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Ecce Homo (Contemplando al hombre), una representación de Poncio Pilato presentando a Jesús de Nazaret azotado ante la gente de Jerusalén

Ecce Homo, una representación de Poncio Pilato presentando a Jesús de Nazaret azotado ante la gente de Jerusalén

Poncio Pilato: ¿político torpe o representante del antijudaísmo romano?

Que este prefecto romano tenga un papel destacado en los últimos capítulos de los Evangelios ha determinado totalmente su imagen para la posteridad, y si no fuera por ello, su figura no habría trascendido un ápice

No hay duda de que Poncio Pilato es el más famoso de los prefectos romanos. Ninguno ha trascendido tanto en la historia y la cultura: pintura, literatura, cine… En la cultura popular, Pilato cuenta con una representación imposible de igualar por cualquier otro romano que ocupara una magistratura similar. Actores memorables de Hollywood lo han encarnado, entre los que destaca, con permiso de Gary Oldman (Jesus, 1999), el gran Telly Savalas (The Greatest Story Ever Told, 1965).

La razón de esta fama es indiscutible: su participación en el proceso y condena a Jesús de Nazaret. Que Poncio Pilato tenga un papel destacado en los últimos capítulos de los Evangelios ha determinado totalmente su imagen para la posteridad, y si no fuera por ello, su figura no habría trascendido un ápice, como no trascendió la de su antecesor, Valerio Grato. Ahora bien, este miembro de la élite ecuestre no está representado únicamente en las Escrituras. Otros autores antiguos, como el romano Cornelio Tácito, lo nombran, y otros, como el judío Flavio Josefo, abundan en detalles sobre él. Y ¿qué podemos entresacar de esos detalles? Veamos.

Pilato más allá del relato bíblico

En el caso del historiador romano Tácito (c. 55 – c.120), su aportación es, a la vez que significativa, muy breve: «Aquel de quien tomaban nombre [los cristianos], Cristo, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato» (Ann. XV, 44, 3). El historiador judío Flavio Josefo (c. 37 – c. 100 d.C.), por su parte, sí aporta más información acerca de la persona de Pilato y su desempeño en Judea en sus dos obras más conocidas: Antigüedades judías (XVIII, 55-60) y Guerra de los judíos (II, 169-177). En ambas obras, Josefo da noticia de dos desórdenes de cierta entidad acaecidos en Jerusalén, llevados a cabo por los judíos durante el mandato de Pilato.

En la primera, los disturbios se originaron debido a la introducción de imágenes del emperador en Jerusalén, presentes en los estandartes militares: «Cuando Pilato fue enviado por Tiberio como procurador a Judea, llevó de noche a escondidas a Jerusalén las efigies de César, que se conocen por el nombre de estandartes. Este hecho produjo al día siguiente un gran tumulto entre los judíos», afirma Josefo en su Guerra de los judíos (Ios. Ant. XVIII, 55; B. I. II, 169).

Cristo y Pilato, de Nikolai Ge, 1890

Cristo y Pilato, de Nikolai Ge, 1890

En la segunda ocasión, la razón se debe a la construcción de un acueducto hasta Jerusalén con el dinero del Templo, el llamado corbán: «Pilato construyó también un acueducto hasta Jerusalén a costa del dinero sagrado» señala Josefo en Antigüedades (Ios. Ant. XVIII, 60; B. I. II, 175). En ambos casos, la actitud presentada por Pilato dista mucho de ser la que dan los evangelistas sobre él, quienes presentan a un personaje con miedo a la insurrección y que quiere soltar a Jesús.

Las consecuencias que recoge Josefo son bien distintas a las que, según el relato de los Evangelios, pretende evitar el prefecto: «Pilato, que había previsto ya este motín, distribuyó entre la multitud soldados armados, vestidos de civil, y les dio la orden de no hacer uso de las espadas, sino de golpear con palos a los sublevados. Desde su tribuna él dio la señal convenida. Muchos judíos murieron a golpes y otros muchos pisoteados en su huida por sus propios compatriotas. La muchedumbre, atónita ante esta desgraciada matanza, quedó en silencio» (Ios. B. I. II, 176-177; Ant. XVIII, 60).

En definitiva, la imagen que da el historiador judío Flavio Josefo sobre Pilato es mucho más negativa que la dada por los evangelistas. Estos últimos, seguramente, tendrían una visión muy distinta de la que el común de los judíos tuvo de Pilato, ya que este se convirtió en lo único que, durante un breve tiempo, contuvo a los sumos sacerdotes y a los jefes del pueblo contra Jesús. Aportaron una óptica muy distinta de la que daría Josefo, eminentemente judío y descendiente de una de las familias de esos mismos jefes del pueblo.

Teniendo en cuenta la perspectiva que da Josefo en sus escritos, en la que Pilato no dejó de contrariar las leyes sagradas de los judíos («con la intención de acabar con las costumbres judías», añadiría con inquina Josefo en Ant. XVIII, 55), cobraría sentido que el prefecto quisiera dejar en libertad a un reo (Jesús) que contrariaba profundamente a los sumos sacerdotes y a los jefes del pueblo («Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios», leemos en Jn 19, 7).

Acabar con las costumbres judías

Pero ¿por qué? ¿Qué clase de magistrado querría ejercer una política de la confrontación así en un territorio como Judea? O uno muy negligente, o… uno específicamente escogido de entre muchos. Fue el mismo Tiberio quien envió a Pilato como prefecto de Judea en el 26 d.C., y este duró nada más y nada menos que diez años en el cargo. Un lapso nada desdeñable para una magistratura en época imperial, y una cantidad de tiempo que un emperador romano habría cortado mucho antes de raíz de haber sido el elegido ciertamente negligente. ¿Qué hay detrás de esto pues? ¿Negligencia, u otra cosa?

Si acudimos a la información que el historiador romano Suetonio aporta acerca de la persona del emperador Tiberio y sus acciones, podremos obtener una posible respuesta (no unívoca, pero sí convincente): «[Tiberio] reprimió los cultos extranjeros, los ritos egipcios y judíos […]. Su pretexto del servicio militar, repartió a la juventud judía en provincias de clima muy riguroso, y a los demás individuos de este pueblo o seguidores de cultos similares los expulsó de Roma, bajo pena de esclavitud perpetua si no obedecían» (Suet. Tib. 36).

Esta información aporta una interesante perspectiva sobre la figura de Pilato: que fue enviado a Judea por Tiberio para, como creía Josefo, acabar con las costumbres judías. El enviado de Tiberio para extirpar desde su mismo corazón a la comunidad que el mismo emperador se había encargado de purgar de Roma. Así pues, la lógica de actuación de Pilato no habría sido otra que la de minar la unidad del pueblo judío, ya fuera imponiendo la ley y las costumbres romanas en Jerusalén mediante las imágenes del emperador o las obras públicas pagadas por el Templo, ya fuera poniéndose de parte de aquél a quien los sumos sacerdotes tenían por su principal enemigo.

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