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Joseph Stalin, Truman y Winston Churchill (de izquierda a derecha)Photo12 via AFP

Stalin, de seminarista a dictador genocida de la URSS

Durante el Gran Terror de Stalin hubo dos millones de detenciones (solo entre 1937 y 1938) y se fusiló a 800.000 personas entre 1921 y 1953 por motivos políticos

«Stalin es demasiado brusco, y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el cargo de Secretario General», advirtió Lenin –enfermo y apartado de la vida pública– a los camaradas del Comité Central en una carta enviada el día de Nochebuena de 1922.

El Partido Comunista estaba inmerso en una división interna entre Trotsky y Stalin, que lideraban los dos bloques enfrentados sobre la hoja de ruta que debería tomar la recién creada Unión de Repúblicas Soviéticas (URSS). Aunque tras la muerte de Lenin en 1924, Stalin consiguió apartar a Trotsky –al que envió al exilio en 1929– e instauró una dictadura personal sangrienta que nada tiene que ver con sus orígenes revolucionarios.

Detrás del «hombre de acero», es decir, Stalin, estaba el georgiano Iosif Vissariónovich Dzhugashvili, que nació en la ciudad de Gori, gobernación de Tiflis, el 18 de diciembre de 1878 o 1979, como afirmó él mismo en varias ocasiones. Hijo de Ekaterina y un zapatero alcohólico llamado Vissarion, el joven Soso –como lo apodaban en la familia– quedó huérfano muy pronto. Decidió dedicar su vida a Dios e ingresó en un seminario ortodoxo de Tiflis, pero pronto lo abandonó para unirse a las revueltas de estudiantes contra la Rusia de los zares, que habían prohibido el uso del georgiano en favor del ruso.

A finales del siglo XIX, Iosif fue detenido por sus acciones como revolucionario georgiano y enviado a Siberia, donde pasó varios años recluido en uno de los campos de trabajo del Imperio Ruso (Kartoga), igual que le sucedió a Dostoievski cinco décadas atrás. Consiguió fugarse en 1904 y empezó una nueva vida política ligada a los bolcheviques de Lenin. Durante estos primeros años pudo viajar por toda Europa asistiendo a congresos y difundiendo el mensaje revolucionario por Suecia, Reino Unido, Finlandia y ciudades del decadente Imperio Otomano. También viajó a Viena en 1912, donde se encontraban los líderes bolcheviques exiliados y se reunió con Lenin.

Conspirador y revolucionario

Un año después de aquella visita, la policía secreta del zar lo detuvo en San Petersburgo (entonces, Petrogrado) por conspirar contra el Imperio y lo envió de nuevo a Siberia, donde pasó cuatro años, hasta que supo que la revolución de sus camaradas bolcheviques había triunfado, en 1917. Desde su participación en la insurrección todos le conocerían como Stalin, el «hombre de acero».

Su aparente lealtad hacia el Partido Comunista cambió con la muerte de Lenin, momento que Stalin, como Secretario General del partido, aprovechó para acabar con sus rivales políticos. Entre 1922 y 1929 empleó la violencia política para acabar con cualquiera que supusiera una amenaza. Ordenó ejecutar primero a sus antiguos aliados Zinoviev y Kámenev, en 1936, y dos años después empezó la purga contra sus adversarios: ejecutó a Rikov, Bujarín y exilió a Trotsky en 1929, su principal opositor, al que ordenó asesinar en 1940.

Stalin instauró una dictadura totalitaria que concentró el poder en su persona, acabó con cualquier oposición política y construyó un sistema económico centrado en el centralismo, la colectivización (Коллективизация) y la industrialización del país para convertir el «socialismo en un solo país». Ideó un Plan Quinquenal en 1928 y otro en 1932 para industrializar la URSS y colectivizar el campo por medio de granjas de explotación estatal (sovjós) y colectiva (koljós), pero esa iniciativa provocó el efecto contrario y la producción agropecuaria se hundió. La política agraria del Plan Quinquenal obligaba a las granjas ucranianas, kazajas y del norte del Cáucaso a ceder un porcentaje de sus cosechas al Estado. Esto, unido a la mala cosecha en 1927, provocó una hambruna en varias regiones soviéticas del Cáucaso y el Volga, entre ellas Ucrania, donde murieron cuatro millones de personas de inanición entre 1932 y 1933, en lo que se conoce como el Holodomor, «matar de hambre».

50 millones de muertos

A partir de 1930, a nivel interno, el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos de la Unión Soviética (NKVD), la policía secreta soviética, junto a otros órganos del partido, emprendió una persecución de la disidencia política. La «Gran Purga» había comenzado: el NKVD detuvo a dos millones de personas (solo entre 1937 y 1938) y realizaron 800.000 fusilamientos entre 1921 y 1953. Aunque no existe una cifra oficial, en total, según las estimaciones de los historiadores, el estalinismo provocó entre cuatro y 50.000 millones de muertos. Esa actitud implacable con el opositor también se trasladó a los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, donde la URSS de Stalin y su trasformación agraria e industrial se destinaron a provisionar lo necesario para el Ejército Rojo, aunque a pesar de la victoria, murieron unos 27 millones de soviéticos, siendo el país que más bajas tuvo en el conflicto.

Desde el punto de vista militar, Stalin demostró ser un buen aliado, aunque la sospecha de Churchill y Roosevelt siempre estuvo presente. Una desconfianza que se trasformó en muros físicos y diplomáticos entre la ideología capitalistas norteamericanas y el comunismo del bloque soviético. Stalin fue protagonista incipiente de la Guerra Fría, pero el «hombre de acero» había dejado de serlo, estaba enfermo y paranoico porque veía espías en todas partes, y continuó su persecución hasta pocos días antes de su muerte, el 5 de marzo de 1953.