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Las meninas de Velázquez

Las Meninas de Velázquez

Picotazos de historia

La extraña moda de comer barro entre las mujeres españolas del siglo XVII

La palidez extrema del rostro era un objetivo muy deseado por toda dama de la corte y uno de los medios más habituales para conseguirlo era comer barro

En esa maravilla –¡obra maestra de la pintura!– que llamamos Las Meninas, sublime creación de Diego de Silva y Velázquez, podemos ver a una de las damas de compañía, o «de casa» –las meninas– ofreciendo a la infanta Margarita, figura central de la composición a cuyo alrededor gira todo, una bandeja sobre la que descansa una pequeña vasija de arcilla con agua en su interior. Esa humilde vasija de barro poroso se denomina búcaro y es el motivo del presente artículo.

Como les estaba contando, la menina de la infanta –de nombre María Agustina Sarmiento de Sotomayor, hija del conde de Salvatierra– está ofreciendo agua perfumada en esa vasija. Durante este tiempo (siglos XVI, XVII y parte del XVIII) el canon de belleza lo marca un aspecto frágil, casi enfermizo, en las mujeres. La palidez extrema del rostro era un objetivo muy deseado por toda dama de la corte y uno de los medios más habituales para conseguirlo era comer barro.

Desde pequeñas las mujeres españolas consumían arcilla. Se consideraba como un confite o golosina

Esta práctica, denominada bucarofagia, consistía en ingerir pequeñas cantidades de barro cocido, mordisqueando para ello unas pequeñas vasijas de arcilla porosa en las que se solía refrescar el agua. Los alfareros, para hacer más agradable la ingesta, elaboraban arcillas más suaves a las que añadían perfumes, especias, etc., antes de cocer las piezas en el horno.

La pequeña vasija, una vez cocida, era rellenada con agua perfumada. Las damas se refrescaban con el agua del búcaro, que se mantenía fresca gracias a la porosidad de la arcilla, y daban pequeños mordiscos a la vasija para comer la cerámica o daban pellizcos para romper pequeños pedazos que se llevarían a la boca.

Búcaros

Diferentes búcaros

Como les he mencionado antes la palidez del rostro era un rasgo de belleza perseguido por todas las damas de la corte. Pues bien, la ingesta de barro produce en las señoras una disminución de los glóbulos rojos en la sangre y, por lo tanto, una intensa palidez. Esto se llama clorosis. Desde pequeñas las mujeres españolas consumían arcilla. Se consideraba como un confite o golosina.

Sus orígenes se remontan al siglo XV como práctica de las doncellas moriscas. El comer barro era considerado como una práctica inocente hasta que la moda se volvió obsesiva en las últimas décadas del siglo XVII. Es por este motivo que la práctica de comer arcilla comenzó a ser condenada por clérigos y motivo de burla por los escritores que nos hablan de los «afeites y artificios» que ocultaban la verdadera faz de las damas.

Como les decía, para facilitar la ingesta los alfareros elaboraban arcillas muy finas a las que añadían saborizantes pero también otros elementos que se escapaban del control del artesano. Está bien documentado que el consumo excesivo del barro de los búcaros podía provocar efectos ligeramente alucinógenos, euforizantes y narcóticos, además de adicción. Este es el pack principal pero no el único.

El motivo principal por el que fue censurado por los predicadores, capellanes y sacerdotes de la época y por qué tuvo tanto éxito esta extraña moda, es que se atribuía al barro propiedades anticonceptivas. El consumo continuado del barro podía dar lugar a una obstrucción intestinal, lo que daba lugar a una disminución, incluso desaparición, del flujo menstrual. Para rematar, el consumo continuado –y entonces veían con buenos ojos que las niñas se iniciaran en esta práctica desde temprana edad– podía provocar anemias, envenenamientos, daños en el hígado e intestino y un sin fin de consecuencias más. Esta práctica desapareció en el siglo XIX.

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