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Último día de Sagunto, Francisco Domingo Marqués

Último día de Sagunto, de Francisco Domingo MarquésMuseo del Prado

El sitio de Sagunto, símbolo de la resistencia hispana contra el invasor: «Morir antes que entregarse»

Durante ocho meses, los saguntinos defendieron de manera heroica la ciudad de Aníbal y su colosal ejército

«El genio de la conquista se encontró con el genio de la resistencia, y a Aníbal, el mayor guerrero del siglo, respondió Sagunto, la ciudad más heroica del mundo. De las ruinas humeantes de Sagunto salió una voz que avisó a las generaciones futuras de cuánto era capaz el heroísmo español. Trascurridos millares de años, el eco de otra ciudad de España, y con ella todo el pueblo, respondió a la voz de Sagunto, mostrando que al cabo de veinte siglos no había sido olvidado su alto ejemplo», escribió Modesto Lafuente en su Historia general de España. Discurso preliminar.

En el año 219 a.C., el colosal ejército cartaginés, dirigido por Aníbal Barca, tomaba la ciudad de Sagunto, en la costa valenciana. Durante ocho meses, la urbe –aliada de Roma– resistió los ataques del temido estratega cartaginés, pero Aníbal acabaría asaltando y destruyendo las defensas de la ciudad una por una. La batalla pasaría a la historia por haber desencadenado uno de los conflictos más importantes de la antigüedad: la Segunda Guerra Púnica.

Educado en el odio hacia Roma

Roma y Cartago habían firmado un pacto de no agresión en la Península Ibérica con el río Ebro como tierra de nadie, por lo que traspasarlo sería una declaración de guerra: «Ambos llegaron al acuerdo de que el río fuera el límite del imperio cartaginés en Iberia y que ni los romanos llevaran la guerra contra los pueblos del otro lado del río, súbditos de los cartagineses, ni estos cruzaran el Ebro para hacer la guerra», dejaría por escrito el historiador Apiano.

Aníbal Barca fue nombrado comandante supremo de Iberia a los 26 años de edad, tras la muerte de Asdrúbal en el 221 a.C. Con el cambio de poder, Cartago abandonaría la línea pacifista que emprendió Asdrúbal y retomaría la política de expansión territorial. El general y estadista cartaginés fue admirado incluso por sus más acérrimos enemigos. Desde muy pequeño lo educaron en el odio hacia Roma, su principal enemiga, y siempre soñó con destruir y conquistar esta ciudad y establecer su hegemonía en el mar Mediterráneo.

Busto de Aníbal Barca

Busto de Aníbal Barca

En apenas dos años, Cartago controlaba todo el sur peninsular, parte del territorio oretano del interior entre Sierra Morena y el Guadiana, además de todo el litoral levantino con la única excepción de Sagunto, que se encontraba «a mitad de camino entre los Pirineos y el río Ebro», según narran los textos clásicos.

Aníbal vio en esta urbe, aliada de Roma y una de las más fortificadas de la zona, el pretexto perfecto para plantarle cara a la República que tanto le había arrebatado a Cartago en las décadas anteriores y continuar con sus planes expansionistas. El estratega cartaginés también esperaba que con el saqueo de la ciudad –Tito Livio la describe como «la más rica con mucho del otro lado del Ebro»– podría mantener contento a su ejército compuesto, en su mayoría, por mercenarios. Por ello, la conquista de Sagunto era pieza clave en su plan para vencer a su principal enemigo.

La tenaz resistencia de los saguntinos

Con gran ingenio, el temido general cartaginés idea unas maniobras políticas que reavivaron viejas heridas entre turbolitanos (terolenses) y saguntinos relacionadas con antiguos conflictos fronterizos. Turbula, aliada de Cartago, acusó a los saguntinos de haber asaltado sus campos e infringir sus leyes y derechos de propiedad. Aníbal utilizó la causa para acusar a los romanos de utilizar métodos viles que ponían en peligro la paz creada hacía poco tiempo. Los saguntinos, al prever las consecuencias de estas acusaciones, solicitaron de nuevo la protección de Roma. Aníbal, molesto, respondió con la invasión de Sagunto en el 219 a.C.

Según recoge Tito Livio, Aníbal, tras internarse en la ciudad, arrasó con todos los campos y cosechas para después atacar la urbe por tres puntos diferentes entre los cuales se encontraba un enorme muro con una gran torre que, a la larga, se convertiría en una verdadera pesadilla para los cartagineses.

Tito Livio lo describe en su Ab urbe condita de la siguiente manera: «La juventud más escogida ofrecía una resistencia más enconada allí donde se veía que el peligro era más amenazante. Empezaron por repeler al enemigo con proyectiles, sin dejar que los que realizaban las tareas de asedio estuviesen lo bastante a salvo en ninguna parte; después no solo blandían sus armas arrojadizas en defensa de las murallas y la torre, sino que incluso tenían el coraje para salir bruscamente contra los puestos de vigilancia y las obras de asedio del enemigo […]. Aníbal, al acercarse al muro sin tomar las debidas precauciones, cayó herido de gravedad en la parte delantera del muslo».

Sin embargo, los envistes de las fuerzas de Aníbal asolaron la mayor parte de la ciudad. Se enviaron emisarios a Roma en busca de ayuda, la cual nunca llegaría. El Senado romano declinó enviarles socorro en forma de legiones: acababan de ser abandonados. Según el relato del historiador del romanticismo Manuel Ibo Alfaro, «cuando los saguntinos se convencieron de que sus aliados, los romanos, no les socorrían en aquel lamentable estado; tomaron una determinación desesperada». Faltos de víveres y de recursos y maneras para defender la ciudad, los saguntinos optaron por la máxima «morir antes que entregarse».

«Hombres de todas edades salieron y cargaron sobre el ejército cartaginés ocasionando en él una horrorosa mortandad». Mientras que las mujeres, convencidas de que «todos los suyos habían sucumbido bajo el acero enemigo», continúa el historiador, «mataron a sus niños y a ellas mismas». Tras ocho meses de asedio en los que las tropas de Aníbal asaltaron y destruyeron las defensas de la urbe una por una, el estratega cartaginés se encontró con una ciudad destruida que poco podía ofrecer más que gastos en su reconstrucción. La destrucción de Sagunto fue utilizada por la propaganda romana para justificar una segunda guerra contra Cartago. Se produjo así el comienzo de la Segunda Guerra Púnica.

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