Dinastías y poder
Cuando Chaplin planificó con Churchill una película sobre Napoleón
El cineasta iba a interpretar al emperador francés y sir Winston sería el guionista
El personaje del vagabundo Charlot, lo convirtió en una celebridad. Era vanidoso, perfeccionista y obsesivo con el trabajo. También aficionado a los escándalos sentimentales, preferentemente con jóvenes aspirantes a actrices. En su vida se entremezclan los nombres de Hearts, Eduardo VIII, Einstein, el duque de Alba y el senador McCarthy. Hasta planificó con Churchill una película sobre Napoleón en el que él interpretaría al emperador y sir Winston, sería el guionista. Rico, famoso, dotado de un talento sobrenatural y una personalidad compleja, su dinastía interpretativa ha llegado hasta nuestros días.
En los años veinte ya tocaba la gloria. Junto a Mary Pickford y Douglas Fairbanks. Eran los reyes del film, con ingresos que superaban los tres millones por rodaje. Su historia podría ser la de uno de tantos niños maltratados por la vida nacido en el asentamiento romaní de Black Patch, a las afueras de Birmingham y no en Londres, como siempre se creyó. Pasó largas temporadas en un orfanato, con padre ausente y madre enferma.
Un niño actor con una infancia en la pobreza. Pero resultó mucho más. En 1918 ya se había convertido en un intérprete de renombre, con boda a sus espaldas con Mildred Harris, quién años después será una de las tantas conquistas amorosas del príncipe de Gales. En 1920, el estreno de El Chico, lo catapultó a la fama. La historia de un niño abandonado en la miseria recogido por un mendigo ambulante podía tener un punto autobiográfico; aunque, en sus memorias el propio Chaplin confiesa que no. Le salieron muchos imitadores, con sombrero, bigotito y bastón, pero ninguno era como él.
Un actor de culto, para algunos un cómico que iba mucho más allá de la genialidad del cine mudo. Admiraba a Wagner, pese a su evidente animadversión hacia los nacionalismos y se codeaba en su mansión en las colinas de Hollywood con estrellas del celuloide. También con el español Edgar Neville, llegado como diplomático, pero con ansias de triunfar como guionista.
En 1924, durante el rodaje de La quimera de oro, Chaplin contrajo un segundo matrimonio con la joven Lita Grey, con la que ya había trabajado cuando era apenas una niña. De esta unión nacerían los dos primeros hijos del artista, que tendrán un pequeño papel en la genial Candilejas. Aunque estos años, justo hace un siglo, estuvieron marcados por el alboroto que supuso la muerte en extrañas circunstancias del cineasta Thomas H. Ince, durante un crucero de placer en el yate del magnate William Randolph Hearst.
Aquello resultó la jarana más sonada de la época: Hearst sospechaba que su amante Marion Davies andaba en líos con Chaplin por lo que organizó un encuentro en su barco para comprobar la posible afrenta. Ince, que en 1914 había dirigido una primera versión muda de La Batalla de Gettysburg, terminaba con un tiro en la frente. El disparo no iba dirigido a él: Chaplin, se salvó.
Por entonces ya era depresivo y con muestras cambiantes de estados de ánimo. Estaba en plena crisis de creatividad. A finales de los años 20 el cine sonoro se imponía. Si su Charlot hablaba ¿perdería la magia? Fue en ese tiempo cuando conoció a Winston Churchill, entonces de viaje en Estados Unidos tras su cese como ministro de Hacienda en 1929. Se encontraron por primera vez en Santa Mónica y de su genio, del de ambos, salió la idea de una producción sobre Napoleón, que era la figura histórica que Chaplin soñaba con interpretar, además de Jesucristo y Hitler.
Solo lo hizo con el tercero, en la paródica visión que ofrece en El gran dictador. ¿Qué hubiese ocurrido con la propuesta? No lo sabemos porque nunca se realizó, aunque este dúo insólito llegó a pensar en Alexander Korda como productor. Ambos, el actor y el líder de la victoria frente al nazismo mantuvieron en sus vidas otros muchos sintónicos encuentros.
Eran los días del estreno de Luces de la ciudad (1931) con música de La violetera y amistad con la aragonesa Raquel Meller. Por entonces ya le preguntaron si era «bolchevista» a lo que él respondió «soy artista. Me interesa la vida. El bolchevismo es un aspecto nuevo de la vida. Me interesa, por lo tanto, el bolchevismo». En un mundo que se debatía entre el comunismo y el fascismo, Charlot conoció a Paulette Goddard, a la que llevaría al estrellato con Tiempos Modernos (1936) y con la que también se casó.
Ella quiso ser Escarlata O´Hara en Lo que el viento se llevó, la superproducción sobre la Guerra Civil americana más extraordinaria hasta la época. Chaplin no le dejó. Se divorciaron y ella se unió años después al escritor Enric Maria Remarque, autor Sin Novedad en el frente, una de las mejores novelas sobre la Gran Guerra.
Fue a comienzos de los cuarenta cuando conoció a Oona O'Neill, hija del premio Nóbel Eugene O´Neill. La chica era joven y guapa y estaba consideraba, en lenguaje actual, una influencer neoyorquina junto a sus amigas Gloria Vanderbilt y Carol Marcus. Era la reina del Stork Club, el club más divertido de la época, y había tenido un romance con Salinger, autor de El guardián entre el centeno.
Se casaron en 1943 y tuvieron ocho hijos. Pero al terminar la Segunda Guerra Mundial, Chaplin estaba considerado como un agitador de izquierdas que no iba a colaborar con el Comité de Actividades Antiamericanas que, en 1952, daría inicio, a la famosa «caza de brujas».
Desde este punto las versiones son contrapuestas. Pero lo cierto es que tras la gira familiar que hicieron a Europa para el estreno de Candilejas, decidieron, o no pudieron, volver a USA. Se quedaron en Suiza, en Vevey. Todo era raro entonces porque hasta lo propusieron para el Nóbel de la Paz.
Charles Chaplin murió en 1977. Su genio puede ser indiscutible pero su personalidad controvertida. No hay más que leer sus propias memorias. A su última esposa, Oona, ya viuda, se le atribuyeron amistades que iban desde Ryan O'Neill a David Bowie. Murió en 1991. Una de las nietas de Chaplin, hija de Geraldine –protagonista de Doctor Zhivago– tuvo un papel en la popularísima Juego de Tronos. Otro James Thierreé, ha ganado premios interpretativos en Francia. Pero todos, o muchos, han mantenido de algún modo, la dinastía iniciada por el legendario Charlot.