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Thomas Cavendish, Sir Francis Drake y Sir John HawkinsNational Maritime Museum

¿Quiénes fueron los perros del mar?: la guerra sucia de los piratas y corsarios ingleses

Actuaron en el siglo XVI para aumentar la presencia naval inglesa: Isabel I otorgó patentes de corso –un permiso para atacar a otras naves– a todo aquel que se prestase a hacer la guerra sucia al Imperio español

En tiempos de Felipe II el Imperio español era temido por los ingleses: la firme decisión del rey Prudente de invadir Inglaterra por medio de una Gran Armada junto a la acción de los tercios –la mejor unidad militar de Occidente de aquel entonces– hizo que Isabel I escogiese todo tipo de métodos para frenar la amenaza que suponía el Imperio español, su eterno rival.

Ya desde 1584, tanto la reina inglesa como sus ministros actuaron sin prudencia. Cada vez eran más frecuentes los ataques a las naves españolas que llegaban de América o de las Indias Orientales para robar las mercancías que transportaban (metales preciosos o especias).

Aunque la codicia de los piratas y la de toda clase de oportunistas era el pan de cada día tras el descubrimiento de América en 1492, Isabel I comenzó a amparar y financiar abiertamente el trabajo de estos piratas para debilitar el comercio hispano, sobre todo tras la derrota de dos de sus mejores súbditos, Drake y Hawkins, en San Juan de Ulúa (1568), puerto español magníficamente fortificado en el golfo de México.

De esta manera nacieron los denominados «perros del mar» (Sea Dogs, en inglés) isabelinos que actuaron en el siglo XVI para aumentar la presencia naval inglesa en el Atlántico. Isabel I había otorgado patentes de corso –un permiso del propio monarca para atacar a otras naves– a todo aquel que se prestase a hacer la guerra sucia al Imperio español. Por ello, lejos de esa imagen romántica de ser hombres libres amantes del mar o héroes consagrados a luchar contra las injusticias y los tiranos, en realidad eran ladrones sin escrúpulos.

Entre aquellos «perros del mar» se encontraba Francis Drake, quien, animado por la reina de Inglaterra, atacó Santo Domingo y Cartagena de Indias: entre 1585 y 1586 navegó hacia las provincias hispanas del Nuevo Mundo, donde saqueó con éxito las poblaciones de Ribereira Grande o Ciudad Velha (Cabo Verde), Santo Domingo, Cartagena de las Indias y San Agustín (La Florida) forjándose la leyenda de un caudillo «invencible» y de «héroe» nacional cuya fama aumentó con su participación en el fracaso de la Grande y Felicísima Armada Española en 1588.

Muchos otros marinos o soldados con conexiones en el mundo marítimo consiguieron el apoyo no solo de la reina, sino de inversores, compañías o accionistas para acechar las navegaciones del mundo atlántico, en especial entre las provincias españolas del Nuevo Mundo.

Hawkins, Raleigh y Frobisher

Además de Drake, también formaron parte de este grupo de ladrones John Hawkins, líder de los «perros del mar». Comenzó sus andaduras por el mundo criminal como negrero, comprando esclavos en África y llevándolos a América. Una vez obtenido la subvención de la reina, sus asaltos se centraron en el Caribe español. En una de aquellas incursiones, una gran tormenta le desvió de su objetivo inicial (Brasil) y acabó en Veracruz, en el golfo de México.

Allí, su flota (en la que se encontraba su primo Drake) fue atacada por sorpresa por los españoles en la batalla de San Juan de Ulúa. Hawkins perdió cuatro buques y varios cientos de marinos. Después de aquella humillante derrota, se esmeró por pregonar su odio hacia España y aumentó su actividad como corsario, algo que sería premiado por la «Reina virgen» con honores y cargos políticos.

Otro marino al servicio de la Isabel I fue Walter Raleigh, miembro del Parlamento y con gran influencia en la corte isabelina. Como corsario, su primer saqueo fue en la ciudad de Trinidad (en el mar Caribe, en la región septentrional de América del Sur). Estas primeras ganancias le impulsaron a seguir atacando posesiones españolas en América. Sin embargo, salirse de las directrices de la corona le salió bastante caro: su obsesión por encontrar el mítico reino de El Dorado acabó por cortarle la cabeza. Tras una de sus expediciones, el Rey Jaime ordenó decapitarlo por desobedecer las órdenes de evitar el conflicto con los españoles.

Junto a esta triada de «perros del mar» al servicio de Isabel I también participó Martin Frobisher. En nombre de la Corona británica realizaría tres viajes al Atlántico para buscar el Paso del Noroeste. Se uniría a Drake en su expedición corsaria a América en 1585 y luego en el combate contra la Gran Armada de Felipe II en 1588. Fue nombrado caballero en «reconocimiento» a estos «méritos». Frobisher fue un fiel colaborador de la reina y de Drake para hostigar a los buques mercantes españoles.

La actividad de estos corsarios para enriquecerse y perjudicar a los españoles se prolongó hasta que Inglaterra y España firmaron la paz, concluyendo de esta manera la guerra anglo-española que habían mantenido durante casi dos décadas, pero muchos encontraron una forma de continuar beneficiándose del pillaje en los Estados de Berbería, dando lugar a la piratería anglo-turca, para vergüenza de la Corona inglesa.