¿Quién fue Rudolf Hoss, «el animal de Auschwitz», que protagoniza la nueva película de Glazer?
El director británico narra de una manera innovadora la historia del comandante del campo más terrible del nazismo en su adaptación a la gran pantalla da obra de Martin Amis titulada La zona de interés
«En el verano de 1941 fui enviado a Berlín para recibir órdenes personales del líder de las SS Himmler», recordó Rudolf Hoss durante los Juicios de Nuremberg. Según relató, Adolf Hitler había confiado a la SS la ejecución de la «solución final al problema judío» y para ello había elegido Auschwitz como el principal lugar de concentración y exterminio.
Sobre Hoss, como comandante de esta enorme fábrica de matar que era, recaía llevar a cabo las órdenes del führer: «Solo fueron dos millones y medio, los demás murieron de hambre, agotamiento o enfermedad», corrigió osadamente al presidente del tribunal de los juicios cuando éste se refirió al asesinato de tres millones de personas en las cámaras de gas.
Con la misma indiferencia se atrevió a puntualizar que él nunca «había matado ni azotado a nadie». Era perfectamente consciente del horror del que había sido partícipe; sin embargo, nunca lo llegó a ver como algo intrínsicamente malo. Al igual que muchos otros oficiales nazis, para él, el genocidio fue simplemente «cumplir órdenes del Estado» por lo que estaba siendo un «buen ciudadano».
Es, precisamente, a través de la ilustración de esta banalización del mal –sobre la que habla Hannah Arendt– la manera que ha elegido el director Jonathan Glazer para narrar la historia de Rudolf Hoss y su familia, que vivían al otro lado de un muro del campo de exterminio de Auschwitz, en su adaptación a la gran pantalla da obra de Martin Amis titulada La zona de interés.
Uno de los mayores criminales de la historia
Nació en 1901 en Banden-Banden, Alemania. A los quince años se unió al ejército alemán, participando en la Primera Guerra Mundial y con diecisiete ya era el suboficial más joven del Ejército. Al finalizar la guerra, empezó a frecuentar algunos grupos paramilitares de marcado carácter nacionalista y anticominista y en 1922, tras escuchar un discurso de Adolf Hitler, decidió alistarse en las filas del Partido Nazi.
En 1934 entraría en las SS, la organización paramilitar y principal responsable del asesinato sistemático de seis millones de personas en el Holocausto. Pronto sería destinado al campo de Dachau, en Baviera, cuyo principal cometido fue vigilar a los doscientos o trescientos prisioneros que se acumulaban en sus instalaciones.
En 1938 Hoss fue ascendido a capitán y pasó a ser ayudante de Herman Baranowski en el campo de Sachsenhausen (Brandemburgo). Su experiencia, disciplina y cualidades le valieron una promoción, y en 1940 fue nombrado comandante del campo de prisioneros de Auschwitz, en Polonia. Fue entonces cuando decidió instalarse, junto con su familia, a escasos pasos de la muerte.
Primo Levi, superviviente del Holocausto y autor de Si esto es un hombre señala que «Rudolf Höss se habría convertido en un gris funcionario del montón, respetuoso de la disciplina y amante del orden; como máximo, un trepador de ambiciones moderadas. En cambio, paso a paso se transformó en uno de los mayores criminales de la historia». Y así fue.
Tras recibir las órdenes de ejecutar la «solución final» ahora tenía que buscar la mejor manera para matar a cientos de miles de personas de la manera más rápida, barata y eficaz posible. Pronto encontraría la forma: las cámaras de gas.
Una de las primeras escenas de La zona de interés se muestra a Hoss reunido en su sala de estar con ingenieros y arquitectos, que tratan de venderle la patente de la máquina de matar más eficiente hasta la fecha: un sistema cilíndrico y giratorio que «carga» los cuerpos, los quema, los enfría y se deshace de los trozos restantes. Al completar una rotación, el aparato comenzaría de nuevo el proceso sin la necesidad de parar.
Auschwitz se llenaría de recintos herméticamente sellados en los que se introducía el mortal pesticida Zyklon-B. De esta manera, Hoss calculaba que se podrían asesinar a unas dos mil personas al mismo tiempo en apenas media hora. Más tarde, se incinerarían los cadáveres en enormes crematorios. La eficacia significaba números más altos, y esas cifras elevadas se traducirían en un ascenso. Al que apodarían «el animal de Auschwitz» escribiría en sus memorias que se sintió «muy tranquilo» al haber resuelto este problema.
El final del comandante de Auschwitz
Con el mismo descaro con el que intentó justificarse en los Juicios de Nuremberg, así lo hizo en su biografía Yo, comandante de Auschwitz que escribió durante su estancia en una prisión polaca en 1947 y que se publicó en 1958. Entre sus páginas también relata de un modo perturbador lo «fácil que era el asesinato»: «El asesinato en sí mismo tomó el menor tiempo. Podrías deshacerte de dos mil cabezas en media hora, pero fue la quema lo que llevó todo el tiempo. El asesinato fue fácil; ni siquiera necesitabas guardias para llevarlos a las cámaras; simplemente entraron esperando tomar duchas y, en lugar de agua, encendimos gas venenoso. Todo fue muy rápido».
Cuando se acercaban los últimos días de la guerra y ya todo estaba perdido, Himmler aconsejó a su fiel comandante que se ocultara entre el personal del campo para evitar ser detenido. Sin traicionar a su carácter, obedeció las órdenes y se disfrazó de jardinero y adoptó el nombre falso de Franz Lang. Sin embargo, fue detenido tras ser delatado por su propia esposa. Poco tiempo, intentó quitarse la vida mordiendo una píldora de cianuro. En todo momento negó ser el comandante de la fábrica de matar más terrible del nazismo.
Tras largos interrogatorios, este «canalla estúpido, verboso, basto, engreído y, por momentos, manifiestamente falaz» –tal y como lo describe Levi en el prólogo de la reedición de 2022 de la biografía de Hoss– admitió ser el comandante del campo de exterminio de Auschwitz y declaró: «Yo mandé en Auschwitz hasta el 1 de diciembre de 1943, y calculo que al menos 2.500.000 de personas fueron asesinadas y desechadas allí por gases y quemaduras». Con un deje de orgullo en sus palabras puntualizó que aquel número «representaba alrededor del 70 y 80 por ciento de todas las personas que fueron enviadas a Auschwitz como prisioneros».
Su juicio duró desde el 11 al 29 de marzo de 1947 y el 2 de abril fue condenado a muerte: sería ahorcado a pocos metros del crematorio de Auschwitz y de la casa en la que residió con su familia en el campo.