Port Royal o la cuna de los temidos piratas del Caribe
Myngs, Drake, Morgan o Read fueron algunos de los célebres corsarios alentados y apoyados por la Corona Inglesa para realizar actividades ilegales como la piratería
Los diplomáticos solemos decir que los primeros puestos son muy especiales. Un país que dejará una huella indeleble. Un cúmulo de recuerdos y aventuras que nos visitan con frecuencia en ese curioso ejercicio «proustiano» y nostálgico de recuperar un tiempo perdido. Así, me veo conduciendo mi viejo Ford Mustang por el istmo que une Kingston con Port Royal, en la misma carretera en la que el primer 007, encarnado por Sean Connery, se peleaba con los esbirros del Dr. No. Con la capital y las majestuosas montañas azules a mi espalda y Port Royal, la histórica ciudad pirata por excelencia, al frente.
Allí solía embarcar, algunos fines de semana, para pasar el día en la exuberante isla de Lime Key. Cuando callejeaba por Port Royal, la llamada, en su día, «Sodoma» del Caribe, de camino al embarcadero, no podía evitar intentar imaginarme aquel pasado mítico y turbulento, la febril actividad del puerto, las grandes mansiones, las tabernas, tugurios y lupanares de toda índole y el gran terremoto sufrido en 1692, que algunos interpretaron, entonces, como castigo divino y que destruyó dos tercios de la ciudad y mató a la mitad de sus habitantes.
En el siglo XVII España todavía era un país más avanzado que Inglaterra en todos los órdenes
En el siglo XVII España, a pesar de tener muchos frentes abiertos y seguir desangrándose en los campos de batallas europeos, todavía era un país más avanzado que Inglaterra en todos los órdenes, los ciudadanos de sus virreinatos americanos tenían una renta per cápita más alta que los de las colonias inglesas y su flota era más poderosa. Por esa razón, Londres no solo permitió, sino que en muchos casos alentó y apoyó actividades ilegales como la piratería, en un intento por socavar el casi total dominio hispano en el nuevo mundo.
Son similares, pero no sinónimos
Pero antes de hablar de los piratas de Port Royal, conviene aclarar algunos conceptos, ya que tiende a utilizarse como sinónimos los términos de piratas, corsarios, bucaneros y filibusteros y no son exactamente lo mismo. Aunque se relaciona a los piratas con los que saqueaban barcos y atacaban enclaves en el XVII, en realidad la piratería existe prácticamente desde los inicios de la navegación. Incluso sigue existiendo en la actualidad.
El corsario, en cambio y a diferencia del pirata, que actuaba completamente fuera de la ley, tenía una «patente de corso». Es decir, el permiso de un país o una potencia extranjera para atacar otras naves, aun no estando oficialmente en guerra con el país de bandera del buque. El filibustero, es específico del caribe y estaría a caballo entre los dos anteriores. No tenía «patente de corso» pero era utilizado a menudo por un país rival para perjudicar fundamentalmente a posesiones españolas en América.
Por último, los bucaneros, del francés boucanier, son originales de La española y se dedicaban a la caza o robo de cerdos salvajes o ganado que posteriormente ahumaban y consumían. Al ser perseguidos por las autoridades acabaron embarcando y dedicándose a la piratería de costa.
Cuna de piratas
Uno de los primeros corsarios de Port Royal, fue Sir Christopher Myngs, oficial de la marina inglesa, que recaló en Jamaica como comandante naval y bajo patente de corso se dedicó a asaltar ciudades y capturar buques españoles, destacando por su desmedida crueldad. Como pago a sus servicios fue nombrado vicealmirante y volvió a Londres, en donde moriría, a causa de las heridas recibidas en la batalla naval de «los cuatro días».
Otro célebre corsario de aquella incipiente Jamaica inglesa fue el neerlandés Eduard Mansvelt, quien fracaso en el intento de conquistar la provincia de Costa Rica, realizó numerosos ataques en la costa de la actual Panamá y llegó a apoderarse de la isla de Providencia.
Fue apresado por un navío español cuando se dirigía a Isla Tortuga y ajusticiado en Portobelo. En cuyas aguas, por cierto, reposan también los restos del más célebre de los corsarios, Sir Francis Drake, al que no podemos incluir como pirata del caribe, por mucho que nos desagrade el tipo, ya que Drake, fue un personaje mucho más complejo y cosmopolita. Fue también militar, explorador, tratante de esclavos y político.
Volviendo a Port Royal, el más insigne de este período fue Henry Morgan, quien merece artículo aparte, por la intensa actividad pirata que desplegó contra los territorios españoles y sus audaces ataques como el saqueo a la ciudad de Panamá, narrada de manera magistral por John Steinbeck en su novela histórica «la taza de oro».
También hubo piratas mujeres como la irlandesa Anne Bonney o la inglesa Mary Read, que lucharon con el capitán John Rackham, conocido como «Calico Jack». En este caso, no eran corsarios, sino piratas a quienes no le importaban la nacionalidad del buque y, en realidad, la mayor parte de sus presas eran mercantes ingleses, razón por la que serían apresados por la propia Marina Real inglesa.
Criminales de la peor ralea
En cualquier caso, conviene destacar que, contrariamente a la imagen romántica y aventurera que nos ha trasladado el celuloide, incluso, con la dosis habitual de «leyenda negra», nunca se trató de beatíficos ladrones que saqueaban a los ricos para repartir el botín con los pobres, ni de víctimas en lucha por la libertad frente a un opresor Imperio español, si no que fueron sanguinarios criminales de la peor ralea, tuviesen o no el beneplácito de sus gobiernos.
Por ejemplo, Bartholomew Roberts, apodado «Black Bart», prendió fuego a un barco negrero, con los esclavos dentro, porque el capitán se negó a pagarle el rescate. François l'Olonnais se divertía cortando los miembros de sus víctimas, Barbanegra quemando con puros las caras de sus prisioneros y William Kidd solía asesinar a sus propios subordinados para no tener que repartir el botín.
Muy al contrario, los auténticos héroes fueron los militares españoles que les plantaron cara y frente a esa guerra sucia iniciada por Cromwell consiguieron preservar hasta el siglo XIX, (salvo Jamaica y otras islas muy menores), la integridad del imperio.