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Juramento del futuro Fernando VII como príncipe de Asturias, realizado en la iglesia del Real Monasterio de San Jerónimo de Madrid el 23 de septiembre de 1789

De vuelta en España: el inicio del reinado «neto» de Fernando VII

Fernando VII no necesitaba más para dar su golpe. Era consciente de que estaba recibiendo el poder y la legitimidad de Dios y de aquellos que habían luchado por él durante seis años

El 13 de marzo de 1814 Fernando VII iniciaba el camino de vuelta a su patria tras su reclusión en Valençay. Su regreso contaba con el apoyo de Napoleón, lo que juzgaba imprescindible para recuperar su trono sin tener que someterse a las Cortes. Estas habían fijado su ruta desde Francia hasta Madrid, pero Fernando VII cambió los planes. El 6 de abril llegó a Zaragoza, ciudad mitificada por sus inmortales sitios. Allí contempló con regocijo cómo el pueblo le ovacionaba al tiempo que se olvidaba de aludir a la Constitución. De Zaragoza pasó a Valencia, donde le brindaron otra calurosa bienvenida. El gentío llegó a desenganchar los caballos de su carruaje y tiró de él como si de animales de carga se tratase. Tal era la devoción por su rey.

En Valencia ocurrió otro hecho significativo. Además del apoyo del pueblo, el monarca recibió el soporte del Ejército, representado por el general absolutista Francisco Javier Elío. Fernando VII no necesitaba más para dar su golpe. Era consciente de que estaba recibiendo el poder y la legitimidad de Dios y de aquellos que habían luchado por él durante seis años. Su calculada ambigüedad acerca de la jura de la Constitución había llegado a su fin tras lo vivido en Valencia: para reinar no era necesaria ninguna Carta Magna.

'Fernando VII', obra de Vicente López Portaña

Por su parte, los liberales se mantuvieron a la espera. Confiaban en que Fernando VII jurase la Constitución y, cuando vieron que no parecía por la labor, culparon de ello a los malos consejos de su entorno. A la actitud del monarca, se sumaban otros obstáculos: gran parte del clero era absolutista, la Constitución era vista por muchos como algo revolucionario e influenciado por el enemigo francés y era demasiado avanzada para el gusto y contexto europeo, marcado por la Restauración basada en el orden y la contrarrevolución.

Además, muchas de las reformas liberales perjudicaban a un pueblo que había mitificado la figura de Fernando VII, un rey en el que estaban depositadas todas sus expectativas. Frente al odiado Manuel Godoy se anteponía el Deseado Fernando. Tras los sucesos de Aranjuez de marzo de 1808, el pueblo consideraba a Fernando VII su rey. Por él lucharon contra los franceses y su nueva antítesis, José Bonaparte, títere de su hermano Napoleón.

Estos representaban todos los males que amenazaban a España, especialmente la irreligiosidad. Por si fuera poco, habían engañado y encarcelado a su rey legítimo que, mientras su pueblo moría en su nombre, pasaba los días en su cómodo cautiverio en Valençay, jugando al billar, rechazando planes de fuga y felicitando a Napoleón por sus victorias frente a los españoles. Nadie quiso creer esas noticias y, en la primavera de 1814, Fernando VII seguía siendo la gran esperanza de España.

El 4 de mayo de 1814 abolió la Constitución y toda la labor de las Cortes de Cádiz. Tras esto, se dedicó a perseguir a los liberales, al tiempo que restauraba las cortes estamentales tradicionales como le habían pedido los diputados absolutistas en el Manifiesto de los persas. Comenzaba así su reinado que, más que absoluto, ha sido calificado como «neto»: un rey con plenos poderes que, apoyado en la represión, exigía una fidelidad total a todos sus súbditos. Él mismo lo dejó bien claro al afirmar: «Mi real animo es no solamente no jurar ni acceder a dicha Constitución ni a decreto alguno de las Cortes, sino el de declarar aquella Constitución y aquellos decretos nulos y de ningún valor ni efecto ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo».