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Captura de una escena de la película Piratas del Caribe: En el fin del mundo

Captura de una escena de la película 'Piratas del Caribe: En el fin del mundo'

La sangrienta verdad sobre los «simpáticos y joviales» piratas del Caribe

A pesar de lo que muchos creen, los primeros ataques piráticos sobre la naciente sociedad española en el Nuevo Mundo no los perpetraron ingleses, sino protestantes franceses ávidos de las riquezas que llegaban al Viejo Mundo

La imagen que la sociedad tiene sobre los piratas que infestaron el Atlántico durante los siglos XVI al XVIII es muy positiva, sobre todo entre los niños, gracias a productos anglosajones como la serie de películas Piratas del Caribe, o a los innumerables dibujos animados de los que son protagonistas o salen representados. Normalmente, se les muestra como buscadores de tesoros, sin atisbos de maldad, y bastante joviales.

Desde otro punto de vista opuesto por completo, pero también con una opinión positiva, los describieron Peter Linebaugh y Marcus Rediker, capitanes de la historia social de los piratas al más puro estilo marxista. En sus libros La hidra de la revolución (Traficantes de sueños, 2022) y Villanos de todas las naciones (Traficantes de sueños, 2023), muestran al marinero metido a pirata como una víctima más del capitalismo nacido por el comercio atlántico.

Sin embargo, la realidad fue bien distinta, tal y como la historia nos demuestra. A pesar de lo que muchos creen, los primeros ataques piráticos sobre la naciente sociedad española en el Nuevo Mundo no los perpetraron ingleses, sino protestantes franceses ávidos de las riquezas que llegaban al Viejo Mundo. Desde la década de los 20 del siglo XVI, debido a las guerras en Europa entre los Habsburgo y los Valois, se desarrollaron una serie de expediciones desde Normandía contra las poblaciones hispánicas en el Caribe.

En julio de 1555, el capitán Jacques Sourie logró saquear La Habana, aunque no dio con las grandes cantidades de oro con las que soñaba, pero fue finalmente expulsado por los españoles. Eso sí, el jovial y simpático normando ordenó, en represalia, degollar a una treintena de vecinos por los que había pedido rescate. Esta no fue su única «hazaña», ya que, en 1570, al apresar la embarcación Santiago a la altura de las islas Canarias, torturó y asesino salvajemente a cuarenta jesuitas que navegaban en la misma camino de su misión −conocidos como los mártires de Brasil−.

Volviendo a 1555, fue el año en el que dio comienzo la carrera como negrero del inglés John Hawkins. Durante sus dos primeras singladuras, se contentó con navegar por el litoral del África negra y esclavizar a sus infortunados pobladores, ya cayeran en sus manos, ya los robara a tratantes portugueses, para, a continuación, poner rumbo al Caribe y venderlos en las islas o en la Tierra Firme.

Sin embargo, en 1568, durante la tercera expedición, el comercio de humanos no fue muy lucrativo, razón por la que la flotilla que mandaba se dedicó a atacar y rapiñar los pequeños enclaves españoles que encontró, hasta que, huyendo de una gran tormenta, recaló en San Juan de Ulúa (actual México).

Allí intentó poner en marcha la artimaña con la que solía «convencer» a que entablasen relaciones con él. Dado que el comercio con extranjeros en el Nuevo Mundo estaba prohibido por la Monarquía, al presentarse en los puertos españoles aducía que sus embarcaciones necesitaban arreglos y que los pagaría con la venta de su mercancía viviente. En caso de que las autoridades se negasen, se vería obligado a atacar la población, eso sí, descargando toda responsabilidad sobre aquellas.

Los habitantes de San Juan de Ulúa, conocedores de las malas artes del inglés, aceptaron su petición para realizar arreglos, esta vez realmente necesarios, mientras preparaban un ataque por sorpresa. Los defensores, que contaron con el auxilio inesperado de dos galeones enviados para acabar con las depredaciones del negrero, se lanzaron contra los barcos ingleses y los marineros que habían llegado a desembarcar.

De las cinco naves de Hawkins solo dos lograron huir: la que mandaba él mismo, y la que gobernaba su sobrino, un aún desconocido Francis Drake −que llegaría a ser considerado como el «rey» de la piratería inglesa−, que dejó de lado a su familiar y huyó a Inglaterra sin preocuparse ni por nadie ni por nada.

Hawkins y Drake tomaron este ataque por sorpresa cómo una gran afrenta, algo típico de la mentalidad protestante de la época, que veía la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio, sobre todo cuando se entremezclaban religión y política. Es curioso que aún hoy, en libros de divulgación ingleses se siga clamando contra la perfidia española por este hecho, pero, en cambio, se silencien los métodos coercitivos que estos usaban contra poblaciones desprotegidas.

Ambos 'simpáticos' piratas, tras haber sufrido en carnes propias sus propias añagazas, utilizaron esta derrota para jurar odio eterno a la Monarquía Hispánica y desencadenar una serie de ataques contra los intereses de Felipe II. Así se gestó la guerra hispano-inglesa, que estallaría finalmente en 1585 y no acabaría hasta 1604, con la paz de Londres, que ratificó la victoria española.

Para saber más

  • Michel Le Bris, Oro, sangre y sueños. La historia de los filibusteros (1494-1588), Madrid, 2003.
  • Jean-Pierre Moreau, Piratas. Filibusterismo y piratería en El Caribe y en los Mares del Sur (1522-1725), Madrid, 2012.
  • Helena Ruiz y Francisco Morales Padrón, Piratería en el Caribe, Sevilla, 2017.
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