La Batalla de Abárzuza o el intento de dar el golpe definitivo a la guerra carlista
Resultaba necesario, para los generales liberales, una victoria militar que supusiera el fin de la guerra. Fue el marqués del Duero quien intentó dar el golpe final; sin embargo, murió en el campo de batalla
El 5 de abril de 1874, el general Serrano aceptó nombrar a Manuel Gutiérrez de la Concha, marqués del Duero, como comandante en jefe del tercer cuerpo del ejército liberal de operaciones en el Norte, cuerpo auxiliar que debía ayudarle a derrotar a los carlistas. Su decisiva misión era liberar la plaza de Bilbao del cerco carlista y provocar el hundimiento de los sitiadores. Confiaba la misión a la figura con mayor prestigio en el Ejército que, por su cercanía al proyecto restaurador de la Monarquía, no había recibido hasta el momento ningún mando.
Los planes del marqués del Duero
Para el marqués del Duero, resultaba necesario desechar toda idea de movimientos excéntricos y atenerse a unos planes trazados muy detenidamente, poniéndolos en ejecución después de haber preparado con tiempo cuantos recursos fueran posibles en soldados y material de guerra.
Era hora de pasar de la lucha en pequeñas columnas apoyadas en un sistema de ocupación, moviéndose sin cesar pero sin lograr nada, a otro distinto: plantear batallas al enemigo en función de su fuerza. Y, de la misma manera que Serrano había intentado lograr catapultarse en el campo político a través de una victoria en el campo de batalla, el marqués del Duero pensó en la misma maniobra para impulsar la restauración de los Borbones.
Si el carlismo era vencido definitivamente en Estella –capital del pretendiente Carlos VII– la paz en la victoria supondría la mejor plataforma para la proclamación de Alfonso XII como rey de España en el mismo campo de batalla por el ejército triunfador o su proclamación por unas Cortes entusiasmadas.
La entrada de Serrano y Concha, al frente de sus fuerzas, en la ciudad aumentó la moral de victoria en los soldados liberales
En la cornisa cantábrica, los efectivos al mando del marqués del Duero vencieron en las acciones de Las Muñecas y de Galdames, a finales del mes de abril, obligando a los carlistas a replegarse y a renunciar al asedio de Bilbao, el cual fue levantado el 2 de mayo. La retirada se hizo lentamente y en orden, quedando en poder de los legitimistas toda la margen derecha del Nervión. Sin embargo, la entrada de Serrano y Concha, al frente de sus fuerzas, en la ciudad aumentó la moral de victoria en los soldados liberales.
La guerra continuó pero sin grandes avances ni batallas decisivas por ninguno de los dos bandos. Ni las tropas gubernamentales eran capaces de desalojar a sus adversarios del territorio que controlaban, ni los carlistas conseguían hacerse con plazas decisivas y extender la contienda a otras provincias. Aunque el fracaso de Bilbao fue sin duda alguna un hito importante en la marcha de la guerra, el ejército carlista continuaba intacto, e incluso fortaleciéndose día a día. La toma de Tolosa en el mes de febrero había robustecido su posición en Guipúzcoa, y el nombramiento del nuevo general en jefe, Dorregaray, abría nuevas perspectivas.
El ataque
Ante esta situación, el general Concha, al frente de 28.000 hombres y 80 cañones, se trasladó al Ebro con el objetivo de tomar Estella, la célebre capital carlista, mientras sus oponentes organizaban una fuerza de 22.000 soldados para hacerle frente. Si los carlistas eran superiores en infantería, los liberales les superaban en caballería y artillería. Los primeros excavaron numerosas líneas de trincheras, que habían proporcionado numerosos disgustos a las fuerzas liberales en otras acciones.
Se zanjaban en tierra y desde ellas se oponían directamente a la fuerza del atacante y, si la artillería liberal les bombardeaba, los soldados carlistas, sin salir de la trinchera, se retiraban a otras líneas de segunda fila por pasillos cavados o a los flancos. Y cuando cesaba el fuego artillero y avanzaba la infantería liberal, los soldados volvían a ocupar su posición inicial disparando cuando veían a su enemigo a una distancia de 300 o 400 metros con descargas que habían ocasionado numerosas bajas. Los mandos carlistas se mostraron dispuestos a mantenerse en las líneas de Estella.
Las fuerzas de Concha tomaron la iniciativa y realizaron varios ataques entre los días 25 y 27 de julio, en una acción conocida como la batalla de Abárzuza o Monte Muru, cerca de Estella. El marqués del Duero se mantuvo en vanguardia al frente de sus tropas en avance contra los carlistas que vieron la derrota próxima pero, en la tarde del último día, una bala perdida provocó la muerte del general liberal. Benito Pérez Galdós, en su episodio nacional titulado De Cartago a Sagunto, narró de esta manera el suceso:
«Concha trepaba impertérrito, unas veces a pie y otras a caballo, según los accidentes del terreno (…). El avance de Concha fue tan rápido que llegó a 50 metros del enemigo cuando aún no se le habían incorporado los batallones del general Reyes. Por falta de ese apoyo no se pudo dar fin y remate al supremo esfuerzo. Concha no tuvo más remedio que aplazar el ataque definitivo, dando por frustrada en aquel día la operación (…). En el momento de cruzar la pierna derecha por la grupa del caballo, una bala, que lo mismo pudo venir del Cielo que del mismo Infierno, le atravesó el corazón. Con débil gemido expiró el primer soldado español de aquellos maldecidos tiempos».
Cae el general Concha
Sus ayudantes bajaron el cuerpo caído dos o tres bancales para librarle de ser objeto de mayor tiroteo. Cogiéndole por los brazos, y el asistente levantándole por las rodillas, lograron su objetivo mientras se acercaba a caballo un teniente de húsares. Con ayuda de un corneta, un sargento y otro soldado, se elevó al general Concha a los brazos del húsar para conducirlo a Abárzuza.
Todos descendieron al puente que aún mantenían dos escuadrones liberales, donde se encontraba un oficial de sanidad que no pudo hacer nada, aconsejando que se trasladara en camilla al pueblo. Los militares que le acompañaban no quisieron descenderle del caballo y, de la misma manera que le habían bajado, llegaron al pueblo donde, en la casa nobiliaria de los Munárriz, solo se pudo dar al general los últimos auxilios espirituales, que le prestaron dos sacerdotes.
Los mandos liberales decidieron retirarse en orden, para evitar un mayor desastre y la pérdida de material, por lo que la batalla fue ganada, finalmente, por los soldados de Carlos VII. Para los monárquicos alfonsinos, la noticia de la muerte del marqués del Duero produjo una completa consternación. Con el resultado de esta acción bélica, la opinión pública española concluyó que la guerra se alargaría en el tiempo, como así fue.