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Suárez con la camiseta del «Grande Inter»Wikimedia Commons

Luis Suárez, el fútbol y el franquismo

Las calles del barrio de Monte Alto fueron las primeras en disfrutar del toque de balón de un muchacho que vivía ajeno al devenir de la Guerra Civil que dividía al país entre nacionales y republicanos

Luis Suárez Miramontes nació en La Coruña en 1935. Eran los años de la Segunda República y Galicia, como el resto de España, vivía un periodo agitado. En esos días, otro coruñés, Manuel Casares Quiroga, político liberal fundador de la O.R.G.A. accedía a la jefatura de gobierno.

Desde niño Suárez mostró cualidades para el deporte «rey». Las calles del barrio de Monte Alto fueron las primeras en disfrutar del toque de balón de un muchacho que vivía ajeno al devenir de la Guerra Civil que dividía al país entre nacionales y republicanos. La avenida de Hércules, en la zona de la Torre, contemplaba los progresos de un Luisito que iniciaba su carrera deportiva en el Perseverancia y pasaba a integrar la plantilla de las categorías inferiores del Deportivo hasta fichar por los juveniles de Schopelli. Luego ascendió al primer equipo del Deportivo de La Coruña. Firmaba como profesional en 1951, cuando tenía dieciséis años, para ponerse a las órdenes de Helenio Herrera, primero y Carlos Iturraspe, después.

Luis Suárez en el Inter de Milán

Luis Suárez compartía vestuario con el guardameta Otero, Tomás, Zubieta, Blanco, Osvaldo, Mangriñán, Pahino, Masroig y Arsenio Iglesias, fallecido hace pocas semanas. La Coruña no pasaba de los 130.000 habitantes, pero era una ciudad callejera que comenzaba a ponerse resultona para tiempos de esplendor. El alcalde Alfonso Molina, que había servido en las filas nacionales como teniente honorífico de ingenieros, aprobaba la reforma de la calle Juana de Vega y recibía tres millones de crédito para iniciar las obras del futuro aeropuerto de Alvedro. En el teatro Colón se reponían títulos como Quo Vadis y se estrenaba La alegre caravana, protagonizada por una jovencísima Paquita Rico. Los domingos, desde las gradas del viejo Riazor, los espectadores contemplaban las jugadas de Luis Suárez o «el arquitecto» como se le comenzó a conocer en el campo.

Ese mismo año, España ingresaba en la UNESCO y el régimen de Franco comenzaba a ser reconocido en organismos internacionales, recibía la visita del presidente norteamericano Eisenhower y estrenaba la genial Bienvenido Mr. Marshall, de Berlanga. Eran años de recepciones en El Pardo, de visitas del cardenal Quiroga Palacios y de inauguraciones de viviendas protegidas. Del nacionalcatolicismo España comenzaba a pasar a un periodo de crecimiento económico.

En ciclismo, Martín Bahamontes ganaba la vuelta a Francia y en los ruedos, triunfaban Antonio Bienvenida y Ordóñez. Pero en La Coruña la afición se cuestionaba si el juego de Luis Suárez era el apropiado para un Deportivo que ocupaba la séptima posición de la tabla y no pasaba por un momento financiero boyante. Así, el 23 de marzo de 1954, la prensa local anunciaba el traspaso de Luis Suárez al F.C. Barcelona. Sin embargo, la repercusión pública de esta operación no ocupaba siquiera la mitad de las páginas deportivas de unos rotativos que escupían tinta sobre las responsabilidades del «caso Kubala» por su no alineación en el partido nacional jugado frente a Turquía en Roma.

Luis Suárez durante su etapa en el FC Barcelona

Luis Suárez dejó Galicia y triunfó. Desde entonces, ni las protestas estudiantiles contra la presencia británica en Gibraltar, las revueltas universitarias entre falangistas y «felipes» o la boda de Fabiola de Mora con Balduino en Bélgica, restaron brillo a las hazañas del futbolista coruñés.

Único jugador nacido en España que ha ganado el Balón de Oro (1960), tras nueve temporadas como buque insigne del equipo culé, fichó por el Inter de Milán que pagó la entonces astronómica cifra de veinticinco millones de pesetas.

En la Selección Nacional, Luis Suárez formará parte del equipo español que conquistó la Eurocopa de Naciones de 1964 frente a los demonios rusos satanizados por el régimen franquista que utilizaba el «poder blando» que suponía el fútbol, contra los fantasmas del contubernio comunista. Pero eran otros tiempos…