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'Retrato de Felipe II' de Sofonisba Anguissola

'Retrato de Felipe II' de Sofonisba AnguissolaMuseo del Prado

Leyenda Negra  Felipe II y la leyenda negra: cuando los protestantes insultaban a los españoles por el color de su piel

Se han vertido ríos de tinta sobre el origen y desarrollo de la mala imagen del monarca, que no fue un ángel, como defiende la Leyenda Rosa, sino más bien el prototipo de rey de inicios de la Edad Moderna

El tercer monarca de la dinastía Habsburgo, Felipe II, sufre una pésima reputación en los países protestantes del norte de Europa y en EE.UU., dónde aún se cree firmemente en la leyenda negra que se le asocia. Guillermo de Orange y sus seguidores acusaron al Monarca hispano de todos los males que sucedieron en la Corte madrileña durante la segunda mitad del siglo XVI, e inventaron una serie mitos que, a pesar de ser muchos de ellos descabellados, se les siguen dando crédito sin más. Basta ojear cualquier libro inglés sobre la Armada de 1588.

Se han vertido ríos de tinta sobre el origen y desarrollo de la leyenda negra de Felipe II, así que en este artículo no se va a repetir lo que otros ya han explicado. Simplemente recordar la muerte de Don Carlos, heredero del rey, y el asesinato de Escobedo, secretario de Don Juan de Austria; ambas cimentaron la construcción de la imagen del denominado «demonio del sur». Desde luego que Felipe no fue un ángel, como defiende la Leyenda Rosa, sino, más bien el prototipo de monarca de los inicios de la Edad Moderna. Así, se deberían desterrar las interpretaciones maniqueas de su reinado, como la del difunto historiador Manuel Fernández Álvarez, quien enjuició al tercer Austria como si hubiese sido un asesino sin ningún escrúpulo. O la de Geoffrey Parker, quien sigue obsesionado en erigirse en una mezcla entre historiador-psicólogo-psiquiatra, y que acusó de fanático religioso al Rey Felipe, sin pararse a pensar si Guillermo de Orange o Isabel I de Inglaterra actuaban de la misma manera. Parker, a pesar del reconocimiento continuo que recibe en España, no ha hecho más que perpetuar la mala reputación de Felipe II en las diferentes obras que ha publicado sobre él.

En la Europa occidental, el siglo XVI fue una centuria de guerras y enfrentamientos político-religiosos, en el que apenas algún gobernante pudo librarse de quedar inmerso en dicha espiral violenta. Por ello, se enfrentaron a la inestabilidad como pudieron, incluyendo el asesinato de sus oponentes. Si se acusa a Felipe II de haber recurrido a dichas malas artes, también se debería hacer con Isabel, Guillermo o con Enrique III de Francia, por ejemplo. Todos se mancharon las manos con sangre en nombre del buen gobierno.

Pero, si se quiere entender un poco mejor las razones que llevaron a que se considerase a Felipe II como una excepción, tenemos que evaluar a sus detractores, ya fueran contemporáneos o no. La mayoría de ellos tenían en común una cosmovisión protestante y xenófoba, en la que los habitantes del sur de Europa eran acérrimos papistas y, en el caso de los españoles, además, manchados por sangre mora y judía. En la actualidad, aún se ridiculiza la idea de la limpieza de sangre que tanta importancia tuvo en la sociedad del Siglo de Oro, pero sus detractores no se dan cuenta, o no quieren percatarse, de que fue una fórmula de aceptación social. La comunidad era la que decidía si la persona en cuestión merecía ser reconocida como cristiano viejo o no.

A algún lector puede que le sorprenda la afirmación de que los protestantes eran xenófobos, ya que hoy se han erigido en la columna vertebral de lo políticamente correcto, pero en la época de Felipe II fueron numerosos los insultos a los españoles por el color de su piel, su sangre impura, su estatura o apetito sexual. No soportaban que unos extranjeros los gobernasen. Si Carlos V hubiera elegido a Guillermo de Orange como gobernador de los Países Bajos, el devenir de la Historia hubiera sido diferente, pero el Emperador supo discernir la verdadera naturaleza de aquel que se consideraba con derecho a gobernar, y que demostró no tener escrúpulo para pergeñar lo que fuese necesario con tal de hacerse con el poder.

Por último, aunque algunos historiadores hayan afirmado que hubo una defensa de la reputación del tercer Austria por parte de la Monarquía Hispánica, la verdad es que únicamente se llevó a cabo mientras los Habsburgo la gobernaron. Una vez que Felipe V recibió la corona, el silencio, cuando no el abierto desprecio, de la historiografía española −más preocupada en legitimar a los Borbones que en defender a la antigua dinastía− se hizo patente; no hay que olvidar que la Real Academia de la Historia fue fundada por el primer Borbón en 1738. Así, no es de extrañar que las diferentes obras de ficción sobre Don Carlos escritas en los siglos XVIII y XIX, de la mano de Schiller y de Verdi respectivamente, no tuvieran contestación desde España. Ha sido en el transcurso del siglo XX al XXI cuando se ha empezado a revalorizar la figura de Felipe II.

Se acerca 2027, fecha en la que se celebrará el quinto centenario del nacimiento del Monarca en Valladolid, y será el momento apropiado para volver a estudiar su vida y reinado, ponerlo en valor y dejar de lado las falsas patrañas que aún le rodean, sean negras o rosas.

Para saber más

  • Ricardo García Cárcel, El demonio del sur. La leyenda negra de Felipe II, Madrid, 2017
  • William S. Maltby, La leyenda negra en Inglaterra: desarrollo del sentimiento antihispánico, 1558-1660, México, 1982
  • Philip W. Powell, Árbol de odio. La leyenda negra y sus consecuencias en las relaciones entre Estados Unidos y el mundo hispánico, Madrid, 1991

  • Eduardo De Mesa es doctor en Historia y coordinador del Instituto CEU de Estudios Históricos
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