la colina tenía una suave pendiente y estaba coronada por una meseta. Además, estaba a una hora de la costa, dato importante si tenemos en cuenta que Heinrich seguía a Homero literalmente y éste narra cómo, durante el combate, se recorría en una jornada el trayecto que iba desde Troya hasta la costa. Convencido que aquel era el sitio comenzó a excavar en la colina.

Los primeros trabajos fueron decepcionantes, las excavaciones resultaron muy costosas, con lo que su fortuna se empezó a resentir con mucha mayor rapidez de lo previsto, a ello habría que añadir el problema de la malaria que le afectó a él mismo y a muchos de sus trabajadores griegos e incluso problemas políticos con el gobierno turco que le denegaba los permisos para las excavaciones, por lo que estas las continuaba de manera clandestina. Pero finalmente todos aquellos esfuerzos merecieron la pena. Heinrich Schleimann no encontró Troya, sino nueve Troyas o ciudades que se habían ido construyendo sobre las ruinas de sus predecesoras. El alemán identificó a Troya como la segunda. En 1873 descubre además un gran tesoro con objetos de oro, plata, marfil y armaduras. ¿El tesoro del Rey Priamo? ¿Aquel por el cual aqueos y troyanos combatieron durante más de diez años?

Heinrich Schleimann no encontró Troya, sino nueve Troyas o ciudades que se habían ido construyendo sobre las ruinas de sus predecesoras

Heinrich sacó a escondidas el tesoro de Turquía y lo llevo a Alemania vía Grecia. Allí lo donó a un museo de Berlín. Estudios arqueológicos posteriores apuntan a que la Troya homérica no sería la de la capa II, si no la de la capa VII. En cuanto al tesoro, hoy en día existe cierto consenso académico en establecer que las piezas no corresponderían a un único hallazgo, sino que habrían sido reunidas a lo largo de la excavación.

Parte del tesoro de Príamo. Foto tomada hacia 1880

Aunque Schliemann seguiría siendo criticado por los arqueólogos profesionales, con el descubrimiento de Troya y la narración de sus aventuras obtuvo, en su momento, una gran notoriedad en la Europa decimonónica y su leyenda solo iría en aumento con futuros y sorprendentes hallazgos arqueológicos, como las tumbas de Agamenón, Euromidonte y Casandra o las ruinas del castillo de Tirinto.

En cuanto al tesoro denominado «del Rey Príamo», durante la Segunda Guerra Mundial, con los intensos bombardeos que sufrió Berlín, el refugio donde se había depositado el tesoro resultó sepultado y las piezas del tesoro nunca pudieron ser encontradas. De nuevo, una guerra devolvía a su tumba de oscuridad y silencio aquellos vestigios de un esplendor antiguo que, por obra de unas locas ensoñaciones infantiles hechas realidad, durante un breve periodo de tiempo habían vuelto a ver la luz.