Mujeres de la Antigüedad
Cleopatra: la realidad detrás de la última reina del Nilo
Ya desde época romana hasta nuestros días no ha dejado de especularse sobre la mítica belleza y el indudable atractivo de Cleopatra, la lejana descendiente de Ptolomeo I
En su biografía de Marco Antonio, el historiador Plutarco de Queronea decía que «la belleza de Cleopatra no era en sí misma, excesivamente exuberante como para subyugar a primera vista, pero su trato tenía un punto irresistible y su belleza, junto con ese atrayente don de la palabra, y su carácter que envolvía al que la trataba, le proporcionaban una fascinación penetrante como un aguijón».
Ya desde época romana hasta nuestros días no ha dejado de especularse sobre la mítica belleza y el indudable atractivo de Cleopatra, la lejana descendiente de Ptolomeo I, compañero de armas de Alejandro Magno.
Sin duda, se puede decir que Cleopatra es la mujer más famosa del mundo antiguo, pero las fuentes de su época que hablan de ella son escasas y dispersas. De hecho, lo que conocemos de ella proviene más del imaginario popular (¿se bañaba en leche de burra? Lo cierto es que no lo sabemos), de la tragedia (por ejemplo, Shakespeare) y del cine (¿cómo olvidar a la espectacular Cleopatra de Elizabeth Taylor?).
Cleopatra VII nació en el año 69 a. C. en Alejandría, el mayor centro intelectual de la Antigüedad, donde recibió una esmerada educación. Filóstrato, el egipcio, le enseñó filosofía, oratoria y retórica. Cleopatra tenía fama de excelente oradora. Además, se le atribuyen algunos escritos de medicina. Vivió en un ambiente multiétnico, típicamente helenístico, y dominó varios idiomas.
Como era tradición en la corte lágida, Cleopatra fue casada con su hermano Ptolomeo XIII, con el que heredó el trono en el 51 a. C. Pronto estalló el conflicto entre ambos hermanos, lo que llevó al destierro de Cleopatra. Entre tanto, en Roma la guerra civil entre César y Pompeyo culminaba con la derrota del último en la batalla de Farsalia (48 a. C.), quien decidió huir y refugiarse en Egipto, sin sospechar que allí encontraría la muerte.
Julio César persiguiendo a Pompeyo llegó también a Egipto. Allí se instaló en el palacio e intentó mediar entre Ptolomeo XIII y la exiliada Cleopatra. Entonces, como nos cuenta Plutarco, Cleopatra logró entrevistarse con César, colándose en el palacio, metiéndose en un saco para la ropa (y no en una alfombra como nos muestran las representaciones artísticas de la pintura y el cine). César cautivado por la joven y atrevida reina decidió apoyarla frente a su hermano, lo que dio como resultado una guerra que tuvo consecuencias nefastas, como el incendio de la legendaria Biblioteca de Alejandría.
Tras la muerte de su hermano, ahogado en el Nilo, Cleopatra contrajo matrimonio de nuevo con su otro hermano pequeño, Ptolomeo XIV, de tan solo once años. César debía volver a Roma, pero antes decidió emprender un crucero por el Nilo con Cleopatra, quien tendría poco después un hijo fruto de su unión, al que se conocería con el nombre de Cesarión.
Tras la muerte de César en los Idus de marzo del año 44 a. C., la relación de Cleopatra con Roma no terminó. Marco Antonio, que se había convertido en uno de los triunviros, solicitó una reunión con la reina del Nilo para mantener la alianza romano-egipcia. Cleopatra se reunió con él en Tarso y, sin duda, impresionó al general romano, con el que comenzó una relación amorosa en Alejandría y con él que tuvo tres hijos.
Nada de esto fue bien visto en Roma y la enemistad creciente entre Marco Antonio y Octavio hizo saltar por los aires el triunvirato y ambos generales se declararon la guerra. Cleopatra se mantuvo al margen, pero la vida lujosa que los amantes llevaban en Egipto y la presunta habilidad de la reina para influir en las decisiones de Antonio, fueron el origen de una actitud popular negativa hacia ella, algo que ya nunca cambiaría. La guerra culminó en la batalla de Accio.
Poco tiempo después, Marco Antonio se suicidaría, y la reina, que no quería ser exhibida como un trofeo en el desfile triunfal en el corazón de Roma, decidió acabar con su vida, aunque lo de la mordedura del áspid forma parte del imaginario popular, como otros aspectos de la vida de la última gobernante de la dinastía ptolemaica del Antiguo Egipto.