'Idus de marzo': de la fortuna al asesinato de Julio César y la amnistía
Con el asesinato de Julio César el destino de Roma cambió, pasando de una República a un Imperio que tuvo a Octavio Augusto como primer emperador
«Todo quedó manchado de sangre; de manera que parecía haber presidido el mismo Pompeyo al suplicio de su enemigo, que, tendido, expiraba a sus pies, traspasado de heridas, pues se dice que recibió veintitrés», así describe Plutarco el asesinato de Julio César. Un acontecimiento que acabó también con la República romana, pero inició un nuevo periodo político con Octavio Augusto como primer Emperador de Roma. Los enemigos de César habían planeado su ejecución al detalle y eligieron el 15 de marzo del 44 a.C. para llevarlo a cabo. ¿Por qué? y ¿Cómo fue su asesinato?
Pese a la imagen negativa que tiene la fecha en la actualidad, el Idus de marzo era un día de buenos augurios para los romanos. Todos los meses tenían un Idus, aunque solo marzo, mayo, julio y octubre se hacían el día 15, el resto era el 13. En esta historia, esto es clave, porque los enemigos de César lo eligieron para realizar su plan como garantía de buenos augurios. Este carácter supersticioso romano rodea en todo momento a este asesinato.
Según cuenta Plutarco la noche antes de los sucesos estaba César cenando con su amigo Marco Lépido, y «recayó la conversación sobre cuál era la mejor muerte, y César, anticipándose a todos, dijo: 'La no esperada'», una situación que anticipa en parte lo que ocurrirá después.
Pero esta premonición continúa en la narración del historiador griego (con ciudadanía romana) cuando cuenta lo que supuestamente le sucedió a César y su esposa Calpurnia mientras dormían: «Se abrieron todas las puertas y ventanas de su cuarto, y turbado con el ruido y la luz, porque hacía luna clara, observó que su mujer dormía profundamente, pero que entre sueños prorrumpía en voces mal pronunciadas y en sollozos no articulados, y era que le lloraba teniéndole muerto en su regazo. Otros dicen que no era ésta la visión que tuvo la mujer de César, sino que estando incorporado con su casa un pináculo, que, según refiere Livio, se le había decretado por el Senado para su mayor decoro y majestad, lo vio entre sueños destruido, sobre lo que se acongojó y lloró». Fuera como fuese, al día siguiente César acudió al Senado sin imaginar que sería su final.
Crónica de una muerte 'augurada'
Plutarco explica que fueron unos instantes de grandes tumultos, donde Julio César tuvo que abrirse paso entre las peticiones de unos y de otros. Varios senadores como Tulio Cimbo le pedían que permitiera el regreso de su hermano que estaba desterrado, y al mismo tiempo los socios de Bruto se preparaban para actuar, como uno de ellos que se colocó detrás de la silla de César para pillarlo por sorpresa. Era todo un teatro, una encerrona.
Al entrar en la cámara, los senadores se levantaron «haciéndole acatamiento». Una vez César se sentó, no quiso atender más ruegos porque estaba harto de escucharlos, fue en ese preciso momento en el que «Tulio, cogiéndole la toga con ambas manos, la retiró del cuello, que era la señal de acometerle», describe Plutarco. Los líderes del plan habían sido Casta y Bruto, hijo adoptivo de César. Varios senadores lo rodearon y desenfundaron sus puñales y gradius e iniciaron el ataque todos juntos «porque entraba en el convenio que todos habían de participar».
Según Suetonio participaron más de sesenta personas, lo tiraron al suelo, a los pies de la estatua de Pompeyo su eterno rival, que acabó manchada de sangre. Nadie hizo gran cosa por impedirlo, y Julio César recibió, por lo menos, 23 puñaladas.
Al resto de los senadores que nada tenían que ver en el asesinato «les causó gran sorpresa y pasmo lo que estaba pasando, sin atreverse ni a huir ni a defenderlo, ni siquiera a articular palabra». En cuanto acabó el ataque, evacuaron el Senado y desataron un pánico que duró varias horas. A poco tiempo, cremaron el cuerpo de César y Marco Antonio fue el encargado de leer su testamento. Llama la atención que el Senado «publicó ciertas amnistías y convenios en favor de todos» los culpables del asesinato, se decretó que a César «se le reverenciara como a un dios y que no se hiciera ni la menor alteración en lo que había ordenado durante su mando».