Cánovas en 1885: una dimisión del gobierno anteponiendo el bienestar de los españoles
Cánovas esperaba poder desplegar su programa de gobierno en otro amplio periodo de tiempo pero una circunstancia puso en tensión toda la vida política del país
Antonio Cánovas del Castillo, líder del Partido Conservador, fue nombrado presidente del gobierno el 18 de enero de 1884, tras la retirada del gabinete liberal presidido por su rival, Práxedes Mateo Sagasta, tras tres años en el poder. Cánovas esperaba poder desplegar su programa de gobierno en otro amplio periodo de tiempo pero una circunstancia puso en tensión toda la vida política del país.
El Rey Alfonso XII, modelo de monarca constitucional, padecía de tuberculosis y se encontraba extraordinariamente débil. Casado, en segundas nupcias, con la archiduquesa María Cristina de Habsburgo, había tenido con dos hijas con ella, Mercedes y María Teresa. Mantuvo su agenda institucional hasta que sus fuerzas no pudieron más y sus doctores –de acuerdo con Cánovas– aconsejaron que se trasladara al palacio de El Pardo, cerca de la capital, en octubre de 1885.
Tenían la esperanza de que el aire puro del campo ayudara a sus pulmones afectados, mientras el resto de la familia real asumía la tarea institucional, visibilizándose en teatros y actos sociales. Aunque el estado del monarca atravesó diversas fases, en aquellas estancias palatinas adquirió una bronquitis que habría de resultarle fatal.
Alfonso XII afrontó su enfermedad con gran serenidad, siempre con una sonrisa en los labios, continuando con sus audiencias y no otorgando importancia a su situación física. Cerca de su muerte, todavía esperaba vivir, trasladarse a Andalucía para visitar a sus parientes, los infantes Montpensier, prometiendo moderar sus hábitos de trabajo y diversión en el futuro. La mejor noticia que recibió en sus últimos días fue que la reina se encontraba nuevamente embarazada, por lo que la posibilidad de lograr un heredero varón al trono renacía. Pero el rey murió de bronquitis en El Pardo el 25 de noviembre de 1885.
Su fallecimiento abría una grave crisis política pues dejaba una viuda extranjera como regente, sin experiencia política, proveniente del Imperio austrohúngaro, un país con escasa tradición constitucional y liberal. Sus dos hijas aseguraban la sucesión de la Corona pero eran mujeres y el recuerdo negativo de la actuación política de Isabel II permanecía todavía en muchas fuerzas liberales progresistas. ¡Otra vez una mujer en el trono! Y esa circunstancia, además, en aquella época se relacionaba con una imagen débil y delicada de la jefatura de Estado, ocasión que Cánovas no pasó por alto. Los carlistas podían intentar alzarse militarmente, como en anteriores ocasiones en el siglo XIX, dando origen a otra guerra civil o un periodo turbulento.
Pero también los republicanos podían conspirar mediante un pronunciamiento militar o una revolución urbana para acabar con la Monarquía constitucional proclamando una nueva República. El recuerdo desastroso de la primera experiencia republicana –entre 1873 y 1874– estaba unido a hechos como los movimientos cantonales, la indisciplina en las tropas, la existencia de varias guerras y el hecho de que una tercera parte de la población estuvo armada.
La Monarquía constitucional que Cánovas había logrado construir entre 1875 y 1885 se podía venir abajo, pues el siglo XIX había demostrado que muchos políticos creían que el uso de la violencia era una herramienta perfectamente legítima para llegar al poder. Ese hecho ponía en peligro la paz alcanzada en la península y sus provincias de Ultramar durante el reinado de Alfonso XII.
Si se abandonaba la senda pacífica, Europa nuevamente vería a España como un saco de desorden y un problema permanente de inestabilidad. En definitiva, un país decadente, incapaz de lograr la paz necesaria para construirse como nación contemporánea. A Cánovas se le imponía pues tomar una decisión como presidente del gobierno y esa fue dimitir.
Cánovas aconsejó a la reina María Cristina que aceptara su dimisión, para facilitar la vuelta de Sagasta al poder y de su partido político. El político madrileño no se aferró al poder, creyendo que él era la solución, el hombre necesario, el salvador de España. Todo lo contrario, antepuso la paz entre los españoles, el acuerdo con las fuerzas de oposición y el entendimiento a sus propias ambiciones.
La noche del 27 de noviembre –dos días después de la muerte de Alfonso XII– Sagasta juró como presidente del gobierno, así como el resto de ministros ante María Cristina. Cánovas y su partido pasaron a la oposición en el Congreso y el Senado. La imagen de fortaleza y seguridad del sistema político se reforzó, así como la de España ante Europa. Cánovas aconsejó que la princesa de Asturias no fuera proclamada reina hasta el final del embarazo de su madre, acertando plenamente pues evitó un problema político: en mayo de 1886 nació un varón, que fue presentado como Alfonso XIII.