
El juicio de la Gabbatha. Obra de James Tissot
El misterio del juicio a Jesús: ¿fue en la fortaleza Antonia?
Si Jesús no fue juzgado directamente dentro de la fortaleza Antonia, sí tuvo que pasar al menos por allí antes de cargar la cruz hasta el Gólgota y ponerse a las órdenes de las fuerzas romanas
Pocos edificios históricos han dado tanto que hablar como el Templo de Jerusalén. Aunque bien podríamos decir «los Templos» de Jerusalén debido a las muchas reconstrucciones a las que se le sometió a lo largo de los siglos. Proyectado por el rey David y construido por su hijo, el rey Salomón, y varias veces destruido y vuelto a construir, tuvo su definitivo final en el año 70 d.C., cuando las tropas romanas comandadas por el general Tito lo redujeron a escombros en el marco de la primera guerra judía (66–73 d.C.).
El llamado Segundo Templo, cuya construcción fue comenzada tras el regreso de los exiliados de Babilonia con Zorobabel a la cabeza (Esd 3, 8) en el primer tercio del siglo VI a.C. –es decir, época aqueménida–, fue el que llegó hasta los tiempos de Jesús, y más adelante, hasta el año de su destrucción en el 70 d.C. Pero del Templo construido en los años de Zorobabel y siguientes poco quedaba ya en tiempos de la Tetrarquía herodiana (4 a.C.–44 d.C.).
El monarca seléucida Antíoco IV Epífanes ya había despojado de toda su riqueza al Templo y le había infligido daños más profundos que los meros desperfectos estéticos (1 Mac 1, 20-24). Tras el ascenso de la dinastía asmonea con Judas Macabeo (166–160 a.C.) no pocos elementos del Templo, como «el altar de los holocaustos que estaba profanado», fueron demolidos, llevándose allí piedras sin tallar, como prescribía la ley, para reconstruir lo que fuera menester: «Restauraron el santuario y el interior del edificio» (1 Mac 4, 41-49), dedicándose el Templo de nuevo en diciembre del 164 a.C., inaugurándose la festividad de Janucá.

El Templo de Herodes
Finalmente, el advenimiento de la dinastía herodiana en el 37 a.C. conllevaría el último gran periodo de reformas importantes del Templo de Jerusalén. Según Flavio Josefo, Herodes «en el año decimoquinto de su reinado reconstruyó el Templo y volvió a levantar, en una extensión doble de la que antes tenía, la zona que había alrededor de él [...]. Daban prueba de esta obra los grandes pórticos que rodeaban el Templo y la ciudadela que estaba en su parte norte. Los primeros los reconstruyó desde los cimientos, mientras que la ciudadela la restauró con un gran esplendor, similar al de un palacio real, y la llamó Antonia en honor de Antonio» (Josefo Bell. Iud. I, 401-402).
¿Qué edificio era ese al que Josefo se refiere como «ciudadela», que tenía un esplendor «similar al de un palacio real» y al que dio el nombre de su buen amigo Marco Antonio?

Maqueta de la Fortaleza Antonia, actualmente en el Museo de Israel
«La torre Antonia estaba en el ángulo de los dos pórticos, el occidental y el norte, del primer Templo, construida sobre una roca, escarpada toda ella, de cincuenta codos [ca. 22´5 m] de altura. Era una obra hecha por el rey Herodes, en la que especialmente hizo demostración de su natural magnificencia. Efectivamente, la roca estaba recubierta desde su pie por lisas placas de piedra para contribuir a su belleza y para que resbalara todo el que intentara subir o bajar por ella. Además, delante del edificio de la torre había un muro de tres codos [ca. 1´35 m] y por dentro de él se alzaba toda la construcción de la Antonia a una altura de cuarenta codos [ca. 18 m].
El interior tenía la extensión y la disposición de un palacio, pues estaba dividido en estancias de diversos tipos y usos, pórticos, baños y amplios patios para el ejército, de forma que por tener todos los servicios parecía una ciudad, y por su magnificencia se asemejaba a un palacio. Todo el conjunto de la construcción ofrecía la forma de una torre, aunque tenía otras cuatro almenas en sus esquinas. Tres de ellas presentaban una altura de cincuenta codos [ca. 22´5 m], y la que se hallaba en el ángulo sudeste setenta codos [ca. 31´5 m], de modo que desde ella se podía ver la totalidad del Templo.
Por los lados por los que la torre se unía con los dos pórticos del Templo había sendas escaleras, por donde bajaban los centinelas. Ya que siempre estaba en la Antonia una cohorte romana, que se distribuía por los pórticos con armas durante las fiestas y vigilaba al pueblo para que no se sublevara. El Templo, como si fuera una fortaleza, dominaba la ciudad, la Antonia dominaba el Templo y en ella se hallaban los guardianes de estos tres lugares. Por su parte, el palacio de Herodes era la fortaleza particular de la Ciudad Alta. Como ya he mencionado, la colina de Bezeta estaba separada de la torre Antonia» (Josefo Bell. Iud. V, 238-246).
Esta descripción de la fortaleza –o torre– Antonia por el historiador judío Flavio Josefo no podría ser más completa. Levantada en el ángulo noroeste del Templo, donde ya en tiempos de Aristóbulo II (ca. 100–48 a.C.) existía un «lugar que antes se llamaba Baris y que después se denominará Antonia» (Josefo Bell. Iud. I, 75), tenía un único objetivo: dar cabida a una guarnición militar que vigilara la explanada del Templo.

