El único bombardeo sobre suelo estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial fue japonés
Una katana de 400 años de antigüedad se expone desde hace tres décadas en la biblioteca municipal de la ciudad de Brookings, en Oregón (Estados Unidos), aunque su propietario no es un samurái sino un soldado japonés que luchó en la Segunda Guerra Mundial
La proa del submarino japonés I-25 emergió cerca de la costa oeste norteamericana a primera hora de la mañana del 9 de septiembre de 1942. La escotilla se abrió y de ella salieron el oficial Fujita Nobuo y el suboficial Okuda Shoji dispuestos a cumplir la misión que se les había encomendado: bombardear una zona forestal de la ciudad portuaria de Brookings, en el estado de Oregón.
Fujita era piloto del ejército japonés desde 1933 y había participado ya en varias operaciones de reconocimiento en Australia, Nueva Zelanda y Alaska, pero esto era distinto. Era la primera vez que una fuerza extranjera iba a lanzar bombas sobre territorio continental norteamericano. Ahora bien, ¿cómo lo harían si estaban a bordo de un submarino?
Ahí está la clave. El T-25 era un submarino portaeronaves –con 109 metros de eslora y 9,3 de manga– que tenía detrás de la torre de mando un hangar donde podía trasportar hasta tres aviones desmontados y diseñados específicamente para ese propósito. Aquella mañana, desplegaron el hidroavión biplaza Yokosuka E14Y sobre la cubierta de proa y lo colocaron sobre el sistema de lanzadera.
Fujita y Okuda ocuparon sus puestos frente a los mandos y el pequeño avión despegó hacia su objetivo: una zona forestal próxima a la ciudad de Brookings. La intención de los japoneses no era causar bajas civiles, sino causar un enorme incendio para hacer sentir a los norteamericanos que no estaban seguros. Cuando la ciudad todavía se estaba despertando, Fujita colocó el hidroavión a unos 500 pies de altura y soltó las dos bombas incendiarias sobre el bosque. En cuanto Okuda confirmó la detonación dieron media vuelta y volaron rápidamente hasta que amerizaron en el océano.
La intención de los japoneses no era causar bajas civiles, sino causar un enorme incendio para hacer sentir a los norteamericanos que no estaban seguros
Desde el submarino lanzaron unos cabos, subieron el hidroavión a la cubierta, lo metieron de nuevo en el hangar, y en pocos minutos el T-25 se sumergió para no ser descubierto. En apariencia había sido un éxito para los japoneses, pero las dos bombas apenas tuvieron efecto. La noche antes había llovido y los árboles seguían húmedos, además un guardabosques había visto al avión lanzar los proyectiles y llamó inmediatamente a los bomberos locales que sofocaron el fuego enseguida. La noticia apareció en todos los periódicos nipones como una gran gesta, que fue ignorada por los diarios norteamericanos.
Del odio al amor hay un «¡boom!»
La guerra continuó para todos, también para los dos militares japones. Okuda murió en un ataque kamikaze en 1944, y el oficial Nobuo sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y abrió una fábrica de cables de cobres y otros metales. Pero aquí no acaba su historia. En 1962 recibió una carta desde el otro lado del Pacífico, con un remitente un tanto peculiar: La Cámara de Comercio Juvenil de la ciudad norteamericana donde había tirado las bombas casi 20 años atrás. Le pedían que acudiera como invitado de honor al Festival de la Azalea de Brooking. La idea sorprendió tanto al japonés como a varios jóvenes veteranos estadounidenses, que al principio se negaron a que un enemigo que había atacado su nación acudiera a su ciudad.
El alcalde de turno de Brooking declaró el 25 de mayo día de Fujita Nobuo: el enemigo de la Segunda Guerra Mundial se había convertido en amigo
Al final, la Cámara consiguió vender la visita como un gesto de reconciliación y amistad entre ambas naciones y el plan siguió adelante. Fujita aceptó la invitación, y viajó a Brooking junto a su familia, donde fue recibido como si fuera un jefe de Estado: todos lo aclamaron, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad y organizaron un vuelo en avioneta en el que le permitieron tomar los mandos del aparato. Además, como gesto de buena voluntad, Fujita donó a la ciudad su katana, que había pertenecido a su familia durante 400 años, y 1.000 dólares para que la biblioteca municipal comprase libros sobre su país. Todo salió bien, pero después de su estancia reconoció que estaba seguro de que «me darían una paliza, la gente me tiraría huevos y me gritaría insultos», afirmó en una entrevista.
Desde entonces, las visitas a Oregón por parte de los Fujita fueron frecuentes. En 1992, el anciano piloto regresó para plantar una secuoya en el lugar del bosque donde cayeron los artefactos explosivos, como parte de la conmemoración del 50 aniversario del ataque. Y el alcalde de turno de Brooking declaró el 25 de mayo día de Fujita Nobuo. El enemigo de la Segunda Guerra Mundial se había convertido en amigo, y tenía en la biblioteca municipal una vitrina con la katana y otros recuerdos, pero eso no fue todo.
En 1997, Fujita Nobuo estaba muy delicado de salud por el cáncer que padecía y el ayuntamiento aprobó su nombramiento como ciudadano honorario de Brookings. Pocos días después murió, y su hija cumplió la última voluntad de su padre viajando de nuevo a Oregón para esparcir parte de las cenizas de su padre junto a la secuoya que marca el lugar donde tiró las bombas.