Jesús y los doctores en el Templo de Jerusalén. Veronese, 1560
Pero no sólo. También tenía un aspecto tal que parecía un palacio, con numerosos espacios que incluían «estancias de diversos tipos y usos, pórticos, baños y amplios patios para el ejército, [...] por su magnificencia se asemejaba a un palacio» (Josefo Bell. Iud. V, 238-246). Pese a que no hay pruebas definitivas, especialmente en cuanto a arqueología se refiere, tampoco nada hace pensar que no fuera aquí donde se llevaran a cabo algunas labores judiciales propias del prefecto romano de judea: por ejemplo, un juicio por sedición, como fue el caso del proceso judicial llevado a cabo por el poder romano contra Jesús de Nazaret.
En los evangelios de Mateo, Marcos y Juan se menciona el término «pretorio» (Mt 27, 27; Mc 15,16; Jn 18, 28; 18, 33 y 19, 9), y en dos de ellos, Mateo y Marcos, el pretorio es la parada intermedia de Jesús entre el tribunal y el Gólgota, por lo que nos encontraríamos ante dos espacios distintos: el tribunal, donde se encontraba Pilato y en el que tuvo lugar el proceso, y el pretorio, en el que se pondría a Jesús bajo jurisdicción de la guardia. Para el caso del evangelio de Juan, Jesús es llevado al pretorio desde la casa del Sumo Sacerdote de aquel año, Caifás (Jn 18, 28), y dentro del pretorio tendrán lugar las entradas y salidas de Jesús, incluyendo la flagelación.
Uno de los puntos principales para que los historiadores hayan pensado en el palacio de Herodes el Grande (en la Ciudad Alta) como lugar en el que se emplazaría el pretorio es el testimonio de Flavio Josefo: «Floro se alojó entonces en el palacio real. Al día siguiente se sentó en un estrado, que mandó colocar delante del edificio. Los sumos sacerdotes, los poderosos y la parte más noble de la ciudad acudieron allí y se pusieron delante de su tribuna» (Josefo Bell. Iud. II, 301).
Pero conviene llamar la atención sobre una realidad: Pilato había ido desde Cesarea a Jerusalén en esos días por la Pascua, y seguramente no para ofrecer su sacrificio a Dios: la vigilancia del Templo, y de hecho de la ciudad entera, en una aglomeración tal, hacen de la fortaleza Antonia el lugar ideal, muy cerca de la guarnición romana, para llevar a cabo un complicado asunto religioso judío que pronto tornó a un proceso por sedición. No es casualidad que la tradición cristiana desde los primeros siglos situara el comienzo de la via Dolorosa en el antiguo emplazamiento de la fortaleza Antonia, bajo lo que hoy es el ángulo noroeste de la Explanada de las Mezquitas.
Si Jesús no fue juzgado directamente dentro de la fortaleza Antonia, sí tuvo que pasar al menos por allí antes de cargar la cruz hasta el Gólgota y ponerse a las órdenes de las fuerzas romanas. «Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia» (Mc 15, 16); «Los soldados del gobernador llevaron a Jesús al pretorio y reunieron a toda la guardia alrededor de él» (Mt 27, 27).